domingo, 28 de abril de 2024

El reto de la evaluación: Auténtica, Pertinente y Transparente

En la vida cotidiana, en la vida laboral y en la vida académica el proceso de evaluación con frecuencia genera contradicciones, malestar y cierto nivel de prevención. Todos alguna vez en la vida hemos sido evaluados con el fin de cumplir con un requisito en cualquiera de los contextos donde nos movemos y existimos. La relación evaluador-evaluado está llena de diversos escenarios, condiciones y características que sería imposible abordarlas en una reflexión breve como esta. Por tanto, el reto en estas líneas es explorar algunos elementos de la evaluación como fundamento de la movilización de una persona fuera de su zona cómoda.

La evaluación en sus orígenes estaba fundada en el ejercicio de movilizar a las personas de un momento de su vida a otro, de un nivel de desempeño a otro, una manera para marcar el camino de renovación y transformación para hacer de la persona otra distinta. Con el tiempo la evaluación pasó a ser un distintivo que permite clasificar las personas según un estándar de desempeño. Esto es, aquellas que hacen las cosas mejor de lo esperado, las que hacen lo que se espera y otras que no logran los mínimos esperados. Este ejercicio, termina siendo una manera de recompensar y “motivar” a aquellos que hacen las cosas bien, y darle motivos a los otros para que se superen en sus respectivos desempeños.

La postura actual de la evaluación (como clasificación) genera una competencia, algunas veces sana, orientada al desarrollo del potencial del individuo, y otra malsana, con intereses cruzados entre evaluador-evaluado que terminan afectando la dinámica de las empresas y de las comunidades educativas, privilegiando muchas veces una estrella con desempeño sobresaliente que obtiene todos los reconocimientos, invisibilizando a aquellos que sin romper las barreras establecidas, mantienen su dedicación diaria, trabajo en equipo, disposición para hacer la diferencia y la búsqueda constante de la excelencia.

En este sentido la evaluación debe ser APT: Auténtica, Pertinente y Transparente, como fundamento de la práctica y compromiso tanto del evaluador como de la organización para hacer de la persona otra distinta. Es auténtica, cuando hay un sentido real y claro por parte del que evalúa que la otra persona pueda superar sus propios límites y reconocer los talentos y posibilidades que tiene para hacer la diferencia. Es un ejercicio donde se acompaña y reta al evaluado para que imprima su propia impronta en un área específica para ver más allá de lo que conoce y se lance a explorar en el incierto que proponen sus propias metas.

Es pertinente cuando la evaluación se centra en los aspectos particulares de la persona. Se hace una valoración individual del evaluado para encontrar aquellos elementos que se deben potenciar para que surjan nuevas actitudes y aptitudes para transformarse a sí mismo y a su propia realidad. La pertinencia es un ejercicio de reconocimiento situado de la persona, sus expectativas y retos, para plantearle alternativas de conocimientos y habilidades que debe consultar para darle sentido a sus propias metas, y así superar sus propios temores que limitan su potencial. 

Es transparente cuando tanto evaluador como evaluado se reconocen como partícipes del proceso de construcción de conocimiento y aprendizaje. Cuando ambos son parte del escenario donde se sorprenden mutuamente por el desempeño alcanzado por el evaluado y la experiencia que suma el evaluador desde su perspectiva de orientador del proceso. La transparencia depone intereses creados o beneficios particulares de los participantes, centrando la atención en los retos superados, las novedades identificadas y sobremanera, las conexiones y elaboraciones cognitivas creadas que hacen único y particular el proceso que se ha realizado.

Cada individuo opera en diferentes velocidades, desde diferentes contextos y con diferentes emociones, por tanto, una evaluación real y efectiva deberá privilegiar un resultado igualmente APT: Avanzar, Pensar y Transformar. La evaluación deberá permitirle al individuo avanzar en su propio desarrollo personal y profesional. Debe abrirle la puerta para lograr la disciplina para vencerse así mismo, y trazar la ruta que lo lleve a trascender sus propias metas. La evaluación debe habilitar el pensamiento de la persona, para retar de forma permanente su saber previo y movilizar sus reflexiones hacia espacios donde el incierto no lo paralice sino que lo lance a conquistar nuevas fronteras de conocimiento. 

Finalmente la evaluación debe estar centrada en transformar al individuo. Si la evaluación no le dice nada a la persona ni la mueve para cambiar, esto es, para aprender y sorprenderse de forma permanente, la relación evaluador-evaluado se ha desinstalado de su sentido principal, de la esencia de naturaleza: ser la excusa perfecta para desafiar las fronteras autoimpuestas del ser humano. El ejercicio de la evaluación busca en el fondo situar nuevas realidades en los referentes y creencias profundas del ser humano para llevarlo a nuevos lugares donde todo está por descubrir y los inciertos son parte del nuevo normal de su entorno.

