domingo, 10 de septiembre de 2017

Un mundo distinto

Cuando podemos reconocernos como parte de un todo, encontramos la razón de ser de nuestra vida. Todos sumamos en la construcción del universo, y tenemos una misión que se nos ha encomendado. Algunos la descubren pronto, otros un poco más tarde. Lo importante, es poner todos los medios humanos y divinos disponibles para emprender ese viaje al interior de cada persona para encontrarnos con la revelación celestial que hemos recibido desde lo alto.

Cada persona es un regalo sobrenatural que lo sagrado que nos rodea, nos entrega para descubrir en ella la manera de conversar con la fuerza de la creación. Una declaración que a diario se hace en el silencio de las miradas y sonrisas; un testimonio de una verdad que se abre paso en medio de las luces y opacidades del mundo: el amor es la esencia de todo lo que ocurre en la naturaleza.

Cuando podemos descubrir que somos en esencia relación, conexión, entrega, parte de un tejido social que se construye a cada momento, que se resiste a existir aislado y fuera de la realidad, comprendemos que todos tenemos algo que compartir y sintonizar con otros. Una experiencia necesariamente abierta y expuesta, donde la vulnerabilidad es la base del reconocimiento del otro y la incertidumbre, la apuesta personal que se abre para aprender y construir con lo desconocido.

No podemos negar la esencia social que el ser humano contiene, la fuerza vital de una conexión sobrenatural con la cual hemos venido al mundo y que muchas veces negamos desde nuestros propios comportamientos. No podemos seguir ignorando el llamado de nuestra naturaleza humana, si bien caída y proclive a lo menos santo, para continuar en el ejercicio de construir relaciones posibles y humanas, y no repetir aquellas conocidas y generalmente artificiales.

Cuando podemos discernir en medio de la neblina de los elogios y reconocimientos, el fundamento de la vida cotidiana, es decir, la conexión de una mirada, la fuerza de un abrazo, la luz de una sonrisa y el bálsamo de una palabra, hemos comenzado a estar presentes en el mundo, a comprender que todo sabe mejor cuando se comparte, cuando se beneficia a otros y sobre manera cuando nos dejamos interrogar por la vida de nuestro prójimo.

Hacernos ocasión de relación y construcción de significados con otros, es una oportunidad para descubrir que en el mundo hay otras realidades, que nos permiten abrirnos a las posibilidades, a la exploración de nuevos horizontes que esperan que personas como nosotros nos atrevamos a surcar. Un viaje que motiva navegar en aguas profundas, desconocidas e inciertas, donde sólo la fuerza de la gracia trascendente, es la única certeza que nos hace creer que es posible lograrlo.

No podemos parar de creer que podemos construir un mundo distinto, no podemos dejarnos engañar por aquellos que nunca zarpan de sus puertos y comodidades, de aquellos que sus acciones dan poco testimonio de sus palabras, de aquellos que nos seducen con sus insinuaciones de caminos cortos y atajos. Creer que es posible un mundo mejor, es el combustible que anima la acción, un mensaje que se convierte en realidad, cada vez que uno de nosotros es valiente para hacer que las cosas pasen, un momento donde el cielo resplandece y brilla, pues allí hay una sonrisa y una mirada tierna que te dice “ánimo, yo he vencido al mundo y nada ni nadie te puede separar de mi amor”.


El Editor

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