sábado, 16 de diciembre de 2017

Prosperidad

Las personas que prosperan y logran grandes cosas en la vida, son aquellas que se concentran en que otros logren sus propósitos. Son aquellas que son capaces de detectar cómo pueden hacer la diferencia en los demás, siendo plataformas para aquellos que quieren alcanzar nuevos destinos superando sus propios retos.

Los negocios de hoy no buscan vender cosas o artículos particulares, sino configurar y vivir experiencias; ese arte de ayudar a tu prójimo para lograr aquello que quiere hacer y concretar un efecto personalizado, que  luego de haber interactuado contigo, se manifieste en una expresión o sentimiento que conecta su expectativa con un hecho de la realidad.

Las personas que logran conectarse con las expectativas de otros, tiene doble beneficio: abren la oportunidad para encontrar posibilidades para ayudar y encuentran la generosidad del otro, para compartir contigo un reto donde es posible hacer que las cosas pasen. Acompañar al otro en su expectativa, es un ejercicio de donación personal que encuentra dos mundos: uno que quiere aprender y otro que quiere compartir.

En este ejercicio de interacción entre estos dos mundos, se crean no solo contactos, sino relaciones que se nutren mutuamente: una de fuentes de conocimiento y referencia para hacer que las cosas pasen, y otra de nuevos retos y formas de ver el mundo. De esta manera se construye una visión enriquecida de la creación, donde dos o más exploran nuevos linderos de la realidad para encontrar formas alternas de conquistar posiciones estratégicas en la vida personal, laboral y de negocios.

Ese ejercicio de “venderse bien” que se escucha frecuentemente entre los profesionales, debe ser una búsqueda permanente para visualizar y aplicar, cómo es posible apoyar a otros en sus propios retos y no, cómo impresionar a un público o persona particular, que lo único que hace es, encerrar al profesional en su propio ego y en la transitoriedad de su propios logros. Cuando el hombre es capaz, como anota Buda, de superar su necesidad de ser superior,  de tener fama y de ganar, camina por la ruta de la virtud, la humildad y el servicio.

La prosperidad en la vida no se alcanza con golpes de suerte, hechizos o sortilegios especiales, sino con una práctica permanente que tiene a las necesidades del otro en perspectiva; como una historia de construcción conjunta donde juntos, pueden contar lo especial de una conexión que los participantes han logrado, de cómo han aprendido juntos conectando puntos y desconectando otros. Ser próspero, es tener la habilidad para encontrar necesidades no satisfechas; es hablar el lenguaje de las historias y los retos superados, es humanizar la experiencia del otro en clave de logros y lecciones aprendidas.

Desear prosperidad y abundancia, es lanzarse a ver con ojos inocentes las posibilidades de ayudar a otros a ver su propio potencial. Es olvidarse de impresionar por lo que sabemos, y concentrarnos en descubrir cómo es posible motivar una transformación en los otros, un cambio que lo renueve en sus propios retos y sueños. Sólo así, saliendo de nosotros mismos podemos encontrarnos para entender que la prosperidad no está en el tener, sino en el saber compartir.

El Editor

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