Cuando tengas el rol de evaluador o evaluado, recuerda que ambos son parte de un proceso donde cada uno desde su perspectiva suma para reconocer y superar fronteras; el evaluado procurando una postura incómoda frente a su saber previo proponiendo apuestas que retan aquello que el entorno reconoce y aprueba, y el evaluador, dejando que su experiencia y conocimiento allane las reflexiones de su evaluado, para construir nuevas perspectivas que lleven a nuevos lugares comunes las expectativas de aquel que evalúa, que no es otra cosa, que abrir a la persona un horizonte de posibilidades y no de probabilidades

El Editor.

domingo, 7 de abril de 2024

¿Ver para creer o Creer para ver?

Se habla con frecuencia del refrán “Ver para creer”, el hombre requiere de certezas para poder creer, para evidenciar que las cosas pasan. Sin embargo, muchas veces nuestros sentidos nos juegan una mala pasada, vemos aquello que queremos ver y no lo que realmente ocurre. Así las cosas, no necesariamente lo que “vemos” corresponde a la “realidad”, una realidad que se construye desde la experiencia compartida de los integrantes de una sociedad, que con toda seguridad algunos comparten y otros no. 

En este contexto, los científicos tratan de sugerir a través de consensos de los investigadores que las cosas son de una manera u otra, no obstante puede haber voces disonantes que han logrado demostrar elementos distintos a las reflexiones generales o acuerdos académicos efectuados. En este sentido la frase “ver para creer” no siempre responde a lo que esperamos y por lo general, puede terminar en “autoengaños” que nos lleven a “creer” en aquello que sólo podemos evidenciar en la lectura de lo que “vemos” y que muchas veces no se contrasta con esos que ven cosas distintas y retan nuestro saber previo.

La frase al contrario, “Creer para ver”, es una oportunidad que encuentra su motivación y transformación en el interior de cada persona, es un ejercicio de reflexión interior que está dispuesto a “ver lo que cree” para trabajar por aquello que se quiere y desde allí, saber que el mundo será distinto y podrá darle forma a sus sueños. “Creer para ver”, es abrir camino en medio de lo que “aparentemente no se ve” para establecer nuevos parámetros de la realidad y crear propuestas que se salen de aquello que estamos acostumbrados a ver. Esto es, motivar un desequilibrio óptimo donde la inestabilidad y la estabilidad encuentran su equilibrio dinámico para mantener en movimiento el reto de hacer cosas distintas.

Pensar distinto implica “creer” que es posible cambiar la realidad acordada y “ver” que es viable hacer un cambio que renueve lo que se tiene como status quo. Los que están dispuestos en “Creer para ver” saben caminar en medio de las piedras, las contradicciones y los abrojos, pues saben que concretar algo diferente, requiere la capacidad de recibir críticas (algunas veces destructivas), capitalizar el disenso, mantener estabilidad emocional, cambiar y actualizar posiciones, y sobremanera, desconectar y volver a conectar las ideas para darle forma a aquello que tiene la potencialidad de renovar la “realidad”.

Si el “ver para creer”, puede tener un significado teológico relevante, como se observa en el pasaje de San Juan 20, 19-31, cuando Jesús le dice a Tomás “«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (…) Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto»”, el mundo de hoy no sólo demanda evidencias concretas sobre los avances necesarios para darle forma a los retos, sino personas que están dispuestas a “creer sin haber visto”, aquellas que se reconocen como tesoros sagrados de la divinidad, que están dispuestos a salir de su zona cómoda, hacerse otros distintos y hacer que las cosas pasen.

Cuando podemos distinguir los espejismos del mundo que deslumbran y sólo muestran el camino fácil para lograr las cosas, habrá que revisar e indagar lo que hay detrás de esa propuesta, pues como versa la sabiduría popular, “nada que valga la pena termina siendo fácil”. El reto es trabajar de forma inteligente en aquello que queremos transformar, no sólo desde el conocimiento que podemos aportar y construir de forma individual, sino con el apoyo de aliados estratégicos, la sabiduría divina y la pasión interior, que nos lleve desde estamos hoy a donde queremos estar en el futuro.

Recuerde como afirmaba Carl Sagan: “La ausencia de evidencia, no es evidencia de ausencia”.

El Editor