sábado, 29 de abril de 2017

Aprender: Una experiencia interior

Muchas investigaciones sustentan que no sólo se aprende en el aula, sino en múltiples facetas y momentos de la vida de las personas. En este sentido, aprender es un ejercicio permanente que nos invita a sorprendernos de los eventos diarios para desconectar nuestros saberes previos, enriquecerlos con las condiciones novedosas y desarrollar nuevas ganancias teóricas y prácticas.

Si lo anterior es correcto, aprender es un proceso, una acción consciente e inconsciente de la persona humana, que permite contextualizar una deconstrucción de la realidad en el escenario de saberes previos y novedosos, con el fin de resignificar un conjunto de relaciones y conexiones dinámicas con elementos de interés de su ambiente, que definen la forma como un individuo se apropia de su contexto, le da forma a sus propuestas y transforma su entorno y su propia vida.

El aprendizaje es una capacidad humana clave, en donde conviene invertir todas las energías, con el fin de hacer de cada ser humano una persona distinta, un otro diferente, que es capaz de revelar e incrementar su potencial, con el fin de avanzar en el desarrollo de su propio plan de vida y construcciones sociales. Aprender no algo que surge de fuera de la persona, sino una transformación que se concreta en su interior, en su propia cámara de supuestos y realidades históricas.

Cuando el ser humano aprende, dejar de ser el mismo, se convierte en una nueva versión mejorada de sí, que ha incorporado e interiorizado un nuevo saber con el cual está habilitado para hacer nuevas distinciones de su realidad, que sean ocasión para crear “quiebres” o sorpresas en otros, con el fin de facilitar una cadena interminable de novedades que creen un momentum de aprendizaje social que facilite el entendimiento de la complejidad propia del tejido social donde este opera.

Aprender no es una acción que se califique como éxito o fracaso, es una experiencia personal que encuentra momentos de contradicción, dudas o inestabilidades, que provocan interrogantes sobre los saberes previos, los cuales establecen las bases de las nuevas oportunidades para ver el mundo con nuevos ojos. Una ocasión para fortalecer y motivar la autonomía humana y mantener al hombre fuera de la zona cómoda, buscando cada día nuevas excusas para desaprender.

Quien diga que “su aprendizaje terminó”, estará al borde de la obsolescencia del conocimiento previo y el envejecimiento de su capacidad de asombro. Esta enfermedad educativa limita al hombre para recrear y enriquecer las experiencias que tiene a diario, dejando de lado su propia virtud, entrando en un ciclo repetitivo y conocido, donde la novedad no tiene cabida y se existe, es una amenaza que, por sí misma, es un atentado contra el ego y su postura jerárquica vigente.

En definitiva, aprender es una tarea que nos debe acompañar toda la vida, un ejercicio que como afirma García, Ruiz y García (2009, p.71) permite al hombre “superarse a sí mismo, romper con la monotonía, reconocer su pasado y proponer nuevas alternativas ante un futuro abierto ante sí”.

El Editor

Referencia

García, L., Ruiz, M. y García, M. (2009) Claves para la educación. Actores, agentes y escenarios en la Sociedad actual. Madrid, España: Narcea Ediciones – UNED.

domingo, 23 de abril de 2017

Experimentar

Experimentar es una palabra que generalmente se encuentra reservada para los laboratorios y los hombres de ciencia. Sin embargo, es la palabra clave que cualquier persona debe tener en cuenta para explorar los linderos de aquello que conoce en un mundo que a diario nos sorprende y nos exige aprender, o mejor, desaprender rápidamente.

Experimentar exige, observar con detenimiento, documentar bien la situación y establecer un contexto adecuado para motivar una lectura distinta de la realidad. Un experimento es una apuesta para rasgar el velo de lo desconocido y revelar aspectos novedosos de la realidad o la resignificación de un concepto ya conocido, desde una perspectiva distinta o alterna.

Experimentar es la base de la acción cognoscitiva que busca confrontar aquello que hemos aprendido, para establecer nuevas prácticas o conceptos que cambian la forma de ver el mundo, de vernos a nosotros mismos y sobremanera, transformar las imágenes estáticas que tenemos en nuestra mente, para quebrar los lentes de nuestros propios supuestos.

