domingo, 7 de abril de 2024

¿Ver para creer o Creer para ver?

Se habla con frecuencia del refrán “Ver para creer”, el hombre requiere de certezas para poder creer, para evidenciar que las cosas pasan. Sin embargo, muchas veces nuestros sentidos nos juegan una mala pasada, vemos aquello que queremos ver y no lo que realmente ocurre. Así las cosas, no necesariamente lo que “vemos” corresponde a la “realidad”, una realidad que se construye desde la experiencia compartida de los integrantes de una sociedad, que con toda seguridad algunos comparten y otros no. 

En este contexto, los científicos tratan de sugerir a través de consensos de los investigadores que las cosas son de una manera u otra, no obstante puede haber voces disonantes que han logrado demostrar elementos distintos a las reflexiones generales o acuerdos académicos efectuados. En este sentido la frase “ver para creer” no siempre responde a lo que esperamos y por lo general, puede terminar en “autoengaños” que nos lleven a “creer” en aquello que sólo podemos evidenciar en la lectura de lo que “vemos” y que muchas veces no se contrasta con esos que ven cosas distintas y retan nuestro saber previo.

La frase al contrario, “Creer para ver”, es una oportunidad que encuentra su motivación y transformación en el interior de cada persona, es un ejercicio de reflexión interior que está dispuesto a “ver lo que cree” para trabajar por aquello que se quiere y desde allí, saber que el mundo será distinto y podrá darle forma a sus sueños. “Creer para ver”, es abrir camino en medio de lo que “aparentemente no se ve” para establecer nuevos parámetros de la realidad y crear propuestas que se salen de aquello que estamos acostumbrados a ver. Esto es, motivar un desequilibrio óptimo donde la inestabilidad y la estabilidad encuentran su equilibrio dinámico para mantener en movimiento el reto de hacer cosas distintas.

Pensar distinto implica “creer” que es posible cambiar la realidad acordada y “ver” que es viable hacer un cambio que renueve lo que se tiene como status quo. Los que están dispuestos en “Creer para ver” saben caminar en medio de las piedras, las contradicciones y los abrojos, pues saben que concretar algo diferente, requiere la capacidad de recibir críticas (algunas veces destructivas), capitalizar el disenso, mantener estabilidad emocional, cambiar y actualizar posiciones, y sobremanera, desconectar y volver a conectar las ideas para darle forma a aquello que tiene la potencialidad de renovar la “realidad”.

Si el “ver para creer”, puede tener un significado teológico relevante, como se observa en el pasaje de San Juan 20, 19-31, cuando Jesús le dice a Tomás “«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (…) Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto»”, el mundo de hoy no sólo demanda evidencias concretas sobre los avances necesarios para darle forma a los retos, sino personas que están dispuestas a “creer sin haber visto”, aquellas que se reconocen como tesoros sagrados de la divinidad, que están dispuestos a salir de su zona cómoda, hacerse otros distintos y hacer que las cosas pasen.

Cuando podemos distinguir los espejismos del mundo que deslumbran y sólo muestran el camino fácil para lograr las cosas, habrá que revisar e indagar lo que hay detrás de esa propuesta, pues como versa la sabiduría popular, “nada que valga la pena termina siendo fácil”. El reto es trabajar de forma inteligente en aquello que queremos transformar, no sólo desde el conocimiento que podemos aportar y construir de forma individual, sino con el apoyo de aliados estratégicos, la sabiduría divina y la pasión interior, que nos lleve desde estamos hoy a donde queremos estar en el futuro.

Recuerde como afirmaba Carl Sagan: “La ausencia de evidencia, no es evidencia de ausencia”.

El Editor


domingo, 17 de marzo de 2024

Mudar la "piel del éxito"

Ningún cambio en la vida está exento de riesgos, de retos y de transformaciones que desafían lo que sabemos. Sin embargo, sin esos cambios no es viable avanzar en el nuevo camino que se abre ante nuestros ojos. Sólo la persona que aprender puede cambiar. Aquel que dice que terminó de aprender, empieza a “morir”, empieza a deteriorarse, a extinguirse en vida. Todo lo que hemos aprendido es un tesoro que nos ayuda a avanzar, pero igualmente puede ser una carga, para poder evolucionar cuando no se actualiza o reta.

