domingo, 27 de agosto de 2017

El itinerario del aprendiz

En la vida debemos construir todo el tiempo el itinerario del aprendiz, ese que elabora un plan de aprendizaje permanente, donde cada situación advierte una forma de sorprendernos para cuestionar nuestro saber previo y así encontrar nuevas razones para suspender la realidad, reconocernos a nosotros mismos y a los demás.

El aprendiz de la vida permanece atento y vigilante en todo momento para capitalizar aprendizajes, los cuales necesariamente llevan un proceso de desintoxicación de conocimiento previo, cargado de prejuicios y juicios de valor, para crear una nueva ruta de conocimiento personal que nos lleve a educar nuestras emociones, pasiones y talentos en función del reto trascendente que cada uno de tiene desde su nacimiento.

El aprendiz de la vida encara el presente con determinación, incorpora las lecciones aprendidas del pasado y plantea los retos de su visión de futuro. En este ejercicio de tres movimientos, está asistido por una habilidad central, que desconecta al aprendiz de sus propias limitaciones y lo incorpora al contexto del ser. Dicha habilidad es “darse cuenta de quién es”, una práctica que lo lleva a tomar distancia de la realidad, para decodificar los mensajes de su entorno y darles formas en el escenario de su propia conexión divina que atraviesa su historia humana.

El aprendiz de la vida, sabe que cada persona tiene una lección para dar, una experiencia enriquecida que está dispuesta para nutrir la suya. Es un ejercicio de apertura personal hacia la vivencia del otro, un enlace invisible que cuestiona el monopolio de nuestros propios conocimientos y saberes, para dejarnos alimentar de los retos y aventuras de un ser humano, es decir, de aquella impronta mágica del talento que tiene su lugar en el mundo.

El aprendiz de la vida, sabe que todo lo que hemos aprendido y conocemos es siempre temporal, parcial y susceptible de ser mejorado o cambiado.  Mientras nuestro itinerario de aprendizaje y suspensión de la realidad nos permita crear un entorno para cambiar las miradas sobre los objetos, las personas y las reflexiones, estaremos transitando los linderos de una educación que libera y no coloniza, donde la ignorancia no es un mal indeseable, sino la puerta donde inicia la sabiduría del error, la oportunidad de cruzar el umbral de lo desconocido.

El aprendiz de la vida sabe que debe reinventarse cada día, que debe explorar nuevos horizontes en cada momento, pues de no hacerlo su habilidad para aprender se debilitará y lo llevará a estados de inactividad e inercia donde “cuando nada pasa” es cuando “todo pasa”.  En este sentido el aprendiz deberá abrirse para ser persuadido por los conceptos y verdades inestables actuales para desconectar los aspectos conocidos de la realidad, integrarlo con las discontinuidades y contradicciones identificadas en el entorno, y volver a reconstruirlos para contar con un vista enriquecida y renovada sobre un lienzo preparado, donde el tiempo no transcurre y el presente es siempre un continuo.

El aprendiz de la vida se educa para la tolerancia, para el buen combate, para resistir ante la adversidad, para reconstruirse a sí mismo y para encontrarse con sus propias sombras. Ser un aprendiz de la vida significa recorrer una espiral ascendente de ciclos virtuosos y valiosos de conocimiento de sí mismo, de transformaciones permanentes que construyen un tejido de significados personales y sociales, un entrenamiento exigente y apasionado, que como anota Chamalú (2016, p.122), “nos convierte en humanos todo terreno, en habitantes del cielo y de la tierra”.

El Editor

Referencia

Chamalú (2016) Inteligencia existencial. Filosofía práctica para transformar la vida. Bogotá, Colombia: Intermedio Editores S.A.

sábado, 19 de agosto de 2017

Misión y profesión

Son muchas las voces del mundo que hablan de éxito, de logros y de vida plena desde las inestabilidades de una realidad construida sobre los linderos de la apariencia, y los reflectores de la vanidad y la política. Estas voces, amplificadas por los medios de comunicación y confirmada con la invasión de imágenes televisivas, crean arquetipos de personas que sólo son una ilusión, un imaginario que sólo vive en esa pieza de mercadeo.

Una vida creada sobre la ilusión del éxito propuesto por el mundo termina en sufrimiento, rigidez, desequilibrio, fanatismo y sobremanera desilusión. Encontrar la vida verdadera, esa que se esconde en la realidad cotidiana, que se conecta con el descubrimiento de la misión particular de cada persona, es la que permite concretar el reconocimiento de las propias virtudes y retos, como una forma de salir al encuentro de lo desconocido.

