sábado, 24 de junio de 2017

La fatiga del "competir"

Estamos viviendo momentos históricos de la humanidad, desarrollos que muchos quisieron ver y no pudieron. Somos testigos de transformaciones positivas y de intereses cruzados que buscan ser protagonistas y tener “control” de una realidad, dominada aún, como en la antigüedad, por los recursos naturales y las presiones políticas, o mejor hoy denominadas geopolíticas.

Pareciera que como humanidad no hemos aprendido la lección que nos ha legado la competitividad, entender al otro como competencia o rival, como contrario que debo doblegar o conquistar para mostrar que tengo supremacía y dominio. Bien anota Maturana, que “la competencia no es ni puede ser sana porque se constituye en la negación del otro”. Competir es un ejercicio de preparación individual para superar las mejores condiciones del otro o aprovechar sus limitaciones para lograr una victoria personal.

Las teorías de administración vigentes a la fecha han recabado en insistir que el competir y diferenciarse es parte de la forma natural como las empresas y las personas deben “prepararse” para superar los retos y contradicciones del entorno. Una postura que, si bien ha permitido motivar transformaciones interesantes y movilizar a muchos fuera de su zona cómoda, poco a poco se ha venido debilitando para dar paso a una visión diametralmente distinta.

La fatiga del “competir” está siendo ocupada por la apuesta del “colaborar”, del sumar voluntades y habilidades para tener una mejor forma de construir un futuro conjunto. Entender esta nueva postura implica que reconocemos en los otros, elementos claves que son relevantes y pertinentes, para observar y desarrollar una lectura enriquecida de la realidad, que busca comprender y tejer un sentido de nuestro entorno más inclusivo y menos exclusivo.

Co-laborar implica trabajar en conjunto para construir un saber enriquecido, una forma de creación conjunta de significados, donde la supervisión no está en una persona, sino en la consistencia natural de los retos y actividades que permiten alcanzar un aprendizaje significativo para todos los participantes (Barkley, Cross y Major, 2012). En este sentido, la colaboración es una oportunidad para compartir y construir nuevas capacidades, más allá de adquirir un conocimiento: conquistar una oportunidad.

Mientras el paradigma de la competencia nos ha permitido entender y superar las expectativas de personas o grupos de personas, la colaboración es capaz de crear sentido y significado en una comunidad alrededor de una vista común y de retos conjuntos, los cuales no solo hacen diferencia en ese conglomerado, sino que se expande a otros.

Co-laborar permite hacer evidente las responsabilidades de las personas que participan; se construye una red de compromiso fundada en una perspectiva común, donde no existe ni tu ni yo, sino un nosotros que se ha desarrollado desde una lectura comunitaria, desde un saber cognitivo que en últimas es un saber subjetivo, un saber de equipo situado en un entorno de cambio permanente.

En pocas palabras, las teorías administrativas deberán evolucionar para concretar una nueva distinción, donde las nuevas exigencias de racionalidad nos permitan sumar saberes conjuntos e implícitos, donde los competidores que logran metas grandes y retadoras, se traducen colaboradores que comparten sueños y esperanzas de forma conjunta.

El Editor.

Referencia

Barkley, E., Cross, K. P. y Major, C. (2012) Técnicas de aprendizaje colaborativo. Manual para el profesorado universitario. Segunda edición. Madrid, España: Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, España – Ediciones Morata.

domingo, 18 de junio de 2017

Transformaciones aceleradas

Estamos en un momento de transformaciones aceleradas, de revoluciones personales e industriales, que manifiestan el espíritu de cambio en la humanidad. Contradicciones, inestabilidades y algunas veces, sin sentidos, alertan sobre las nuevas lecturas que estamos y vamos hacer de la dinámica social y humana. En este sentido, somos producto del aprendizaje, del cambio de comportamientos que experimentamos cada vez que “suspendemos la dinámica de nuestra realidad”.

Si “el aprendizaje no se puede diseñar” (Gros y Mas, 2016, p.66) dado que pertenece al ámbito de la experiencia y de la práctica, la sociedad, consciente de esta misión y reto de supervivencia, debe anticipar “el proceso que deberá seguir cada uno de sus participantes”, para seleccionar aquellos contenidos que son de interés y relevancia, con el fin de organizarlos, para motivar el aprendizaje de sus miembros, como una capacidad para cuestionar su propia realidad y construir distinciones que no existían previamente.

Si “solo se aprende cuando aparece un comportamiento nuevo” (Barreda, 1995, p.1), la pregunta es ¿cuáles son los comportamientos que requerimos para mantener el desarrollo asimétrico y armónico al mismo tiempo en el contexto social? En otras palabras, ¿qué aprendizajes debemos alcanzar para desconectar nuestras preconcepciones existentes y así incorporar nuevas formas de ver el mundo, nuevos patrones de comportamientos que eleven nuestro nivel de entendimiento de lo social y lo humano como prerrequisito de las sinergias sociales requeridas para transformar la realidad?

