sábado, 14 de abril de 2018

Ser "otros distintos"

Las organizaciones mejor preparadas para enfrentar el futuro no son las que creen en sí mismas por lo que son, sino por sus posibilidades de dejar de serlo. No se sienten fuertes por las estructuras que tienen sino porque saben que podrán cambiarlas cuando sea necesario” (Gore, 2015, p.115). Esta frase configura una realidad que tanto organizaciones como personas deben considerar para navegar por las aguas turbulentas e inesperadas de la realidad actual.

¿Cuántas organizaciones y personas están dispuestas a “dejar de ser”, es decir, mudar lo que son en la actualidad, para incorporar los nuevos aprendizajes de las situaciones inciertas que el contexto vigente les presenta? Quien quiere evolucionar, requiere cambiar, renovar su “caja de herramientas” para construir posibilidades novedosas y ver lo venidero con ojos renacidos en las misteriosas aguas de lo impredecible y de lo ambiguo. Lavarse la cara en estas aguas es declarar en presente, la apuesta del futuro.

La fortaleza de una organización o de una persona, no está en sus fundamentos rígidos y estáticos, sino en la capacidad de apertura a las lecciones aprendidas, en la capacidad de generar simulaciones y prototipos que le permitan avanzar fuera de la zona cómoda, en la oportunidad de equivocarse rápidamente, para recorrer el camino hacia su nuevo destino, desaprendiendo sus saberes previos, conectando con los retos de su entorno.

Una persona y/o organización es competente para enfrentar las inestabilidades de su ambiente, cuando es capaz de aprender a ser distinta de lo que es. Esto es, tener la habilidad de reinventarse frente a las situaciones complejas, tomar riesgos inteligentes frente a las adversidades y ajustar sus propias estructuras internas para sintonizar las prácticas existentes con los desafíos que impone su hábitat.

Comprender que la vida es un permanente enriquecimiento de lo que vemos, entendemos y compartimos, es tener claridad de nuestros principios y valores que nos mantienen en el camino, y al mismo tiempo la capacidad de hacer los ajustes requeridos en nuestras prácticas y acciones, que nos permitan recorrer el camino, aprendiendo del paisaje y disfrutando cada paso que se da.  

La verdades absolutas cada vez se ven menos. Los conceptos incuestionables cada vez más se resquebrajan. Los mandatos más temidos, con el tiempo se debilitan. Cuando entendemos que los conceptos y las visiones del mundo dependen de elementos tiempo, modo, lugar y contexto, es claro que debemos mantenernos en movimiento y buscar posturas emergentes que habiliten nuevas comprensiones de la realidad y del mundo.

Negarnos a salir de nuestra comodidad conceptual, de nuestros saberes previos y seguros, es detener el avance necesario de nuestro potencial y de las organizaciones. Una afrenta al plan de la divinidad, que no quiere el “el hombre se condene”, sino que se “salve”. Es decir, conquiste sus propias limitaciones, haga plena su vocación en el ejercicio de sus talentos y se abra a la generosidad de lo sagrado que vive en él, desde el principio de los tiempos.

El Editor

Referencia
Gore, E. (2015) La educación en la empresa. Aprendiendo en contextos organizativos. Buenos Aires, Argentina: Editorial Gránica.

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