Llega la época del
año para hacer evaluación de lo que se hizo, de lo que quedó pendiente y de lo
que viene para el siguiente periodo. Este momento de validación de los
propósitos, de los retos y los logros, establece una escena particular en cada
persona, que implica verse a los ojos y decirse a sí mismo: cuánto lograste, qué tanto te has esforzado y qué
cosas debes seguir desarrollando para llegar al nivel que quieres y que
necesitas.
Hacer síntesis de lo
que ha pasado durante 365 días, no es un ejercicio de sólo cosas positivas o
sólo cosas negativas, es una oportunidad
para observar el balance personal que cada ser humano ha efectuado para llegar hasta
este punto del tiempo. Es claro que algunas cosas salieron como se
esperaba, otras no tanto y unas, ni siquiera se dieron. Pero esto, es lo que
hace que el momento de la rendición sea
para crecer y aprender, para seguir corriendo la línea del desempeño logrado y
lanzarse a un nivel de exigencia mayor.
Cada año vivido con
intensidad deja huellas profundas en la experiencia humana. Cada momento vivido
con “atención plena” transforma la manera como el hombre se ve a sí mismo y a
los demás. Cada instante vivido con intencionalidad y foco, convierte personas
ordinarias en seres extraordinarios. Por
tanto, 365 días, no son momentos de 24 horas, sino espacios para construir
sueños y construir experiencias, escenarios para capitalizar lecciones aprendidas
y desarrollar alianzas para descubrir nuevas fronteras con otras personas.
Hacer una revisión
de lo que ha pasado durante un año, no pretende hacer una lista pormenorizada
de inversiones, gastos y utilidades, sino descubrir qué tanta estatura humana estuvimos dispuestos a lograr, qué tanta decisión tuvimos para superar los
obstáculos, qué fue aquello que hizo
la diferencia para concretar los logros, qué tanta oración y conexión divina desarrollamos para fundirnos con lo
sagrado y sobremanera, qué tantas
millas extras dinos para ser, no buenos, sino excelentes!
Dicen que el peor
evaluador del ser humano, es el mismo. Cuando de evaluación se trata, no se
busca obtener un valor para clasificar y determinar un desempeño, sino comprender
en profundidad las oportunidades de mejora que debemos incorporar para disparar
el potencial que el hombre tiene de transformarse a sí mismo y a su entorno. Evaluar lo que ha ocurrido en año es entonces,
una oportunidad para reinventarse y motivar transformaciones que hagan
diferencia en el siguiente periodo de 365 días.
Terminar un año y
ver lo que ha ocurrido, es una experiencia personal que muestra el nivel de
compromiso que cada persona ha tenido para hacer que las cosas pasen. Es una ocasión para “mudar la piel de lo
viejo”, para nacer a la “novedad de lo que germina”, esa lectura de un amanecer “inocente y sin restricciones”
donde cada ser humano tiene un lienzo virgen donde escribirá las memorias de un
futuro que se inaugura cada vez que la tierra le da la vuelta al sol!
El Editor