sábado, 19 de agosto de 2017

Misión y profesión

Son muchas las voces del mundo que hablan de éxito, de logros y de vida plena desde las inestabilidades de una realidad construida sobre los linderos de la apariencia, y los reflectores de la vanidad y la política. Estas voces, amplificadas por los medios de comunicación y confirmada con la invasión de imágenes televisivas, crean arquetipos de personas que sólo son una ilusión, un imaginario que sólo vive en esa pieza de mercadeo.

Una vida creada sobre la ilusión del éxito propuesto por el mundo termina en sufrimiento, rigidez, desequilibrio, fanatismo y sobremanera desilusión. Encontrar la vida verdadera, esa que se esconde en la realidad cotidiana, que se conecta con el descubrimiento de la misión particular de cada persona, es la que permite concretar el reconocimiento de las propias virtudes y retos, como una forma de salir al encuentro de lo desconocido.

La vida es un viaje a través de mar abierto con algunos puertos intermedios, donde es posible renovar las fuerzas, reparar la embarcación, comprar provisiones y zarpar nuevamente para perseguir la misión que hemos venido a concretar y desarrollar. Estar en misión te devuelve el poder de gobernarte y transformar tu entorno, es la forma de enfocar tu energía y hacer fluir la fuerza del universo sobre tu propia realidad.

El mal llamado éxito del mundo actual, basado en “visibilidad, medios y vida de lujos” dista del verdadero valor que esconde “estar vivos”, que como afirma Chamalú (2016, p.67), “significa habitar totalmente presente, fortalecerse con las adversidades, danzar con los problemas, poseer las riendas de tu vida en tus manos, enfrentar la hoguera de la incomprensión y convertirse en un felino cuando corresponde”.

Ser exitoso significa “despertar a la vida”, re-encontrar la conexión que tenemos con la divinidad al nacer, esa movilidad entre lo divino y lo humano que te hace un ser especial, único e irrepetible. Es “estar disponible a todo, con la mente abierta y el corazón fértil, es domar tempestades, es llevar el aprendizaje hasta las últimas consecuencias” (Chamalú, 2016), es dejarnos sorprender por cada día para agradecer el nuevo lienzo que la unción fresca de lo alto nos regala.

La plenitud de la vida no se alcanza con el aire que respiramos a diario, sino rompiendo la dinámica de un sueño creado por las “fuerzas de mercado dominantes”, lanzándonos a descubrir que hay más allá de los límites que nos imponemos, creando las habilidades y oportunidades para cruzar la línea que nos separa del potencial que tenemos y al que debemos llegar.

El éxito no se trata de “sobrevivir” y adaptarse para mimetizarse en medio de las tendencias del mundo actual, se trata de “vivir”, de reinventarnos cada momento, recuperar la sensibilidad de la espiritualidad humana, fundir nuestra humanidad con la divinidad y nunca perder la capacidad de soñar. “Vivir” significa mantenernos en unicidad entre nuestra misión y la profesión, sin distraernos por “el hacer” y “el tener”, para descifrar, como anota Chamalú (2016), “el propósito superior que nos nutre y orienta y comprender que no hay tiempo que perder”.

El Editor

Referencia
Chamalú (2016) Inteligencia existencial. Filosofía práctica para transformar la vida. Bogotá, Colombia: Intermedio Editores S.A.

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