Se habla frecuentemente
en la actualidad sobre la disrupción digital, de ese fenómeno de la tecnología
que cambia las reglas de juego en un entorno de negocios. Casos como los de Netflix,
Spotify, Uber, Amazon, Airbnb revelan como algo que en el mundo análogo
funcionaba de una manera, en el mundo digital ha cambiado de forma y devuelve
mayor control a los usuarios de estas plataformas.
Esta realidad, que
termina convirtiéndose un servicio a la medida y basado en las expectativas de
los clientes, establece una propuesta atractiva y renovada de la forma como se entiende
ahora la dinámica del mundo y los retos que implica diferenciarse en un entorno
cada vez más agresivo, complejo e incierto, donde los clientes cambian
rápidamente de gustos y requieren nuevas experiencias.
Bajo este contexto, ¿será
que al mundo le hace falta una disrupción espiritual? Si bien, muchos están en búsqueda de una experiencia trascendente, para lo cual exploran
propuestas alternativas que mezclan misticismo, con simbología y temas energéticos,
para sentir que están conectando una realidad superior, parece que no logran
concretar su deseo. El tema en el fondo es, la necesidad humana de encontrar
grandes manifestaciones visibles que les muestren caminos mágicos y express que
los pongan frente a los efectos de la divinidad y sus matices de iluminación
para encontrar un camino diferente a lo tradicional y gastado.
Una disrupción
espiritual empieza por conectarnos con nosotros mismos con nuestros sentimientos,
con nuestras emociones y caminar hacia nuestro interior, buscando respuestas a
los retos que la vida misma nos revela. En este proceso, bien asistido por las
mociones y orientaciones de cualquier religión conocida, es posible encontrar
experiencias de consolación y descubrimientos, que reconectan al hombre con su verdadera
vocación, el ser trascendente.
Un ser que ha
sufrido una disrupción espiritual, es un individuo que ha experimentado el ejercicio
de ruptura interna, de metanoia y transformación en el cual un hombre viejo es
dejado atrás y un hombre nuevo nace desde su propia limitación. Una persona con
disrupción espiritual ha experimentado el círculo de muerte y resurrección, no
como un acontecimiento de un momento del año, sino como una constante de renuncias
y renovaciones que implica superar y reinventar sus saberes previos, para lanzarse
a conquistar horizontes que la divinidad le sugiere desde el incierto y la
inestabilidad.
La disrupción
espiritual, al igual que la disrupción digital, desacomoda a muchos, desinstala
de las posiciones cómodas, y motiva movimientos hacia entornos donde la novedad
se construye desde la propia historia de cada persona. La disrupción espiritual
es el “paso”, la “dinámica” de lo sagrado, que no sólo recoge la experiencia
pasada e histórica de un modelo probado, sino que habilita un espacio de
aprendizaje, para construir nuevos modelos de espiritualidad donde solo existen
posibilidades y desafíos para hacer del hombre una mejor versión de sí mismo.
El Editor
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