Es importante tener momentos de paz y tranquilidad que restauren las fuerzas y renueven la voluntad, pero no acostumbrarnos a la quietud y a la inercia, pues podemos exponernos a una zona de invariabilidad que lo único que hace es debilitar nuestra fuerza y poder interior, donde yace la semilla permanente de transformación y ruptura que sabe que hay un potencial siempre disponible para avanzar más allá de lo somos hoy. El futuro vive en cada uno de nosotros, está en cada uno corresponder con esa promesa de vida que hemos recibido

Avanzar en la vida es una decisión individual que demuestra nuestra valentía y compromiso con nuestros anhelos y sueños, con el reto permanente de transformarnos a nosotros mismos en otros distintos, de encontrar en los otros una oportunidad para trascender desde nuestro ejemplo y nuestra propia historia. Somos sembradores de la vida, semilla de esperanza y poder transformador disponible para todo aquel que quiere ir más allá de lo que ha aprendido, que está decidido a abandonar las zona de los elogios y reconocimientos alcanzados, para mudar la “piel del éxito” y abrir nuevos caminos para reinventarse a sí mismo.

Alcanzar la maestría en una disciplina o arte implica muchas horas de trabajo, esfuerzo, técnica y perseverancia, que si bien muestra la capacidad y dominio de sí mismo, superar la sensación de logro y éxito al alcanzar el potencial esperado, es un proceso que implica ceder el espacio de la cima a otro, esto es, convertirse en un maestro, que usando su propia sabiduría y visión, pueda mostrar alternativas y rutas a todos aquellos que quieren alcanzar su propio potencial. Un maestro realmente comprometido con sus discípulos, no enseña aquello que ellos ya aprendieron, te ayuda a hacerte mejores preguntas para que descubras el camino que te llevará a superar tu propio ego y revelar el camino de la humildad.

El cambio en la vida surge de mantener preguntas sin contestar, sueños sin cumplir y expectativas sin superar. Todo esto permite al hombre mantenerse en una postura de aventura y apertura para encontrar nuevas alternativas para desaprender, para despojarse (y renovar) lo que ha aprendido y revelar la ruta de la sabiduría. 

Una ruta que se alcanza al tomar distancia de sí mismo y verse en perspectiva de su propia vida, agradeciendo a la divinidad la oportunidad de vivir intensamente cada momento y sobremanera tener la bendición de mantener una vida con propósito, una vida que se define y entrega para sembrar, sabiendo que el sembrador no verá ni recogerá los frutos, que sólo lo hace por el placer de haber sembrado bien y así cumplir su propia misión: darse a sí mismo por los otros.

El Editor

domingo, 10 de marzo de 2024

Expertos y exploradores

Avanzar y descubrir nuevas oportunidades y condiciones para crear y proponer demanda un cambio de perspectiva, un cambio de paradigma y de pensamiento, salir de la ortodoxia y mostrarse muchas veces atrevido frente a lo establecido. En ese sentido, debemos combinar una mente de “experto” que conoce y describe con claridad los caminos sobre un escenario (basado en su experiencia y repetidos “logros”), con una de “explorador” que muestra respeto por los datos e irreverencia con el “conocimiento” (Bouquet et al., 2021, p.183)

Con el paso de los años la experiencia, eso que nos queda luego de haber intentado y obtener resultados que no se ajustaban con lo que esperábamos, nos permite contar un bagaje de particular arrojo y valentía para atravesar situaciones y establecer patrones que pueden servir como parámetros para situaciones posteriores, sin ser recomendación para hacerlo nuevamente futuro. Esa experiencia habilita al ser humano a tener confianza y al tiempo cautela para tomar decisiones y establecer algunas acciones que permitan capitalizar el conocimiento adquirido y fortalecer la capacidad de reflexión que resulta del interés para explorar el presente.

La experiencia con el tiempo se transforma y se sitúa en el ser humano como “expertise”, como esa capacidad de probar y experimentar para recabar datos y conocimiento que lleva a una persona de un punto del saber a uno nuevo y enriquecido, que construye desde su propia acción y exposición real. Cuando se confía mucho en la experiencia y nos negamos la oportunidad de sorprendernos, ese “expertise” deja de ser una “virtud” y se transforma en una limitación. La experiencia es sabia y prudente, sin embargo, en un mundo cambiante que nos reta con sus propuestas novedosas, requiere una dosis de aventura y transformación que permita nuevamente enriquecer lo aprendido o en el mejor de los casos retarlo.

