Dos mundos se encuentran, dos
historias se unen, dos desprendimientos ocurren. Eso es lo que pasa cuando dos
personas unen sus vidas para asumir el reto de encontrarse a diario y apoyarse mutuamente
para “ser ayuda idónea el uno para el otro”. Si estos eventos, no ocurren,
particularmente el desprendimiento, habrá distorsiones importantes que no
podrán superarse, toda vez que la falla es estructural en uno de los
participantes, afectando las promesas de vida que han pactado en el momento de
su unión.
El desprendimiento humano es
algo necesario y natural, no por eso deja de ser doloroso y afectivamente desestabilizador.
En este sentido, se requiere que la persona encuentre un espacio para meditar y
movilizar sus propias ideas, frente al hecho mismo de su nuevo estado, para
encontrar la salida que le permita zarpar a conquistar las nuevas aguas profundas
que le exige la vida y sus retos personales. Mientras más se demore en el
puerto, más complejo será el proceso para abordar su nueva realidad.
Saberse ahora acompañado en
la existencia por un compañero de camino, que mira vida de manera diferente a
ti, es una experiencia que recompone tus propios valores y creencias, para construir
unas nuevas basadas tanto en tu visión del mundo, como la de tu acompañante. Es
decir, el discurso de la historia que inicia, ahora se cuenta con un guión que
se modifica con la experiencia de ambos, como una construcción colectiva que no
busca darle la razón a unos o a otros.
Entender que el
desprendimiento de mi anterior realidad, de mis amigos, de mis paisanos, de mis
compañeros de trabajo y hasta de mi familia, es un proceso que todos surtimos
en la vida, y por tanto, nos debe asistir en la construcción de la nueva
oportunidad que ella nos da para sacarnos de la zona de confort y lanzarnos a
madurar en aquellos aspectos que requerimos para alcanzar un nuevo nivel comprensión
del mundo y su retos.
Cuando logramos superar el
sinsabor inherente que existe en el ejercicio de desprendimiento, podemos
saborear nuevos manjares que el mundo nos brinda, nuevas sensaciones que antes no
habíamos experimentado, nuevos rumbos de fe que nos motivan a conquistar
temores y miedos ocultos en nuestro corazón. En pocas palabras, desprenderse en
un acto de liberación e independencia personal, que declara la conquista de la
inercia del hombre viejo y se lanza a vivir las promesas dinámicas y
provocadoras del hombre nuevo.
La unión de dos historias y
el desprendimiento propio de cada uno de sus protagonistas, es la concreción
del llamado divino del “dueño de la vida” (cualquiera sea la idea que tengas de
él) a una vida en abundancia, que “deja de lado el arado personal” y se lanza
hacia el mundo, para definir su propio destino, su “propia parcela”. En
consecuencia, no es posible contar una nueva historia juntos, sin sentir la “espina
de amor”, sin la experiencia de vivir de la incertidumbre y el abandono, una
vocación de encuentro que dos entienden para consumar un sello único y perpetuo
con la gracia de DIOS.
El Editor
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