domingo, 4 de junio de 2017

Vida espiritual: Pedagogía del movimiento

En un mundo acelerado y permanentemente en movimiento pareciera que no hay espacio para la vida espiritual, para pensar en lo trascendente. En un escenario de vida donde el tiempo pasa de ser un recurso que se administra, a un implacable tirano que te esclaviza; donde el trabajo pocas veces se configura como una oportunidad para vivir a plenitud una vocación, sino como ocasión para conseguir lo necesario para lograr sobrevivir, estamos transitando por un peligroso borde de abandono personal y “cosificación” del ser que nos anuncia un inminente retroceso en la evolución humana.

Vivir una vida espiritual plena es una apuesta por la experiencia de la libertad (Santos, s.f.), la necesidad de discernimiento permanente de lo que ocurre, para encontrar sentido en todo lo que hacemos y superar las manipulaciones del entorno, que conectan nuestras sensaciones, gustos y emociones con imaginarios que sólo buscan concretar una vida basada en el consumo.

La vida espiritual más que una mirada permanente de lo religioso, es una propuesta que no soporta la imitación servil de otros (Santos, S.f), sino la exigencia de ser auténticos, centrados y fieles a la esencia de lo que somos. Una oportunidad permanente para descubrir aquellas relaciones que se relevan cuando permanecemos en contacto con nuestra interioridad y la riqueza que de allí se nutre. Ser espiritual es poner en práctica el ser único que soy, para construir y co-laborar con otros, teniendo como declaración mis propias limitaciones y como riqueza mis propios aprendizajes.

Ser espiritual es forjar la voluntad y mantener la visión que nutre la vocación, el ejercicio reiterado de vencimiento de nuestras propias “tendencias” hacia la “inacción”, que permite mantenernos en movimiento, en esa búsqueda constante de nuestros propios linderos intelectuales, espirituales y humanos, con el fin de desafiar lo conocido y alcanzado, para partir nuevamente hacia aguas profundas donde nuevamente estaremos expuestos a lo incierto e inestable, para que madure nuestra fe y convicción desde aquello que es invisible a los ojos humanos, contradictorio para el mundo y sin sentido para muchos.

La espiritualidad ha sido mal entendida y confinada a un imaginario apocado, rezandero y de inactividad, que compromete su verdadero sentido y valor (Ávila, s.f.). La espiritualidad es todo lo contrario, es una pedagogía del movimiento, donde todo el tiempo se exige a sí misma para vivir una existencia plena: una donde los retos y los desafíos se vuelven parte natural de su reflexión; una donde la oración es una dinámica de relación personal con lo sagrado, como una conversación abierta entre amigos y colegas; una donde se ejercita toda la maquinaria transcendente interna que conecta nuestros sueños, vocación y habilidades para transformar nuestro entorno.

La vida espiritual, por tanto, es un marco de acción personal que anticipa (se prepara para asumir los inciertos), mantiene (conserva la esencia de lo que somos), recupera (restaura los fundamentos propios de la vida ante condiciones adversas) y evoluciona (ajusta y actualiza los fundamentos de la vida frente a condiciones adversas actuales o futuras) (Bodeau y Graubart, 2013) en todos los momentos de la vida, como garante de nuestra estabilidad personal, como fuente inagotable de aprendizaje, que nos invita a estar en conexión permanente con aquello que no vemos, pero experimentamos en cada instante de nuestras vidas.



El Editor.

Referencias
Santos, F. (s.f.) La vida espiritual. Recuperado de:  http://es.catholic.net/op/articulos/33303/cat/902/la-vida-espiritual.html
Ávila, P. (s.f) La vida espiritual del laico. Recuperado de:  http://es.catholic.net/op/articulos/19436/cat/753/la-vida-espiritual-del-laico.html

Bodeau, D. y Graubart, R. (2013) Cyber Resiliency and NIST Special Publication 800-53 Rev.4 Controls. Mitre Technical Report. MTR130531. Recuperado de: https://www.mitre.org/sites/default/files/publications/13-4047.pdf

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