De esta forma, la mentalidad de “explorador” aparece como una oportunidad de indagar, inspeccionar y descubrir aquello que se advierte en la realidad. Es mudar los ojos que ven lo conocido y dejarse sorprender por incongruencias, anomalías y señales débiles, para revelar matices escondidos en la dinámica del entorno, que sugieren formas distintas de reconocer el mundo y entenderlo. Un explorador recolecta y concreta la información disponible del entorno actual y detecta patrones emergentes, con el fin de establecer nuevas oportunidades para probar y analizar. Es un viajero, que encuentra en el paisaje su mejor lectura y en el terreno los datos que confronta y desafía frente a aquello que conoce o a lo mejor desconoce.

El explorador pacta con el incierto y establece conversaciones abiertas y retadoras con su saber previo, para desinstalarse de su propia experiencia y desde allí observar y divisar cómo lo “desconocido”, “incierto” e “inestable” cobra un nuevo sentido para construir y establecer nuevos referentes de la realidad, que lleven a entendimiento distinto o novedoso que transforme y renueve su saber previo. Un explorar tiene un plan para el camino, que si bien le sirve de guía, no es una camisa de fuerza que lo obliga a seguirlo de principio a fin. Es un plano en construcción y actualización permanente, que habilita una mente flexible para tomar acción y encontrarse con aquello que no tenía previsto alcanzar.

En consecuencia, en el caminar de la vida, debemos capitalizar todo el tiempo nuestra experiencia, sin perder nuestra postura permanente de exploradores. Son dos lecturas de una misma moneda que nos permiten mantener una lectura de la realidad situada y documentada desde aquello que hemos vivido o visto antes, así como una postura vigilante y de aventura que nos invita a caminar y recorrer lo inesperado de un territorio, para desde allí dejarnos interrogar en nuestro saber previo y lanzarnos a descubrir y construir nuevos lugares comunes que nos lleven al siguiente nivel de nuestra evolución.

El Editor

Referencia

Bouquet, C., Barsoux, J. L. & Wade, M. (2021). A.L.I.E.N Thinking. The unconventional path to breakthrough ideas. New York, USA: Public Affairs Hachette Book Group, Inc. 


domingo, 3 de marzo de 2024

Anticipar el futuro para retar el presente

El futuro no se puede predecir, no obstante lo anterior, si es viable advertir diferentes futuros posibles y por tanto, movilizar toda nuestra atención y acción para concretar y motivar alguno de ellos desde el presente. En este sentido, es necesario anticipar el futuro retando el presente, para lo cual es necesario actuar en consecuencia y no esperar que lo que viene nos sorprenda y desestabilice de formas inesperadas aquello que hemos visualizado y planeado previamente.

En este ejercicio es necesario, en primer lugar revelar el futuro implica al menos dos momentos: anticipar las amenazas y visualizar los riesgos. Anticipar las amenazas implica producir alertas tempranas, y analizar posibilidades mediante la detección de señales débiles, patrones y tendencias que permitan visualizar los cambios en el territorio que vamos a examinar. Es caminar en las memorias del futuro, como un navegante que toma nota de las condiciones de la ruta que ha trazado sin perjuicio de los inciertos naturales que se pueden presentar.

Visualizar los riesgos demanda proponer visiones retadoras y novedosas para explorar nuevos vectores de inciertos, los cuales deben ser analizados para motivar con tiempo las acciones y estrategias de mitigación y de disminución de impacto que se puedan considerar frente a estas situaciones adversas. Cuando se concretan estos dos momentos, se cae el velo del futuro y se abre la oportunidad de distinguir mejor las oportunidades y los retos que se van a asumir para transformar el presente.

En segundo lugar, tenemos desafiar el presente que está compuesto por otros dos instantes: descubrir lo inédito y materializar eventos. Descubrir lo inédito requiere explorar situaciones hipotéticas, y estudiar estrategias inesperadas que no se hayan visto a la fecha. Es un ejercicio para plantear posibilidades y apuestas sobre que se ha revelado en el futuro como un plano incompleto e imperfecto de lo que puede ocurrir con el fin de divisar aquello que se puede lograr y describir algunas pistar de cómo alcanzarlo.

Materializar eventos demanda simular escenarios inéditos e inciertos a través de prototipos, artefactos o pruebas para validar nuevas realidades y concretar nuevos desafíos. Es un entrenamiento previo y situado de los escenarios que plantea lo inédito, donde estamos dispuestos a desafiar lo que hemos aprendido, retar lo que sabemos y darnos la oportunidad de encontrar nuevas formas de hacer las cosas.

