Vivimos un encuentro
permanente entre nuestro ser racional y nuestro ser emocional. Encuentros que
pueden ser amenos y otros más bien tensionantes. Sin embargo, la vida se trata
de mantener la armonía entre estos dos seres que buscan cada uno su
protagonismo y que en algún momento tendrán que encontrarse frente a frente
para superar sus diferencias y saber que cada uno tiene su momento y lugar
durante la vida. Mientras el ser
racional vive de hechos, datos y
pensamiento lógico, el ser emocional
se funda en los impulsos y energía de
impresiones o sentimientos (Peters, cap.2).
Para ello es
importante reconocer que consolidamos creencias y conductas que interpretan
cada uno de estos seres en tiempo real para dar cuenta de nuestra acciones,
esas que nos definen como somos. Siguiendo a Peters (2013) podemos tener pilotos automáticos, duendes, trasgos y piedra de la vida, las cuales definen la creencias o conductas que
permiten una visión de nuestra existencia como punto de referencia para actuar.
Los pilotos
automáticos “son todas las
creencias y conductas positivas, constructivas” que permiten mantener una
actitud motivada y afín con los retos que la vida nos sugiere. Estas se pueden
incluir en cualquier momento de la vida, creando patrones o hábitos que
fortalecen nuestra postura equilibrada frente a los eventos del entorno,
fomentando una autoimagen positiva y propositiva que se supera siempre a sí
misma.
Los trasgos y
los duendes son lo opuesto a los
pilotos automáticos. “Son conductas,
creencias o programas automáticos inútiles y destructivos” residentes en
nuestro interior. Generalmente ingresan en etapas tempranas de la vida, lo que
hace que sean difíciles de erradicar, por lo cual el reto es aprender a
controlarlos. La diferencia entre un duende y un trasgo, es que un duende “no
está arraigado desde la primera infancia y son susceptibles de ser eliminados
cuando se detectan”, mientras el trasgo es todo lo contrario.
La piedra de
la vida “es el punto de
referencia definitivo. Es donde se encuentran grabadas sus “verdades de la vida”,
sus “valores” y su “fuerza vital” (…) ”, lo que en últimas define el filtro o
marco donde se juzgan todas la cosas que conocemos, vemos, hacemos o pensamos.
Las “verdades de la vida” son afirmaciones que usted considera ciertas
sobre la manera en que funciona el mundo, las cuales son interpretadas tanto
por su ser racional como por su ser emocional. Los “valores” son los principios e ideales en los que
usted cree; un recordatorio de las lecturas morales y éticas que la persona
pretende defender. La “Fuerza
vital” es aquello que para el individuo es el propósito de la vida y que le dice cómo vivirla, es la esencia de
su existencia.
Todas estas
creencias y conductas, se enmarcan dentro de lo que Peters (2013, p.105) define
como disposición mental, que no es
otra cosa que “el modo en que el
individuo aborda la vida basado en la visión de sí mismo, de otros y del mundo
en que vive”. Por tanto, en la medida que nuestra disposición mental está
equilibrada frente a la confrontación frecuente de nuestro ser racional y
emocional, probablemente habrá oportunidad para concretar siempre una
oportunidad para crecer personal, profesional y espiritualmente.
Por tanto, tómese un
tiempo para clarificar que está escrito en su “piedra de la vida”, disponga de
verdades y valores concretos, desarrolle “pilotos automáticos” que lo mantengan
concentrado en el logro de sus objetivos; para que cuando tenga tal claridad,
sitúe su piedra en un lugar destacado “donde le recuerde en qué cree y con qué
criterio desea vivir su vida” (Peters, 2015, p.109).
Referencia
Peters, S. (2013) La paradoja del chimpancé. Barcelona,
España: Urano.
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