El aprendizaje se nutre de la esencia de la incertidumbre, de los fundamentos de lo inestable, de la dinámica de lo volátil y de la lectura de lo ambiguo. El aprendizaje no está diseñado para mantenerse en la zona de lo cierto y conocido, es una nave que demanda zarpar a aguas profundas para concretar una adaptación inesperada, con el fin de tomar decisiones mejor informadas y así adelantar intervenciones educativas que sean el punto base de cambios de comportamientos que revelen cuanto hemos aprendido.

Así las cosas, el entorno se encarga a diario de crear nuevas visiones y espacios de trabajo, para proponernos el desarrollo de capacidades alternas que anticipen los nuevos inciertos, esas oportunidades que retan nuestros conocimientos previos y así, compartir experiencias renovadas de lo conocido, en medio de lo inesperado, como ese patrón de diseño que aparece para proporcionar una nueva experiencia de vida.

Aprender de la dinámica actual del mundo demanda una exigencia de racionalidad y de creatividad. Una racionalidad para conectar problemas reconocibles con soluciones probadas, una racionalidad para comprender en profundidad las características de objetos de interés y sus posibles explicaciones, una racionalidad que asume la causalidad como forma natural de comprender su entorno.

Así mismo la creatividad, como una oportunidad para liberar el pensamiento de lo racional y pensar en lo inesperado e inestable; como una función que descubre características inexploradas de los objetos y como una epistemología que desafía la causalidad como la única forma de comprender los fenómenos actuales.

Recuerde que, todas las transformaciones llevan consigo aprendizajes y cambios, renovaciones que quiebran el status quo de las cosas. Por tanto, si quieres estar alineado con las transformaciones globales, recuerda que debes alcanzar maestría como buen aprendiente, esto es, disposición y apertura para creer y experimentar, así como disciplina y confianza para volver a empezar.

EL Editor.

Referencias
Gros, B. y Mas, X. (2016) ¿Cómo aprender en red? En Gros, B. y Suárez-Guerrero, C. (eds) (2016) Pedagogía red. Una educación para tiempos de internet. Barcelona, España: Octaedro-ICE Universidad de Barcelona. 55-75
Barreda, R. (1995) Aprendizaje. La función de educación en la empresa moderna. Madrid, España: Conorg, S.A.

domingo, 11 de junio de 2017

El ser y la cuarta revolución industrial

Los acelerados avances tecnológicos establecen retos para los seres humanos, retos que nos hablan de pérdida de empleos, mayor individualidad, suplantación de personas por robots, entre otros, que llaman la atención sobre la tensión que existe entre el desarrollo tecnológico y el desarrollo humano y social. La llamada cuarta revolución industrial alerta a muchos y emociona a otros, una realidad que no es posible detener como esencia natural de la necesidad del hombre para hacer las cosas de formas distintas.

Las evoluciones tecnológicas se han agilizado en los últimos cincuenta años. Mientras de la primera a la segunda revolución industrial y de la segunda a la tercera, la humanidad tomó más de un siglo en alcanzarlas, esta última ha tomado menos de medio siglo. Una evolución apresurada del mundo por alcanzar mayores niveles de desarrollo y bienestar para la sociedad y dar el salto cualitativo y cuantitativo de una mayor conquista de la naturaleza y la prevalencia de la ciencia y el conocimiento sobre la materia.

Evolución de las Revoluciones industriales 
(Traducción libre: Gráfica en plantillas de PresentationLoad)

Cada vez que la humanidad enfrenta un salto tecnológico, social, político o económico, se presentan ganadores y perdedores, un resultado propio de las sociedades que viven compitiendo por los recursos, fundadas en las elaboradas reflexiones económicas que nos hablan de cómo alcanzar riqueza material para mantener un nivel de vida que asegure un mejor bienestar para todos.

Esta nueva revolución industrial asistida de “redes de humanos, máquinas y cosas”, establece una nueva frontera para la humanidad e inaugura una nueva forma de interacción social: personas-cosas, cosas-personas, cosas-cosas. Este contexto digitalmente modificado, amplia la visión de la vida como la conocemos hoy, donde las tecnologías inteligentes comienzan a ganar espacios como referentes “cognitivos” que nos asisten en las decisiones del diario vivir.

Estamos pasando de una era digital a una era cognitiva, una era donde se quiere tener más respuestas en poco tiempo, más capacidad de reflexión y sobremanera mayor capacidad para anticipar tendencias hacia el futuro. Esta necesidad del hombre de avanzar y anticipar, demanda mayores exigencias de procesamiento y aprendizaje, que las propuestas recientes asociadas con inteligencia artificial están capitalizando con desarrollos tecnológicos que muestran sus bondades en problemas concretos como la salud, predicción del tiempo, la seguridad nacional, entre otros.

