Revisando algunas reflexiones sobre los "dones", llama la atención dos vistas particulares que nos ponen en sintonía de esta realidad: "Un don espiritual que es una habilidad dada por Dios para el servicio" (Dr. Charles C. Ryrie. Teología Básica. Pág.420) y por otra parte, el catecismo de la Iglesia Católica establece: "Los dones son disposiciones permanentes que hace al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo."
Al
ver estas dos posiciones, tienen en común, que son regalos o donaciones de un
ser supremo, de una vida superior que actúan sobre la humanidad con un
propósito: servicio, entrega o donación. Los dones son muestras generosas del
infinito sobre los hombres, para sacarlo de su zona de confort y confrontarlo
con la realidad para que la transforme.
Nótese
que la vista del catecismo implica que el hombre debe estar en disposición para
recibirlos, en una posición de docilidad, de ductilidad, de maleabilidad para
que la abundancia del Universo se materialice en su vida, para que en su
esencia, se abandone en esa nueva realidad y se libere de su propia voluntad
para ponerla al servicio de un bien superior, de una meta trascendente que no
entrega gloria terrena, sino paz interior.
Los
dones, esas habilidades especiales que el Creador nos regala, que armonizan la
vida del hombre para acelerar su desarrollo y madurez; son una invitación
permanente para activar su potencial, mantener la atención en los detalles, la
intención sobre su obra y la actitud para hacer que las cosas pasen. Los dones
son la puerta abierta para animar el fiel combate personal y espiritual, que
busca conquistar nuestros propios temores y someter nuestra arrogancia delante
de la divinidad.
De
acuerdo con las dos definiciones tenemos a dos actores que despachan dichos
dones. Mientras una habla de “DIOS”, la otra comenta del “Espíritu Santo”, dos
actores con esencia propia y trascendencia en diversos contextos. Cualquiera
que sea la visión de tu Creador, estamos ante la vista de una “moción
espiritual y sobrenatural” que no actúa sobre vacío, sino que requiere las “vasijas
de barro” para movilizar sus deseos y desafiar su propia obra.
Esto
es, los dones son pensados y fundados desde la eternidad, son visualizados
desde la antigüedad para que hagan y transformen lo que se requiere a lo largo
del tiempo, para que todo lo que está previsto se haga realidad. Los dones, por
tanto tienen origen y continuidad sin límites, son ofrecidos a largo de las
eras, para que aquellos que los acepten, se hagan parte del plan divino y se
conviertan en herederos del poder sobrenatural que supone hacerse parte de ese
regalo y del reto que ello implica.
Si
lo anterior es correcto, la frase del Romano Pontífice, Francisco, cuando declara
que la navidad es un don: “Dios nos ofrece el don de la Navidad”, es una
expresión universal que genera "guerra interior", "docilidad", "servicio", "incomodidad" y "abandono" palabras que deben motivarnos a explorar esta cortesía divina, no solamente desde la vista exterior de una celebración comercial, sino provocar una reflexión interior, que acepte nuestra humanidad (con sus virtudes y vicios) y nos ponga en camino para contemplar en un portal, lo que significa Navidad para cada uno de nosotros.
El Editor