La literatura en
temas de gestión y administración ha venido recabando desde hace mucho tiempo
sobre el tema de las organizaciones que aprenden, sobre la necesidad de
transformación permanente de las empresas, para asumir el reto de la
incertidumbre y poder navegar en medio de un mar de oportunidades y desafíos no
sólo para sobrevivir, sino permanecer en el largo plazo y cambiar las mismas
condiciones del entorno, o dicho de otra forma, poner ella sus propias reglas.
Una organización que
aprende, como afirma Gore (2015), requiere que esté integrada por individuos
que aprenden. Esto es, que la empresa se convierta en un nuevo escenario
educativo donde la “organización enseña”, donde los retos del currículo
tradicional se revisen desde las contradicciones, inestabilidades y rarezas del
entorno; donde el ejercicio pedagógico no solo oriente un proceso de
aprendizaje, sino que recabe en una oportunidad para “equivocarse” y descubrir
nuevas opciones; donde la didáctica no sólo ilustre cómo hacer las cosas de
acuerdo con un estándar, sino que permita desarrollar formas alternas para
aprender.
Una organización que
aprende, hace consciente las constantes oportunidades que cada situación
laboral ofrece para “sorprenderse” y explorar propuestas que posiblemente lleve
a cuestionar los saberes previos de los colaboradores. Motivar vistas distintas
de realidades naturales de la empresa, implica “calzarse los zapatos de otros”
y poder comprender la dinámica de su labor, ahora desde un escenario que
posiblemente le resulte intrigante o interesante según lo asuma la persona.
Una organización que
aprende, encuentra en el “error” una oportunidad para revelar aspectos de la
realidad que no podían ver, situaciones ambiguas o inéditas que posiblemente si
ese resultado obtenido no se hubiese dado, no se hubiesen advertido. El “error”
lleva en sí mismo un valor pedagógico que habilita al colaborador a recabar en
su conocimiento previo, para establecer y construir una forma alterna de hacer
las cosas. En términos cibernéticos, aumenta la variedad o capacidad de “ver” y
“darse cuenta” que es posible concretar nuevos aprendizajes como profesional y
como parte de un sistema más grande como es la empresa.
Una organización que
aprende, entiende la evaluación no como un ejercicio para clasificar desempeños
de personas y segregar su personal, entre aquellos que logran los resultados y
los que no. Una organización que aprende, entiende la valoración del desempeño
como el umbral de reto y mejora que cada persona tiene para alcanzar su
potencial, una forma de asumir el desarrollo de sus colaboradores desde la
realidad del aprendizaje, es decir, desde la oportunidad para “crear y desafiar”
lo conocido y tener la oportunidad de probar y simular.
Una organización que
aprende, entiende que el aprendizaje es una inversión y está dispuesta a crear
los espacios para que este ocurra. Una inversión que no es de retorno
inmediato, sino de siembra a largo plazo, donde las personas conectan sus
intereses con los de la empresa, para darle vida a escenario impensables que
anticipan riesgos y oportunidades que desde ya se abren para ambos: una
declaración intencional y abierta donde las personas hacen parte fundamental de
la vida organizacional y la organización es el aliado natural de la persona
para “saber más y ser más”.
El Editor
Referencia
Gore, E. (2015) La educación en la empresa. Aprendiendo en
contextos organizativos. Buenos Aires, Argentina: Editorial Gránica.
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