Así las cosas, las habilidades y capacidades humanas y profesionales que se requieren para asumir el reto de la transformación hacia lo cognitivo, pasa por una recuperación del ser individual y único que somos, por la lectura transversal del mundo que reconoce las relaciones vigentes y emergentes de la vida, por el fenómeno trascendente que la tecnología no logra explicar ni experimentar, como el sello indeleble de la humanidad que se resiste a perderse en la magia de las innovaciones tecnológicas.

La cuarta revolución industrial deberá considerar al SER como su apoyo fundamental para lograr las transformaciones que tiene previstas, sin él, sólo será un movimiento científico-tecnológico con muchos desfiles de modas, que sólo dejarán vacíos en la implementación de poderosas innovaciones, con pocas y nuevas conquistas humanas y muchas ganancias empresariales y ejecutivas.

El Editor

domingo, 4 de junio de 2017

Vida espiritual: Pedagogía del movimiento

En un mundo acelerado y permanentemente en movimiento pareciera que no hay espacio para la vida espiritual, para pensar en lo trascendente. En un escenario de vida donde el tiempo pasa de ser un recurso que se administra, a un implacable tirano que te esclaviza; donde el trabajo pocas veces se configura como una oportunidad para vivir a plenitud una vocación, sino como ocasión para conseguir lo necesario para lograr sobrevivir, estamos transitando por un peligroso borde de abandono personal y “cosificación” del ser que nos anuncia un inminente retroceso en la evolución humana.

Vivir una vida espiritual plena es una apuesta por la experiencia de la libertad (Santos, s.f.), la necesidad de discernimiento permanente de lo que ocurre, para encontrar sentido en todo lo que hacemos y superar las manipulaciones del entorno, que conectan nuestras sensaciones, gustos y emociones con imaginarios que sólo buscan concretar una vida basada en el consumo.

La vida espiritual más que una mirada permanente de lo religioso, es una propuesta que no soporta la imitación servil de otros (Santos, S.f), sino la exigencia de ser auténticos, centrados y fieles a la esencia de lo que somos. Una oportunidad permanente para descubrir aquellas relaciones que se relevan cuando permanecemos en contacto con nuestra interioridad y la riqueza que de allí se nutre. Ser espiritual es poner en práctica el ser único que soy, para construir y co-laborar con otros, teniendo como declaración mis propias limitaciones y como riqueza mis propios aprendizajes.

Ser espiritual es forjar la voluntad y mantener la visión que nutre la vocación, el ejercicio reiterado de vencimiento de nuestras propias “tendencias” hacia la “inacción”, que permite mantenernos en movimiento, en esa búsqueda constante de nuestros propios linderos intelectuales, espirituales y humanos, con el fin de desafiar lo conocido y alcanzado, para partir nuevamente hacia aguas profundas donde nuevamente estaremos expuestos a lo incierto e inestable, para que madure nuestra fe y convicción desde aquello que es invisible a los ojos humanos, contradictorio para el mundo y sin sentido para muchos.

La espiritualidad ha sido mal entendida y confinada a un imaginario apocado, rezandero y de inactividad, que compromete su verdadero sentido y valor (Ávila, s.f.). La espiritualidad es todo lo contrario, es una pedagogía del movimiento, donde todo el tiempo se exige a sí misma para vivir una existencia plena: una donde los retos y los desafíos se vuelven parte natural de su reflexión; una donde la oración es una dinámica de relación personal con lo sagrado, como una conversación abierta entre amigos y colegas; una donde se ejercita toda la maquinaria transcendente interna que conecta nuestros sueños, vocación y habilidades para transformar nuestro entorno.

La vida espiritual, por tanto, es un marco de acción personal que anticipa (se prepara para asumir los inciertos), mantiene (conserva la esencia de lo que somos), recupera (restaura los fundamentos propios de la vida ante condiciones adversas) y evoluciona (ajusta y actualiza los fundamentos de la vida frente a condiciones adversas actuales o futuras) (Bodeau y Graubart, 2013) en todos los momentos de la vida, como garante de nuestra estabilidad personal, como fuente inagotable de aprendizaje, que nos invita a estar en conexión permanente con aquello que no vemos, pero experimentamos en cada instante de nuestras vidas.



El Editor.

Referencias
Santos, F. (s.f.) La vida espiritual. Recuperado de:  http://es.catholic.net/op/articulos/33303/cat/902/la-vida-espiritual.html
Ávila, P. (s.f) La vida espiritual del laico. Recuperado de:  http://es.catholic.net/op/articulos/19436/cat/753/la-vida-espiritual-del-laico.html

Bodeau, D. y Graubart, R. (2013) Cyber Resiliency and NIST Special Publication 800-53 Rev.4 Controls. Mitre Technical Report. MTR130531. Recuperado de: https://www.mitre.org/sites/default/files/publications/13-4047.pdf