Las personas que
prosperan y logran grandes cosas en la vida, son aquellas que se concentran en
que otros logren sus propósitos. Son aquellas que son capaces de detectar cómo
pueden hacer la diferencia en los demás, siendo plataformas para aquellos que
quieren alcanzar nuevos destinos superando sus propios retos.
Los negocios de hoy no
buscan vender cosas o artículos particulares, sino configurar y vivir
experiencias; ese arte de ayudar a tu prójimo para lograr aquello que quiere
hacer y concretar un efecto personalizado, que luego de haber interactuado contigo, se manifieste
en una expresión o sentimiento que conecta su expectativa con un hecho de la
realidad.
Las personas que
logran conectarse con las expectativas de otros, tiene doble beneficio: abren
la oportunidad para encontrar posibilidades para ayudar y encuentran la generosidad
del otro, para compartir contigo un reto donde es posible hacer que las cosas pasen.
Acompañar al otro en su expectativa, es un ejercicio de donación personal que
encuentra dos mundos: uno que quiere aprender y otro que quiere compartir.
En este ejercicio de
interacción entre estos dos mundos, se crean no solo contactos, sino relaciones
que se nutren mutuamente: una de fuentes de conocimiento y referencia para
hacer que las cosas pasen, y otra de nuevos retos y formas de ver el mundo. De
esta manera se construye una visión enriquecida de la creación, donde dos o más
exploran nuevos linderos de la realidad para encontrar formas alternas de
conquistar posiciones estratégicas en la vida personal, laboral y de negocios.
Ese ejercicio de “venderse
bien” que se escucha frecuentemente entre los profesionales, debe ser una
búsqueda permanente para visualizar y aplicar, cómo es posible apoyar a otros
en sus propios retos y no, cómo impresionar a un público o persona particular, que
lo único que hace es, encerrar al profesional en su propio ego y en la
transitoriedad de su propios logros. Cuando el hombre es capaz, como anota
Buda, de superar su necesidad de ser superior,
de tener fama y de ganar, camina por la ruta de la virtud, la humildad y
el servicio.
La prosperidad en la
vida no se alcanza con golpes de suerte, hechizos o sortilegios especiales,
sino con una práctica permanente que tiene a las necesidades del otro en
perspectiva; como una historia de construcción conjunta donde juntos, pueden
contar lo especial de una conexión que los participantes han logrado, de cómo han
aprendido juntos conectando puntos y desconectando otros. Ser próspero, es tener
la habilidad para encontrar necesidades no satisfechas; es hablar el lenguaje
de las historias y los retos superados, es humanizar la experiencia del otro en
clave de logros y lecciones aprendidas.
Desear prosperidad y
abundancia, es lanzarse a ver con ojos inocentes las posibilidades de ayudar a
otros a ver su propio potencial. Es olvidarse de impresionar por lo que
sabemos, y concentrarnos en descubrir cómo es posible motivar una transformación
en los otros, un cambio que lo renueve en sus propios retos y sueños. Sólo así,
saliendo de nosotros mismos podemos encontrarnos para entender que la prosperidad
no está en el tener, sino en el saber compartir.
El Editor
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