La combinación de revelar el futuro y desafiar el presente, establece una exigencia personal para reconocer que sólo podemos movernos hacia adelante si estamos dispuestos a salir de lo que conocemos, si estamos comprometidos con la expansión de nuestros horizontes y sobremanera, si queremos transformar lo somos hoy y abrirnos a las oportunidades que se advierten hacia adelante. En este proceso, no sólo debemos confiar en nuestras fuerzas y conocimientos, sino ser dóciles a la voluntad divina que como guía permanente nos provee de aquello que necesitamos para alcanzar el potencial que tenemos y la vida plena a la cual estamos llamados.

El Editor

domingo, 18 de febrero de 2024

¿Conoces tu "zarza ardiente"?

Un pasaje de la sagrada escritura cristiana-católica es la base de esta reflexión. El pasaje que será tema de meditación será la escena de la “Zarza ardiente”: (Éxodo 3, 2-6)

Y se le apareció el ángel de Yahvé en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró y vio que la zarza ardía en fuego, más la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: “Iré yo ahora y veré esta gran maravilla, por qué causa la zarza no se quema”. Y viendo Yahvé que él iba a mirar, lo llamó Dios de en medio de la zarza y dijo: “¡Moisés, Moisés!” Y él respondió: “Heme aquí”. Y dijo Dios: No te acerques acá; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás tierra santa es. Dijo: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios”.

Cuando se lee esta corta lectura múltiples interrogantes surgen para aquellos que profesan el culto cristiano-católico y para otros que no son partícipes de esta lectura, puede generar inquietud por los múltiples signos y manifestaciones que aparecen en el texto. Tratando de analizar esta escena y contextualizarla en la vida diaria de cada uno de nosotros, la primera pregunta que surge podría ser ¿qué pasaría si tenemos una experiencia hoy como la de Moisés? ¿Cómo actuaríamos frente a un signo como éstos? ¿Con asombro, con inquietud, con reserva o sencillamente podríamos ignorarlo por no corresponder con la realidad como si fuese una alucinación?

Si revisamos la escena varios detalles nos conectan con el momento y realidad del protagonista. Este estaba en sus labores diarias pastoreando, no tenía mayores expectativas en el día y un evento inverosímil lo saca de su cotidianidad y lo interroga. ¿Será que nos pasa algunas veces en una semana? ¿Podríamos estarnos perdiendo una oportunidad para descubrir una conexión que tu creencia sagrada quiere revelarte y nuestra racionalidad no nos permite ver? Si nuestra razón nos confronta y nuestro corazón se emociona, revisa el evento pues allí habrá una luz para explorar y encontrar lo que necesitas en ese momento. Es algo del “buen espíritu” dirían los jesuitas.

Otro detalle, el “Dios de Abraham”, llama por su nombre al protagonista. La voz poderosa sabe quiénes somos, de qué somos capaces y nuestra determinación para lograr lo que queremos, y nos corresponde a nosotros responder como lo hace Moisés: “Heme aquí”. Esa nueva experiencia nos advierte que es necesario movilizarnos y avanzar en la vía del llamado, teniendo en cuenta que no vamos a lograr la perfección, sino ser perfectibles y moldeables en el ejercicio diario de poner al servicio nuestras capacidades para hacer que las cosas pasen. La “voz nos invita”, depende de nosotros dar el paso para salir de la comodidad y embarcarnos en la nueva aventura.

Siguiente detalle, el “Dios de Jacob” pide que nos descalcemos, que abandonemos la zona conocida, pues extiende una invitación en un terreno “sagrado”, que no es otra cosa que la conexión espiritual que cada uno de nosotros tiene y cultiva con su visión de lo trascendente, ese territorio íntimo tan conocido como desconocido, que sólo en la meditación profunda podemos encontrar para reconocer nuestra propias luces e igualmente nuestras sombras. Cuando nos acercamos a la luz, podemos ser encandilados y cegados por su intensidad, tanto que nos tumbe por los suelos o perdamos la ubicación. Así las cosas, “descalzarnos” es reconocer que somos seres en obra gris que delante de lo sagrado, sólo somos una “sombra que pasa”, un suspiro en el viento, un momento en el tiempo.

Finalmente, la manifestación de la “zarza ardiente” revela la docilidad de nuestro corazón en respuesta a un llamado, la intensidad de nuestra relación espiritual basado en nuestra apertura, la fuerza de lo sagrado como aceptación de su presencia y sobremanera, la preparación que debemos tener frente a lo sobrenatural como respuesta a nuestra fe, para encontrar respuestas novedosas en medio de aquello que siendo cotidiano, nos sorprende y nos revela la presencia permanente del fuego que no se apaga.