Experimentar implica probar, dudar de lo que conocemos y permitirnos explorar caminos alternos que lleven a reflexiones distintas, que motiven acciones novedosas; pensamientos laterales que descubran oportunidades de estrategias impensadas, que encaucen propuestas extrañas o diferentes frente a los referentes conceptuales que se tienen a la fecha.

Quien experimenta corre el riesgo de equivocarse, de encontrarse con situaciones desconocidas, con aspectos extraños o inestables de la realidad, es decir, con una ventana de oportunidad para escribir, con letras torcidas sobre márgenes derechos, una nueva historia de vida que no se vuelve a repetir, un abordaje de nuevos problemas con enfoques probados, o aún en revisión.

Quien no se permite salirse del margen, se está perdiendo de situaciones inéditas que ocurren más allá de la frontera que conocemos, de riesgos ocultos y de conquistas inesperadas, que sólo se hacen realidad a través de la experimentación, de la inquietud permanente de aquellos que no encuentran su lugar en la zona cómoda.

Los que experimentan con frecuencia deben contrastar siempre los aportes de los modelos probados, con aquellos que aún son experimentales. Si bien, los primeros son una guía para establecer una vista formal de la problemática estudiada, los segundos son recursos donde se puede explotar la riqueza de la incertidumbre, no como amenaza, sino como aliada que nos prepara para atender la sorpresa, lo inesperado.

Quien experimenta sabe que el denominado éxito, esa condición escurridiza, amoral e imprevisible, no es lo fundamental en la conquista de uno mismo, sino disfrutar del viaje que implica mover fronteras, encontrar nuevos parajes y colonizar nuevos territorios antes desconocidos.

Experimentar, en definitiva, mantiene en movimiento el intelecto, la creatividad y la ciencia, como un cirio encendido que, en manos de un explorador y aventurero con intenciones legítimas, es una oportunidad para descubrir caminos y sendas que nos llevan por parajes desconocidos y en algunas ocasiones, nos permiten “dar saltos de fe”: esos que nos habilitan para transformar vidas ordinarias, en personas extraordinarias.


El Edito

domingo, 16 de abril de 2017

Escuchar

Escuchar, es estar presente sin distraerse en un mundo como el actual, un verdadero reto de atención que nos saca de lo cotidiano. Escuchar es la puerta que se abre para “estar”, para disfrutar y revelar el mundo y sus posibilidades. Escuchar no es permanecer impávido con cuanto “sonido” se advierte en el entorno, es afinar o refinar la lectura de la señal divina que se esconde en medio del “ruido” y las luces del mundo.

Quien se niega a escuchar, está condenado a vivir una realidad ausente, llena de entretenimiento y solemnidades que solo llenan temporalmente vacíos interiores; mandatos que prescriben formas particulares de leer el mundo en clave de palabras como visibilidad, mercadeo y posición, tres expresiones que no buscan otra cosa que generar distracciones en tus relaciones actuales, perdiendo el foco de la esencia misma de lo que eres.

Cuando la escritura sagrada dice “escucha Israel”, se crea una inestabilidad en la comunidad judía, se saca de la comodidad de su doctrina y establece la potencia de un mensaje, que vibra fuera de las convenientes regla y preceptos; una lectura asistida de la palabra que se nutre del incierto y crea una oportunidad para percibir una fuerza distinta de la cual todos somos depositarios: el amor.

Escuchar es abrir el corazón para explorar frecuencias divinas que permiten “estar presentes y diluirse en la vida”. Es encontrar nuestro propio centro desde donde tomamos control y transmitimos en frecuencia divinamente modulada, sin egoísmos, ni pretensiones, sólo desde la esencia de lo que somos y podemos. Escuchar es un proceso de discernimiento para ver realmente qué necesito y como afirma Grum (2016, p.56): “a qué puedo renunciar sin miedo”.

Escuchar es reconocernos con nuestras luces y sombras, sin esforzarnos en tratar de evitar nuestras limitaciones, sino aceptarlas y vivir en unidad con ellas (Grum, 2016). Nuestras limitaciones son el recuerdo permanente de nuestra necesidad incesante de misericordia, luz y aprendizaje. Escuchar es para la vida espiritual, lo que estrella es para el cielo, la esencia verdadera, la expresión auténtica de lo que somos y tenemos, esa energía fundamental donde la bondad y la generosidad adorna la lectura del entorno; la expresión viva y relevante de una belleza interior que quiere transformar tu vida.

