En un escenario como el actual se motiva a las personas a ser audaces, ser lanzados y sobremanera, atrevidos para alcanzar sus propias metas. La audacia ha tenido muchas interpretaciones a lo largo del tiempo, desde perspectivas religiosas hasta condiciones y capacidades de liderazgo en las organizaciones. Lo cierto es, que cualquiera que sea la lectura, la audacia tiene un atractivo particular para el ser humano que lo reta en su propio terreno y lo lleva a liberarse de sus propias seguridades para lograr algo distinto.
¿Qué es entonces una persona audaz? Una persona con esta característica no es aquella que no tiene miedo, sino la que se moviliza a pesar de sentirlo. Es la que tiene en mente un reto y sabe que tendrá que superar sus propios conocimientos y experiencias, para embarcarse en una ruta desconocida con las herramientas conocidas, para tratar de explicar lo que acontece y desde allí, reconstruir y renovar lo que ha aprendido. Es un individuo que no le tiene miedo al error en medio de lo desconocido, y se asegura de no cometer aquellos que sabe son básicos y propios de aquello que conoce.
La audacia se consigue con permanentes salidas fuera de la zona cómoda, donde se experimenta y se reta lo que se conoce, para luego volver a reflexionar sobre lo aprendido, sobre lo que no salió como estaba previsto y en particular, para reconfigurarse como ser humano más vulnerable y expuesto que antes, y al mismo tiempo, más renovado y retador que al iniciar el proceso. El que se considera audaz no es temerario, mide su apetito de riesgo y sabe hasta donde podrá resistir y aguantar los efectos inesperados del incierto. No es un “comando suicida”, sino un “comando estratégico” que saber sortear los eventos sorpresivos y reconoce dónde puede aprender y qué puede dejar con el menor daño posible.
La audacia se basa en reconocimiento y exploración del entorno, no se aventura a realizar algo sin tener la inteligencia necesaria para avanzar en un territorio siempre incierto. El audaz es un apasionado por explorar el incierto para avanzar con corazón valiente y pies de plomo frente a los hechos y los datos. Es una persona emocionalmente inteligente, que los reveses que le ocurren, los sabe capitalizar con flexibilidad y amortiguamiento para tomar caminos alternos. El audaz sabe que el camino nunca es recto, que tiene variantes y cada una de ellas es una ventana de aprendizaje para lograr lo que se propone. El esfuerzo es la base de su acción y el conocimiento el fundamento de su actuar.
La audacia es una virtud para el hombre de fe que se atreve a creer firmemente en aquello que espera y es una capacidad para transformar un querer y anhelo en acciones concretas que vuelvan real aquello que quiere. Así las cosas, la audacia tiene un componente espiritual que motiva al ser humano a creer en sí mismo y en la asistencia divina que quiere lo mejor para él, y al mismo tiempo, un componente terrenal que inspira y transforma la capacidad humana para superar las adversidades, como la fuente misma de la función de supervivencia plantada en el instinto natural de las personas.
Todos tenemos la chispa de la audacia instalada en el cuerpo y en el espíritu, está en nosotros activarla y transformarla en acciones reales que nos lleven del lugar en el que estamos hoy, al siguiente nivel, donde estamos destinados a estar. Un momento que espera tanto la humanidad como tu visión sagrada de la vida, donde mudas al hombre viejo, sedentario y seguro de sí, al hombre dinámico, en movimiento, que abraza el incierto y lo inesperado como fuente natural de vida y renovación permanente.
El Editor.
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