La vida es un viaje a través de mar abierto con algunos puertos intermedios, donde es posible renovar las fuerzas, reparar la embarcación, comprar provisiones y zarpar nuevamente para perseguir la misión que hemos venido a concretar y desarrollar. Estar en misión te devuelve el poder de gobernarte y transformar tu entorno, es la forma de enfocar tu energía y hacer fluir la fuerza del universo sobre tu propia realidad.

El mal llamado éxito del mundo actual, basado en “visibilidad, medios y vida de lujos” dista del verdadero valor que esconde “estar vivos”, que como afirma Chamalú (2016, p.67), “significa habitar totalmente presente, fortalecerse con las adversidades, danzar con los problemas, poseer las riendas de tu vida en tus manos, enfrentar la hoguera de la incomprensión y convertirse en un felino cuando corresponde”.

Ser exitoso significa “despertar a la vida”, re-encontrar la conexión que tenemos con la divinidad al nacer, esa movilidad entre lo divino y lo humano que te hace un ser especial, único e irrepetible. Es “estar disponible a todo, con la mente abierta y el corazón fértil, es domar tempestades, es llevar el aprendizaje hasta las últimas consecuencias” (Chamalú, 2016), es dejarnos sorprender por cada día para agradecer el nuevo lienzo que la unción fresca de lo alto nos regala.

La plenitud de la vida no se alcanza con el aire que respiramos a diario, sino rompiendo la dinámica de un sueño creado por las “fuerzas de mercado dominantes”, lanzándonos a descubrir que hay más allá de los límites que nos imponemos, creando las habilidades y oportunidades para cruzar la línea que nos separa del potencial que tenemos y al que debemos llegar.

El éxito no se trata de “sobrevivir” y adaptarse para mimetizarse en medio de las tendencias del mundo actual, se trata de “vivir”, de reinventarnos cada momento, recuperar la sensibilidad de la espiritualidad humana, fundir nuestra humanidad con la divinidad y nunca perder la capacidad de soñar. “Vivir” significa mantenernos en unicidad entre nuestra misión y la profesión, sin distraernos por “el hacer” y “el tener”, para descifrar, como anota Chamalú (2016), “el propósito superior que nos nutre y orienta y comprender que no hay tiempo que perder”.

El Editor

Referencia
Chamalú (2016) Inteligencia existencial. Filosofía práctica para transformar la vida. Bogotá, Colombia: Intermedio Editores S.A.

sábado, 12 de agosto de 2017

Empresa: Escenario educativo

La literatura en temas de gestión y administración ha venido recabando desde hace mucho tiempo sobre el tema de las organizaciones que aprenden, sobre la necesidad de transformación permanente de las empresas, para asumir el reto de la incertidumbre y poder navegar en medio de un mar de oportunidades y desafíos no sólo para sobrevivir, sino permanecer en el largo plazo y cambiar las mismas condiciones del entorno, o dicho de otra forma, poner ella sus propias reglas.

Una organización que aprende, como afirma Gore (2015), requiere que esté integrada por individuos que aprenden. Esto es, que la empresa se convierta en un nuevo escenario educativo donde la “organización enseña”, donde los retos del currículo tradicional se revisen desde las contradicciones, inestabilidades y rarezas del entorno; donde el ejercicio pedagógico no solo oriente un proceso de aprendizaje, sino que recabe en una oportunidad para “equivocarse” y descubrir nuevas opciones; donde la didáctica no sólo ilustre cómo hacer las cosas de acuerdo con un estándar, sino que permita desarrollar formas alternas para aprender.

Una organización que aprende, hace consciente las constantes oportunidades que cada situación laboral ofrece para “sorprenderse” y explorar propuestas que posiblemente lleve a cuestionar los saberes previos de los colaboradores. Motivar vistas distintas de realidades naturales de la empresa, implica “calzarse los zapatos de otros” y poder comprender la dinámica de su labor, ahora desde un escenario que posiblemente le resulte intrigante o interesante según lo asuma la persona.

Una organización que aprende, encuentra en el “error” una oportunidad para revelar aspectos de la realidad que no podían ver, situaciones ambiguas o inéditas que posiblemente si ese resultado obtenido no se hubiese dado, no se hubiesen advertido. El “error” lleva en sí mismo un valor pedagógico que habilita al colaborador a recabar en su conocimiento previo, para establecer y construir una forma alterna de hacer las cosas. En términos cibernéticos, aumenta la variedad o capacidad de “ver” y “darse cuenta” que es posible concretar nuevos aprendizajes como profesional y como parte de un sistema más grande como es la empresa.

