Una frase que al parecer se
le atribuye a Khalil Gibran dice: “Si el amor no nace cada día, cada día
empieza a morir”, una expresión que nos advierte una lectura de renovación
permanente de la vida, en una búsqueda de nuevas razones para continuar
explorando y creyendo que es posible reconstruir nuestro presente y desafiar
las mejores predicciones del futuro.
Nacer cada día es ver en cada
rayo del sol una oportunidad para sentir la alegría de la naturaleza, es ver
que el verde matutino tiene la esperanza de la vida sin límites, es
impregnarnos de la melodía del amanecer y experimentar la esencia del canto del
Creador, que se recrea en el nuevo Edén, buscando encontrarse con el mayor
logro de su Creación, el hombre.
Nacer cada día es
experimentar la novedad de un nuevo comienzo, no como una experiencia de
retroceso, sino como la prospectiva generosa que a diario podemos escribir para
hacer que las cosas pasen; como una vista fresca, limpia y sin prejuicios, que
nos permite cruzar la ventana de la incertidumbre y rasgar el velo de lo
inesperado, renovando nuestra vista del mundo, como vitrales transparentes
purificados con la presencia de la luz.
Nacer cada día es permitirnos
entender en el colectivo humano los matices y expresiones de la vida, es
reconocer en la mixtura de los intereses aquellos que hacen la diferencia compartiendo
y entregando de sí; es ver en los ojos de los emprendedores y apasionados,
nuevas oportunidades para hacer del mundo un lugar bello para vivir.
Quienes no nacen cada día,
envejecen más rápido, se le marchitan los sueños y se exponen a una parálisis
contagiosa de la fe, cuya inercia consume y destruye todo cuanto toca. Por
tanto, nacer cada día, exige un esfuerzo y poda diaria de nuestras
limitaciones, un salto de fe que nos demanda creer en lo que hacemos y
abandonarnos en el camino de la virtud, para así, descubrir que podemos hacer
la diferencia en nuestras vidas y en las de los demás.
Nunca pienses que eres
demasiado joven o avanzado en edad, para volver a nacer, dicha condición no se
mide en la cronología humana, sino en la potencialidad y apasionamiento del
espíritu, que con ímpetu reconoce sus posibilidades y se lanzar a construir
aquello que ha querido, un camino reservado para aquellos que han enfrentado su
pasiones desordenadas y conquistado sus demonios internos.
Cuando nacemos a diario,
encontramos el camino de la juventud, el elíxir tan deseado por muchos y
esquivo para otros. Una juventud que no entiende de fronteras temporales, ni
contextos humanos, sino de un encuentro personal y permanente con el infinito,
que sólo tiene sentido cuando ardes en la presencia del poder del amor, que
como la energía, no se crea ni se destruye, simplemente se transforma.
El Editor
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