En un mundo acelerado y
permanentemente en movimiento pareciera que no hay espacio para la vida
espiritual, para pensar en lo trascendente. En un escenario de vida donde el
tiempo pasa de ser un recurso que se administra, a un implacable tirano que te
esclaviza; donde el trabajo pocas veces se configura como una oportunidad para
vivir a plenitud una vocación, sino como ocasión para conseguir lo necesario
para lograr sobrevivir, estamos
transitando por un peligroso borde de abandono personal y “cosificación” del ser
que nos anuncia un inminente retroceso en la evolución humana.
Vivir una vida
espiritual plena es una apuesta por la experiencia de la libertad (Santos,
s.f.), la necesidad de discernimiento permanente de lo que ocurre, para
encontrar sentido en todo lo que hacemos y superar las manipulaciones del
entorno, que conectan nuestras sensaciones, gustos y emociones con imaginarios
que sólo buscan concretar una vida basada en el consumo.
La vida espiritual más
que una mirada permanente de lo religioso, es una propuesta que no soporta la
imitación servil de otros (Santos, S.f), sino la exigencia de ser auténticos,
centrados y fieles a la esencia de lo que somos. Una oportunidad permanente para
descubrir aquellas relaciones que se relevan cuando permanecemos en contacto
con nuestra interioridad y la riqueza que de allí se nutre. Ser
espiritual es poner en práctica el ser único que soy, para construir y
co-laborar con otros, teniendo como declaración mis propias limitaciones y como
riqueza mis propios aprendizajes.
Ser espiritual es
forjar la voluntad y mantener la visión que nutre la vocación, el ejercicio
reiterado de vencimiento de nuestras propias “tendencias” hacia la “inacción”,
que permite mantenernos en movimiento, en esa búsqueda constante de
nuestros propios linderos intelectuales, espirituales y humanos, con el fin de
desafiar lo conocido y alcanzado, para partir nuevamente hacia aguas profundas
donde nuevamente estaremos expuestos a lo incierto e inestable, para que madure
nuestra fe y convicción desde aquello que es invisible a los ojos humanos, contradictorio
para el mundo y sin sentido para muchos.
La espiritualidad ha
sido mal entendida y confinada a un imaginario apocado, rezandero y de
inactividad, que compromete su verdadero sentido y valor (Ávila, s.f.). La
espiritualidad es todo lo contrario, es una pedagogía del movimiento, donde
todo el tiempo se exige a sí misma para vivir una existencia plena: una donde
los retos y los desafíos se vuelven parte natural de su reflexión; una donde la
oración es una dinámica de relación personal con lo sagrado, como una
conversación abierta entre amigos y colegas; una donde se ejercita toda la
maquinaria transcendente interna que conecta nuestros sueños, vocación y
habilidades para transformar nuestro entorno.
La vida espiritual,
por tanto, es un marco de acción personal que anticipa (se prepara para
asumir los inciertos), mantiene (conserva la esencia de lo
que somos), recupera (restaura los fundamentos propios de la vida ante
condiciones adversas) y evoluciona (ajusta y actualiza los
fundamentos de la vida frente a condiciones adversas actuales o futuras) (Bodeau
y Graubart, 2013) en todos los momentos de la vida, como garante de nuestra
estabilidad personal, como fuente inagotable de aprendizaje, que nos invita a
estar en conexión permanente con aquello que no vemos, pero experimentamos en
cada instante de nuestras vidas.
El Editor.
Referencias
Santos, F. (s.f.) La
vida espiritual. Recuperado de: http://es.catholic.net/op/articulos/33303/cat/902/la-vida-espiritual.html
Ávila, P. (s.f) La
vida espiritual del laico. Recuperado de:
http://es.catholic.net/op/articulos/19436/cat/753/la-vida-espiritual-del-laico.html
Bodeau, D. y
Graubart, R. (2013) Cyber Resiliency and NIST Special Publication 800-53 Rev.4
Controls. Mitre Technical Report. MTR130531.
Recuperado de: https://www.mitre.org/sites/default/files/publications/13-4047.pdf
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