“Las organizaciones mejor preparadas para
enfrentar el futuro no son las que creen en sí mismas por lo que son, sino por
sus posibilidades de dejar de serlo. No se sienten fuertes por las estructuras
que tienen sino porque saben que podrán cambiarlas cuando sea necesario”
(Gore, 2015, p.115). Esta frase configura una realidad que tanto organizaciones
como personas deben considerar para navegar por las aguas turbulentas e inesperadas
de la realidad actual.
¿Cuántas
organizaciones y personas están dispuestas a “dejar de ser”, es decir, mudar lo
que son en la actualidad, para incorporar los nuevos aprendizajes de las
situaciones inciertas que el contexto vigente les presenta? Quien quiere
evolucionar, requiere cambiar, renovar su
“caja de herramientas” para construir posibilidades novedosas y ver lo venidero
con ojos renacidos en las misteriosas aguas de lo impredecible y de lo ambiguo.
Lavarse la cara en estas aguas es declarar en presente, la apuesta del futuro.
La fortaleza de una
organización o de una persona, no está en sus fundamentos rígidos y estáticos,
sino en la capacidad de apertura a las
lecciones aprendidas, en la capacidad de generar simulaciones y prototipos que le permitan avanzar fuera de
la zona cómoda, en la oportunidad de equivocarse
rápidamente, para recorrer el camino hacia su nuevo destino, desaprendiendo sus saberes previos, conectando
con los retos de su entorno.
Una persona y/o organización
es competente para enfrentar las inestabilidades de su ambiente, cuando es capaz de aprender a ser distinta de lo que
es. Esto es, tener la habilidad de
reinventarse frente a las situaciones complejas, tomar riesgos inteligentes frente a las adversidades y ajustar sus propias estructuras internas
para sintonizar las prácticas existentes con los desafíos que impone su hábitat.
Comprender que la
vida es un permanente enriquecimiento de lo que vemos, entendemos y
compartimos, es tener claridad de
nuestros principios y valores que nos mantienen en el camino, y al mismo
tiempo la capacidad de hacer los ajustes
requeridos en nuestras prácticas y acciones, que nos permitan recorrer el
camino, aprendiendo del paisaje y disfrutando cada paso que se da.
La verdades absolutas
cada vez se ven menos. Los conceptos incuestionables cada vez más se resquebrajan.
Los mandatos más temidos, con el tiempo se debilitan. Cuando entendemos que los conceptos y las visiones del mundo dependen
de elementos tiempo, modo, lugar y contexto, es claro que debemos mantenernos
en movimiento y buscar posturas emergentes que habiliten nuevas comprensiones de la realidad y del mundo.
Negarnos a salir de
nuestra comodidad conceptual, de nuestros saberes previos y seguros, es detener
el avance necesario de nuestro potencial y de las organizaciones. Una afrenta
al plan de la divinidad, que no quiere el “el hombre se condene”, sino que se “salve”.
Es decir, conquiste sus propias
limitaciones, haga plena su vocación en el ejercicio de sus talentos y se abra
a la generosidad de lo sagrado que vive en él, desde el principio de los
tiempos.
El Editor
Referencia
Gore, E. (2015) La educación en la empresa. Aprendiendo en contextos organizativos.
Buenos Aires, Argentina: Editorial Gránica.
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