Cada ser humano está
siempre en un viaje permanente, donde cada paso que da se convierte en una
nueva aventura en proceso. Aventura que muchas veces no es posible saber qué va
a ocurrir, en otras la podemos inferir y en pocas la podemos concretar o
reconocer. Lo importante es saber que una
aventura, es un paso hacia el futuro, hacia lo que ha de venir, a lo que es
posible y no probable.
Los aventureros no
son necesariamente los temerarios que no le temen a nada, son espíritus inquietos que trabajan en medio de las tendencias del
mundo, para estudiarlas y comprenderlas, y luego lanzarse para definir una
postura que transforme su forma de percibir el entorno y tomarse el tiempo para
cambiarlo.
La aventura no es
una repetición de la vida diaria, es la
apuesta de los seres humanos para explorar y desarrollar nuevas oportunidades
en su jungla interior y así, descubrir nuevas fronteras para sus retos y sueños,
no como observadores de la realidad, sino como protagonistas de sus propios
relatos, de sus propias historias, de sus propios destinos.
Los aventureros no
tienen una indumentaria especial, como sombreros, látigos, armas regulares o
sofisticadas y música de fondo, sino que, desde la cotidianidad son capaces de
elaborar nuevas discontinuidades que les permiten ver el mundo de forma
distinta; encontrarse con situaciones totalmente novedosas y sobremanera, comprender la vida de forma enriquecida en
la melodía de sus propios desafíos y las interpretaciones de su propio entorno.
Ser un aventurero, es creer que es posible cambiar la forma
de comprender el mundo, que es viable romper con la tradición de “aquí lo hemos
hecho así”, que hemos venido al mundo
para dar cuenta de nuestros talentos, como una forma de continuar con la obra
divina que inició hace muchos años la tensión de la humanidad entre el bien y
el mal.
La aventura del
siglo XXI desconstruye un imaginario de una zona selvática e inexplorada, por
una espiral de conocimiento permanente de los seres humanos; transforma los
desencuentros de los aventureros con los peligros del entorno, en reflexiones
internas que enfrentan los temores y fantasmas de sus propios retos. En pocas
palabras, un aventurero moderno, no
encuentra un tesoro en el exterior, lo cultiva en su interior.
Cuando alguien diga
que empieza una nueva aventura, sabrás que se arriesgará a zarpar del puerto
conocido y seguro, para navegar en aguas inexploradas, algunas veces turbulentas
y misteriosas, pero siempre con la mirada
en el horizonte, sabiendo que encontrará muchas veces respuestas a sus
preguntas o más preguntas a sus propios interrogantes.
Lanzarse en una
aventura, es salir de la zona cómoda de la vida, liberarse del exceso de
equipaje, para probar de qué está hecho el hombre y qué está dispuesto a hacer
para lograr sus objetivos. La aventura requiere fidelidad a lo que somos y
podemos, desconexión de los patrones conocidos y en lo que confiamos, así como motivación permanente para nunca desfallecer
a pesar de las inestabilidades y contradicciones que encontraremos.
Un aventurero es un profeta avanzado en su tiempo, un
lector incomprendido de la realidad, un testigo de momentos futuros, que ha regresado al presente para descubrir en su
vida aquello que hace falta para vencerse a sí mismo y romper con la tradición
existente, para marcar una ruta de descubrimiento individual que trascienda el hoy y
la lectura del mañana.
El Editor.
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