Son muchas las voces
del mundo que hablan de éxito, de logros y de vida plena desde las
inestabilidades de una realidad construida sobre los linderos de la apariencia,
y los reflectores de la vanidad y la política. Estas voces, amplificadas por
los medios de comunicación y confirmada con la invasión de imágenes
televisivas, crean arquetipos de personas que sólo son una ilusión, un imaginario
que sólo vive en esa pieza de mercadeo.
Una vida creada
sobre la ilusión del éxito propuesto por el mundo termina en sufrimiento,
rigidez, desequilibrio, fanatismo y sobremanera desilusión. Encontrar la vida verdadera, esa que se
esconde en la realidad cotidiana, que se conecta con el descubrimiento de la
misión particular de cada persona, es la que permite concretar el reconocimiento
de las propias virtudes y retos, como una forma de salir al encuentro de lo
desconocido.
La vida es un viaje
a través de mar abierto con algunos puertos intermedios, donde es posible
renovar las fuerzas, reparar la embarcación, comprar provisiones y zarpar
nuevamente para perseguir la misión que hemos venido a concretar y desarrollar.
Estar en misión te devuelve el poder de
gobernarte y transformar tu entorno, es la forma de enfocar tu energía y hacer
fluir la fuerza del universo sobre tu propia realidad.
El mal llamado éxito
del mundo actual, basado en “visibilidad, medios y vida de lujos” dista del
verdadero valor que esconde “estar vivos”, que como afirma Chamalú (2016, p.67),
“significa habitar totalmente presente,
fortalecerse con las adversidades, danzar con los problemas, poseer las riendas
de tu vida en tus manos, enfrentar la hoguera de la incomprensión y convertirse
en un felino cuando corresponde”.
Ser exitoso
significa “despertar a la vida”, re-encontrar la conexión que tenemos con la
divinidad al nacer, esa movilidad entre lo divino y lo humano que te hace un
ser especial, único e irrepetible. Es “estar
disponible a todo, con la mente abierta y el corazón fértil, es domar
tempestades, es llevar el aprendizaje hasta las últimas consecuencias”
(Chamalú, 2016), es dejarnos sorprender por cada día para agradecer el nuevo
lienzo que la unción fresca de lo alto nos regala.
La plenitud de la
vida no se alcanza con el aire que respiramos a diario, sino rompiendo la
dinámica de un sueño creado por las “fuerzas de mercado dominantes”,
lanzándonos a descubrir que hay más allá de los límites que nos imponemos,
creando las habilidades y oportunidades para cruzar la línea que nos separa del
potencial que tenemos y al que debemos llegar.
El éxito no se trata
de “sobrevivir” y adaptarse para mimetizarse en medio de las tendencias del
mundo actual, se trata de “vivir”, de reinventarnos cada momento, recuperar la
sensibilidad de la espiritualidad humana, fundir nuestra humanidad con la
divinidad y nunca perder la capacidad de soñar. “Vivir” significa mantenernos en
unicidad entre nuestra misión y la profesión, sin distraernos por “el hacer” y “el
tener”, para descifrar, como anota Chamalú (2016), “el propósito superior que
nos nutre y orienta y comprender que no hay tiempo que perder”.
El Editor
Referencia
Chamalú (2016) Inteligencia existencial. Filosofía práctica
para transformar la vida. Bogotá, Colombia: Intermedio Editores S.A.
Muchas gracias... excelente!
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