El Editor 

 

domingo, 11 de febrero de 2024

La audacia: virtud y capacidad

En un escenario como el actual se motiva a las personas a ser audaces, ser lanzados y sobremanera, atrevidos para alcanzar sus propias metas. La audacia ha tenido muchas interpretaciones a lo largo del tiempo, desde perspectivas religiosas hasta condiciones y capacidades de liderazgo en las organizaciones. Lo cierto es, que cualquiera que sea la lectura, la audacia tiene un atractivo particular para el ser humano que lo reta en su propio terreno y lo lleva a liberarse de sus propias seguridades para lograr algo distinto.

¿Qué es entonces una persona audaz? Una persona con esta característica no es aquella que no tiene miedo, sino la que se moviliza a pesar de sentirlo. Es la que tiene en mente un reto y sabe que tendrá que superar sus propios conocimientos y experiencias, para embarcarse en una ruta desconocida con las herramientas conocidas, para tratar de explicar lo que acontece y desde allí, reconstruir y renovar lo que ha aprendido. Es un individuo que no le tiene miedo al error en medio de lo desconocido, y se asegura de no cometer aquellos que sabe son básicos y propios de aquello que conoce.

La audacia se consigue con permanentes salidas fuera de la zona cómoda, donde se experimenta y se reta lo que se conoce, para luego volver a reflexionar sobre lo aprendido, sobre lo que no salió como estaba previsto y en particular, para reconfigurarse como ser humano más vulnerable y expuesto que antes, y al mismo tiempo, más renovado y retador que al iniciar el proceso. El que se considera audaz no es temerario, mide su apetito de riesgo y sabe hasta donde podrá resistir y aguantar los efectos inesperados del incierto. No es un “comando suicida”, sino un “comando estratégico” que saber sortear los eventos sorpresivos y reconoce dónde puede aprender y qué puede dejar con el menor daño posible.

La audacia se basa en reconocimiento y exploración del entorno, no se aventura a realizar algo sin tener la inteligencia necesaria para avanzar en un territorio siempre incierto. El audaz es un apasionado por explorar el incierto para avanzar con corazón valiente y pies de plomo frente a los hechos y los datos. Es una persona emocionalmente inteligente, que los reveses que le ocurren, los sabe capitalizar con flexibilidad y amortiguamiento para tomar caminos alternos. El audaz sabe que el camino nunca es recto, que tiene variantes y cada una de ellas es una ventana de aprendizaje para lograr lo que se propone. El esfuerzo es la base de su acción y el conocimiento el fundamento de su actuar.

La audacia es una virtud para el hombre de fe que se atreve a creer firmemente en aquello que espera y es una capacidad para transformar un querer y anhelo en acciones concretas que vuelvan real aquello que quiere. Así las cosas, la audacia tiene un componente espiritual que motiva al ser humano a creer en sí mismo y en la asistencia divina que quiere lo mejor para él, y al mismo tiempo, un componente terrenal que inspira y transforma la capacidad humana para superar las adversidades, como la fuente misma de la función de supervivencia plantada en el instinto natural de las personas. 

Todos tenemos la chispa de la audacia instalada en el cuerpo y en el espíritu, está en nosotros activarla y transformarla en acciones reales que nos lleven del lugar en el que estamos hoy, al siguiente nivel, donde estamos destinados a estar. Un momento que espera tanto la humanidad como tu visión sagrada de la vida, donde mudas al hombre viejo, sedentario y seguro de sí, al hombre dinámico, en movimiento, que abraza el incierto y lo inesperado como fuente natural de vida y renovación permanente.

El Editor. 

domingo, 4 de febrero de 2024

Secuencias del "acto de enseñar"

“Saber enseñar” es distinto de “cómo enseñar”. Enseñar implica un proceso de reconocimiento de un sistema interconectado y acoplado de “situaciones de enseñanza-aprendizaje, maestro y estudiantes, y la materia que se enseña y aprende” (Camps, 2004), en pocas palabras, un ecosistema educativo donde los diferentes actores crean un escenario para que surja el aprendizaje como distinción particular y situada para cada participante, que le permita a cada uno de sus componentes transformar sus diferentes interacciones y contextos donde opera.

Saber enseñar” implica reconocer las relaciones del ecosistema educativo donde el aprendizaje ocurre. Es un ejercicio sistémico de identificación y diseño de relaciones entre los diferentes componentes de este ecosistema, donde la labor del docente más allá de proveer contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales, es un provocador de nuevas preguntas y contextos para sus estudiantes, un habilitador de la apuesta formativa guiada por los inciertos e inquietudes del dominio de conocimiento específico, que no sólo motive el desarrollo de “hubs” de aprendizajes en el aula, sino transforme y cuestione los saberes previos de sus estudiantes en su propia realidad.