Escuchar es poder eliminar lo accesorio y aquellos preceptos autoimpuestos, con el fin de estar en vela para reconocer a DIOS en tiempo presente: aprender del pasado, explorando el futuro, manejando nuestros propios pensamientos, no con violencia, sino con atención para consentir la vida desde lo que eres.

Escuchar en definitiva es un encuentro consigo mismo y con la divinidad que vibra en la frecuencia del amor, donde todos podemos estar presentes para conectarnos en nuestro interior y desde allí conquistar nuestro entorno exterior.

Referencias

Grum, A. (2016) El arte de la justa medida. Madrid, España: Editorial Trotta.

sábado, 8 de abril de 2017

Modo "radar"

De acuerdo con Prize (2015, p.117) “ponerse en “modo radar” es saber escuchar, saber ver, saber sentir lo que el universo te está diciendo en todo momento”. Un modo que por lo general tenemos desconectado y abandonado, por el ruido permanente que existe en nuestra vida diaria: los afanes del trabajo, la rutina que atrapa, los contratiempos que intoxican, los objetivos que logramos, el dinero que perseguimos, los reconocimientos que deseamos, etc.

Vivir en modo radar, es abandonar la matriz de ruido donde estamos y sintonizar la armonía en la frecuencia de lo sagrado, una oportunidad para encontrarnos frente a los retos y conquistas como una fuente permanente de presencia, donde todas las preguntas tienen respuestas, donde tu diálogo interior fluye de forma natural y es capaz de conversar con el universo en pleno.

Vivir en modo radar, es afinar constantemente la lectura de nuestras capacidades personales y profesionales, es calibrar las métricas internas de nuestros estándares para aumentar la sensibilidad y precisión de las validaciones del entorno. Un ejercicio de práctica perfectible que busca comprender y revelar en el ambiente, relaciones emergentes que cambian la forma de entender el mundo, la vida y los conceptos conocidos hasta el momento.

El modo radar implica vigilancia y disciplina, un balance permanente de exploración e identificación de patrones relevantes para los planes estratégicos de las personas y organizaciones, y a la vez, un ritual permanente de evaluación y desempeño que demanda tanto de individuos como comunidades, visión y foco sobre aquello que se quiere lograr. El radar todo el tiempo permanece activo siguiendo los rastros de esas tendencias relevantes para hacer que las cosas pasen.

El modo radar descubre en cada oportunidad que identifica, retos que superar, expectativas que alcanzar y sobremanera, conceptos y verdades que hay que desconectar y repensar. Estar con el radar activo en la vida, es alcanzar tesoros inesperados, bendiciones de la divinidad que sólo están disponibles para quienes permanecen atentos a los signos y señales que el universo envía en cada momento.

El modo radar es una declaración de autoexigencia personal para mantenerse atento a lo que ocurre, pero de igual forma una experiencia de colaboración entre muchos, que permite dar cuenta de una experiencia renovada de lo que entendemos y conocemos, para concretar nuevas ganancias teóricas de aspectos antes inexplorados de nuestra práctica o proceso.

El modo radar es despertar la intuición que yace en cada uno de nosotros, esa vibración, ese pálpito informado, que busca concretar un camino, una realización, un reto, con el fin de cruzar la línea prohibida del “no puedo” y así motivar desde la gratitud y la fe, la fuerza necesaria para quitar el velo de lo conocido y lanzarse a despertar del sueño del pasado, para caminar y darle sentido a la propuesta del futuro.

Sin un radar encendido, los aviones pierden su entorno, los viajeros ignoran las señales, los hombres caminan sin rumbo. Por tanto, mantenerse en el modo radar, es vivir en el tiempo presente, en el aquí y en el ahora, allí donde la realidad sucede, donde el tiempo se detiene, donde los sueños se hacen realidad y particularmente, el hombre supera sus propias autorestricciones.

Bien dice Robin Sharma: “No te aferres demasiado a tus planes y objetivos. A menudo el universo te enviará un tesoro inesperado”, pues si te encuentra con tu radar apagado o en mantenimiento, puede ser que se te escape un regalo maravilloso verdaderamente relevante para ti.

El Editor

Referencia
Prize, W. (2015) 1000 ideas para atraer lo que quieras a tu vida. Madrid, España: Mestas Ediciones.