domingo, 1 de abril de 2018

Disrupción espiritual


Se habla frecuentemente en la actualidad sobre la disrupción digital, de ese fenómeno de la tecnología que cambia las reglas de juego en un entorno de negocios. Casos como los de Netflix, Spotify, Uber, Amazon, Airbnb revelan como algo que en el mundo análogo funcionaba de una manera, en el mundo digital ha cambiado de forma y devuelve mayor control a los usuarios de estas plataformas.

Esta realidad, que termina convirtiéndose un servicio a la medida y basado en las expectativas de los clientes, establece una propuesta atractiva y renovada de la forma como se entiende ahora la dinámica del mundo y los retos que implica diferenciarse en un entorno cada vez más agresivo, complejo e incierto, donde los clientes cambian rápidamente de gustos y requieren nuevas experiencias.

Bajo este contexto, ¿será que al mundo le hace falta una disrupción espiritual? Si bien, muchos están en búsqueda de una experiencia trascendente, para lo cual exploran propuestas alternativas que mezclan misticismo, con simbología y temas energéticos, para sentir que están conectando una realidad superior, parece que no logran concretar su deseo. El tema en el fondo es, la necesidad humana de encontrar grandes manifestaciones visibles que les muestren caminos mágicos y express que los pongan frente a los efectos de la divinidad y sus matices de iluminación para encontrar un camino diferente a lo tradicional y gastado.

Una disrupción espiritual empieza por conectarnos con nosotros mismos con nuestros sentimientos, con nuestras emociones y caminar hacia nuestro interior, buscando respuestas a los retos que la vida misma nos revela. En este proceso, bien asistido por las mociones y orientaciones de cualquier religión conocida, es posible encontrar experiencias de consolación y descubrimientos, que reconectan al hombre con su verdadera vocación, el ser trascendente.

Un ser que ha sufrido una disrupción espiritual, es un individuo que ha experimentado el ejercicio de ruptura interna, de metanoia y transformación en el cual un hombre viejo es dejado atrás y un hombre nuevo nace desde su propia limitación. Una persona con disrupción espiritual ha experimentado el círculo de muerte y resurrección, no como un acontecimiento de un momento del año, sino como una constante de renuncias y renovaciones que implica superar y reinventar sus saberes previos, para lanzarse a conquistar horizontes que la divinidad le sugiere desde el incierto y la inestabilidad.

La disrupción espiritual, al igual que la disrupción digital, desacomoda a muchos, desinstala de las posiciones cómodas, y motiva movimientos hacia entornos donde la novedad se construye desde la propia historia de cada persona. La disrupción espiritual es el “paso”, la “dinámica” de lo sagrado, que no sólo recoge la experiencia pasada e histórica de un modelo probado, sino que habilita un espacio de aprendizaje, para construir nuevos modelos de espiritualidad donde solo existen posibilidades y desafíos para hacer del hombre una mejor versión de sí mismo.

El Editor

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