Una organización que aprende, entiende la evaluación no como un ejercicio para clasificar desempeños de personas y segregar su personal, entre aquellos que logran los resultados y los que no. Una organización que aprende, entiende la valoración del desempeño como el umbral de reto y mejora que cada persona tiene para alcanzar su potencial, una forma de asumir el desarrollo de sus colaboradores desde la realidad del aprendizaje, es decir, desde la oportunidad para “crear y desafiar” lo conocido y tener la oportunidad de probar y simular.

Una organización que aprende, entiende que el aprendizaje es una inversión y está dispuesta a crear los espacios para que este ocurra. Una inversión que no es de retorno inmediato, sino de siembra a largo plazo, donde las personas conectan sus intereses con los de la empresa, para darle vida a escenario impensables que anticipan riesgos y oportunidades que desde ya se abren para ambos: una declaración intencional y abierta donde las personas hacen parte fundamental de la vida organizacional y la organización es el aliado natural de la persona para “saber más y ser más”.

El Editor

Referencia

Gore, E. (2015) La educación en la empresa. Aprendiendo en contextos organizativos. Buenos Aires, Argentina: Editorial Gránica.

sábado, 5 de agosto de 2017

Buscar respuestas

Cuando el ser humano busca respuestas a los grandes interrogantes del mundo; busca respuestas en el exterior, en las búsquedas bibliográficas, en las experiencias de otros, entre otras fuentes, con el fin de apropiarse del medio donde se encuentra y ver cosas diferentes a lo que su marco vigente de saber le indica.

Buscar respuestas exige del hombre sumergirse en la realidad de su conocimiento limitado del mundo, en las contradicciones que tiene, en las respuestas parciales que ha podido construir y sobre manera, en una experiencia de humildad personal, que le implica reconocerse como un ser en construcción permanente, que cuyas lecturas del mundo son inconclusas y por lo tanto, siempre abiertas a continuar explorando alternativas antes inexistentes.

Buscar respuestas a los interrogantes del mundo, demanda desconectar lo que hemos aprendido, liberar nuestros conceptos particulares de las interpretaciones que aceptamos como ciertas, para darle paso a nuevas opciones propuestas desde otras realidades, para crear tensiones creativas que movilicen, actualicen y renueven las perspectivas que utilizamos para apropiarnos del mundo y sus retos.

No podemos dar respuesta a los interrogantes del mundo, si pensamos que las “sabemos”, que hemos llegado a la concreción de una idea formal; pues en ese punto y hora, habrá que descubrir el complemento de aquellas, para saber que estamos viendo el mundo desde perspectivas que nos ubican en un punto ciego, donde muchas veces no logramos trascender la experiencia previa que tenemos sobre un evento, concepto o situación particular.

En esa búsqueda de respuestas del hombre, es necesario experimentar la desorientación, la inestabilidad y la contradicción, pues allí es donde surge la posibilidad de una oportunidad, una lectura inesperada e inexistente que permite contrainterrogar al mundo frente a sus estándares y descubrir un espacio en blanco donde escribir una realidad inédita que revela una apuesta que complementa las lecturas previas de otros.

Dar respuesta a los interrogantes de la vida, implica reconocernos parados sobre hombros de gigantes, sobre experiencias vividas y al mismo tiempo en horizontes nuevos, que en perspectiva de sospecha, nos permiten siempre capitalizar lo aprendido, cuestionar lo conocido y abrirnos de forma confiada y decidida a lo incierto, donde es posible reinterpretar lo vital y cotidiano en clave de innovación.

Todas las respuestas que podamos construir desde nuestra apuesta actual sobre la vida que vivimos y aquellas que se puedan concretar desde la vista de un futuro próximo, estarán siempre bajo la observación del presente, como un testigo formal del ahora donde estamos y existimos. Un ejercicio de concentración y convergencia de la mente, que si bien divaga y navega por las posibilidades, debe coincidir y converger en acciones específicas que movilizan y logran objetivos.

Responder el llamado de los inciertos e inestabilidades de la vida, es entrar en la presencia mutua de cada ser humano consigo mismo y la divinidad, un instante de silencio, sin tiempo, ni espacio, donde solamente existe un continuo de aprendizaje; una continua acción de gracias mientras se recorren los senderos de la existencia llenos de retos, desafíos y sorpresas, donde sólo hay “mejores preguntas”.


El Editor