Cómo enseñares un ejercicio más instrumental que sigue el educador para concretar que los estudiantes piensen, duden, critiquen y no repitan lo que ya existe. Es establecer estrategias de trabajo que desconecten la realidad actual y diseñen un nuevo lugar encuentro y desencuentro de saberes comunes, para significar y distinguir puntos distintos de comprensión y reconocimiento de la realidad, y desde allí producir un nuevo saber, propio de la disciplina que se imparte, que no es sólo del docente y el estudiante, sino del ecosistema educativo, ahora leído en clave de enseñanza-aprendizaje.

En algún momento de la vida podemos ser “maestros” o “estudiantes”. En cualquier de los dos roles, debemos reconocer la dinámica de uno y otro instante, que permite que emerja no sólo nuevas percepciones del mundo, sino la transformación de seres humanos que conectan y desconectan saberes específicos para dar respuesta a interrogantes o retos que el mundo necesita en un contexto particular. En consecuencia, es preciso comprender “cómo enseñar” y por tanto “saber enseñar” como condiciones y prerrequisitos que son necesarios para que los procesos enseñanza-aprendizaje se hagan realidad no sólo en las aulas, sino en la cotidianidad de la vida.

Se dice que toda la vida debemos ser “estudiantes”, una condición de apertura en el que nos permitimos ser interrogados por la realidad y estar por fuera de la zona cómoda de nuestros saberes previos, no obstante, en ese camino podemos tener la oportunidad de allanar los caminos de otros, donde el reto no está en mostrar lo que hemos aprendido y qué tanto nos hemos equivocado, sino descubrir las potencialidades de nuestros aprendientes para explorar juntos ese ecosistema educativo que se construye con cada conversación y reflexión que surge desde las preguntas y los inciertos, no sólo para descubrir los “por qué” de las cosas, sino habilitar el surgimiento de los “cómos”, esos conocimientos y saberes situados que anticipan y preparan para los retos futuros.

“Saber enseñar” y “cómo enseñar” son “secuencias del acto de enseñar”, no como un ordenamiento de contenidos para ser presentados, sino como un vocación de servicio que orienta los saberes necesarios y las estrategias requeridas para que se incomoden nuestras certezas, se movilicen nuestras inquietudes, se expandan nuestros horizontes y en particular, se transformen todos los actores del ecosistema educativo y por tanto, la dinámica social y trascendente de la cual hacemos parte.

El Editor 


Referencia

Camps, A. (2004). Objetos, modalidades y ámbitos de la investigación en didáctica de la lengua. Lenguaje, (32), 7-27. https://media.utp.edu.co/referencias-bibliograficas/uploads/referencias/articulo/219-objeto-modalidades-y-mbitos-de-la-investigacin-en-didctica-de-la-lenguapdf-gWo1I-articulo.pdf  


sábado, 27 de enero de 2024

¿De qué color es tu sombra?

Una pregunta que escuché de un académico hace algún tiempo revela muchas consideraciones sobre ese objeto o condición particular y cotidiano del ser humano: ¿De qué color es la sombra? La respuesta en general de los estudiantes fue “oscura”. Sin embargo el profesor insistió. “¿Qué pasa si a un objeto le proyecto luz de color amarillo, o verde, o rojo, o azul? ¿Cambiaría su respuesta?”, todos inquietos comenzaron a pensar sobre esa posibilidad y se abrió una visión mucho más amplia de la respuesta sobre el color de la sombra.

De acuerdo con las reflexiones Lauritzen (2023, p.22) existe una conexión entre los opuestos basado en la lectura de la creación del mundo en el libro sagrado de los cristianos, “Dios todo lo creó en pares: cielo y tierra, luz y oscuridad, día y noche, hombre y mujer. La creación de DIOS es dialéctica”, lo anterior establece en sí misma, una relación entre opuestos, no son contrarios en sí mismos, pero potencian acciones diferentes cuando alguno de los dos lados prevalece. En sí mismo, se advierte el concepto de balance que se requiere para el desarrollo de la misma creación.

Habrá momentos en que miremos frecuentemente al cielo para encontrar nuestro sentido trascendente, otros donde la tierra nos llama a la acción, al fundamento de la transformación de nuestra esencia humana, por lo tanto no son elementos contrarios, son escenarios distintos que son necesarios en condiciones de modo, tiempo y lugar particular que nos permiten ver el mundo de formas distintas y de diferentes tonalidades. Simplificar el sentido y dinámica del mundo, es ignorar la gama de colores y tonos que cada día se advierte en un atardecer.

Sigue la filósofa danesa Lauritzen diciendo “Dios está presente en la Creación, precisamente porque está ausente”, y su complemento diría: “Dios está ausente en la Creación, precisamente porque está presente”. Este reto conceptual que intriga e inquieta al hombre moderno que cuestiona la presencia o no de la dimensión sagrada, es otro elemento que confirma el ejercicio de transición propio de nuestra naturaleza humana limitada, de asumir nuestro papel y descubrir que somos seres contingentes y temporales, donde corremos el riesgo que todos nuestros logros y conquistas se conviertan en puntos ciegos y limitaciones para desarrollar nuestras capacidades.

La pregunta inicial sobre la sombra nos interroga al menos en dos sentidos. Uno de contexto y otro de explicación. Por un lado, ubica al que pregunta en un escenario que desafía posibles respuestas y abre la posibilidad de pensar distinto, y romper con la inercia de nuestro saber previo, y por otro, al que responde, que busca entender y explorar respuestas que elaboren nuevo conocimiento, indistintamente el saber inicial de aquel que pregunta. Esta dialéctica vuelve a ubicar al ser humano como el centro de sus propios avances y posibilidades. Más allá de calificar las respuestas o preguntas, es la moción de la curiosidad humana y la necesidad de descubrir, lo que permite encontrar puntos de transición y conexión que nos lleven a un ciclo de aprendizaje ascendente, donde el reto es transformarnos en otros distintos, sin perder la referencia trascendente.

Si el color de la sombra depende de la luz que la ilumina, podemos tener diferentes tipos de sombras, algunas de ellas positivas como aquel árbol que se siembra en un punto en el tiempo y termina brindando reposo y descanso a otros en el futuro. La carga emocional del concepto de sombra, debe ser reemplazada por el ejercicio de balance y transición que todos los seres humanos deben mantener en conexión con la creación. Un reto de recomponer nuestra vida dejándonos interrogar día a día por la chispa divina que ha sido plantada en cada uno de nosotros.

El Editor

Referencia

Lauritzen, P. (2023). Questions. Baltimore, MD. USA: John Hopkins University Press.


martes, 23 de enero de 2024

Polvo de estrellas: Sencillez y complejidad

La sencillez y la complejidad no son dos lados de la misma moneda, son la misma moneda pues no dependen de la definición en sí misma, sino de su materialización en la persona. La sencillez está en la capacidad de explicar y detallar un objeto que es de nuestro interés, mientras la complejidad está en la capacidad de indicar y distinguir, lo que significa conocer y aprender de aquello que podemos señalar. Muchas veces no sabemos cómo explicar algo, lo que implica que no tenemos las distinciones necesarias para darle forma a nuestro pensamiento y enlazarlo con nuestro saber previo.

Otras veces, sabemos explicar un concepto sin embargo los detalles que se ofrecen terminan confundiendo a los oyentes, pues ignoramos las distinciones que las personas tienen, propias de su contexto y dinámica particular. Luego, no es la sencillez per se la que se requiere para dar cuenta de los retos del mundo, sino las capacidades de indicar y distinguir que le permiten al ser humano “ver aquello” temporalmente oculto a sus ojos y posiblemente parcialmente conocido por su intelecto.

Al enfrentar las realidades del mundo actual es preciso identificar aquellos elementos que son relevantes y luego distinguirlos de tal forma que podamos comenzar a explicarlos y detallarlos, un proceso de construcción de conocimiento y reto de nuestros saberes previos que pasa por el escenario del “no saber”, para luego avanzar hacia el “entender”, pues llegar al “aprender”, implica surtir un proceso de conexión interior, que transita por una apropiación personal que le da sentido al interés y curiosidad de cada ser humano.

Así las cosas, así como la ausencia de evidencia, no es evidencia de ausencia, lo sencillo no implica, lo complejo, ni viceversa. Es un proceso donde las observaciones permanentes de nuestra curiosidad e interés nos llevan para retar aquello que conocemos hasta el momento y lanzarnos a explorar los límites que tenemos establecidos en nuestra mente. Desafiar el saber previo que tenemos permite expandir las posibilidades y abrir nuevas oportunidades, revelar un mundo de opciones que permanece siempre disponible para aquellos que se arriesgan a salir de su “zona cómoda”.

La sencillez es una tarea que requiere profundizar y revisar en detalle aquello que nuestra curiosidad nos sugiere, es un empeño por explorar y conocer eso que nos permite “entender” mejor el mundo y nos ilustra aquello que posiblemente necesitamos saber para habilitar nuevas condiciones y capacidades. De igual forma, la complejidad es avanzar en incorporar distinciones que nos permitan “ver” más allá de eso que nuestra visión nos puede revelar, es un ejercicio para sumergirnos en la dinámica de los objetos y desde allí explicar aquello que es de nuestro interés.

Como podemos observar tanto sencillez como complejidad son la misma moneda, no son contrarios ni contradictores, son palabras, conceptos que nos habilitan para entrar y descubrir nuevas fronteras del mundo conocido, que nos llevan de una mirada interior que reconoce su pequeñez y “no saber”, a un camino de exploración y descubrimiento que potencia nuestra capacidad de asombro, una mirada humilde y de aprendizaje permanente que nos recuerda que somos vasijas de barro llenas del infinito: polvo de estrellas siempre en movimiento.

El Editor.

sábado, 13 de enero de 2024

El valor de un nuevo año

Cuando inicia un año se tienen expectativas, sueños y anhelos, los cuales establecen el punto de partida para enmarcar el plan de trabajo que nos llevará tomar las acciones necesarias para alcanzar lo que queremos. Es claro que durante el camino el plan va a tener variaciones, algunas que podrán disminuir el alcance de lo que queremos, otras ampliarlo, otras ajustar las prioridades o incluir alguna oportunidad que se presente que pueda ser de interés que pueda apalancar los planes iniciales.

Avanzar en el desarrollo de un año implica lanzarnos a conquistar el incierto y enfrentar los retos que implica salirnos de la zona cómoda, de abandonar las certezas y los logros del año anterior, para mirar al frente y abrir el camino de las oportunidades y de las nuevas competencias y capacidades que vamos a adquirir, para transformarnos en otros distintos. Es un ejercicio que persigue la transformación personal que invita a una renovación de aquello que hemos aprendido y abrazar aquello que desafía nuestras propias creencias.

El camino que se recorre durante un año se advierte algunas veces claro, otras veces borroso, otras inesperado, pero al fin al cabo es el camino que construimos con sus aciertos y los aprendizajes que se tienen al trazarlo y recorrerlo. Es importante que si bien podemos llevar un mapa (basado en lo que conocemos) el territorio sigue siendo un espacio de momentos inesperados e inestables, que deberemos sortear tratando de descubrir lo que viene delante de la curva, para lo cual tendremos que habituarnos a ejercitar la prospectiva, capacidad que nos debe hacer sensible al entorno y sus diferentes señales.

Durante el recorrido el paisaje que se revela tendrá claros-oscuros, momentos para contemplar y reconfortar el espíritu, y otros, para demostrar nuestro nivel de preparación y compromiso con nuestros deseos, sueños y anhelos, donde se nos exigirá dar un paso adelante para avanzar en el siguiente nivel, ese que hemos decidido alcanzar y para lo cual debemos pagar el precio que se exige, que no es otra cosa que declarar que no sabemos, que estamos dispuestos a aprender/desaprender y por lo tanto, estaremos atentos a recibir las indicaciones de la maestra la incertidumbre, que nos llevará por caminos que antes no hemos recorrido.

Este viaje si bien estará cargado de metas volantes alcanzadas y momentos de gozo, no deberá distraernos de los objetivos trazados, para lo cual es necesario mantener la vista en aquello que no se ve, esa mirada interior y la promesa divina, que debemos reclamar cada día: “Buscad y hallareis, pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, pero pedid con fe”. Cuando conectamos lo transcendente con lo contingente, sabemos que somos peregrinos en tierras extranjeras, debemos armarnos de fe, esa certeza de alcanzar lo que se espera, que es el combustible natural que nos debe nutrir para levantarnos cada día para hacer que las cosas pasen.

Recuerde que un año, es tiempo, el recurso más valioso que tenemos en la vida que conforme avanza se desvanece y no regresa (bueno aún no tenemos máquina del tiempo), pues bien dicen que no hay día que no se llegue, ni plazo que no se venza. Por tanto, tenemos 52 semanas para darle forma a nuestros sueños y superar nuestros propios temores y retos,  tenemos 366 días para hacer la diferencia en todo lo que hagamos, 8764 horas para transformar el presente y abrirle espacio a diferentes futuros, y 525600 minutos para orar, descubrir y profundizar en la vocación que tenemos, de la mano con la visión transcendente que tengas de la divinidad, pues allí encontrarás siempre luz, fuerza y valor para superarte a ti mismo.

El Editor.