Se afirma que
estamos en la era de la información y los flujos de datos. Una era donde las
relaciones entre las personas y sus decisiones responden a criterios basados en
información y muchas veces orientados o guiados por la ejecución de algunos algoritmos,
los cuales todo el tiempo siguen los pasos de los individuos a través de sus
conexiones en la red.
Estar conectados
supone estamos expuestos a sobrecarga de información, a información de alta y
baja integridad, a datos que posiblemente no podemos verificar y sobremanera, a
dinámicas de intereses que no podemos revelar. Estar conectados es un ejercicio
de comprensión de un espacio de interacción que está más allá de nuestro entendimiento,
pues son muchas variables las que actúan para que el efecto de estar “conectados”
se haga realidad.
Bien anota Perrow (1999),
que las fallas son motivadas por las conexiones entre los diferentes elementos
de la realidad, pues a mayor conectividad, mayor posibilidad de efectos
colaterales no documentados, los cuales ponen en tensión el nivel de
conocimiento de la realidad y demandan una comprensión del nuevo escenario que
emerge como resultado de la interacción de sus objetos. Así las cosas, estar
conectados, además de ser una oportunidad, supone una gestión de riesgos que es
necesario adelantar.
Los riesgos de estar
conectados inician con los motivos para hacerlo: por gusto, por diversión, por
información, por ocio, por aprendizaje, por compras entre otros tantos. Comprender
el alcance de esta acción nos pone en alerta para no dejarnos alcanzar por la
inminente sugerencia de la red para llevarnos a sitios que no tenemos previstos
visitar. Dejarnos seducir por otros contenidos que no teníamos en el radar, es
desviarnos para explorar nuevas experiencias que pueden sorprendernos positivamente
o dejarnos con sabores amargos y desconciertos.
Otro elemento a
tener en cuenta al conectarse, es la consecuencia de hacerlo. Evaluar cómo
terminamos la conexión es una parte particular de la experiencia. Si luego de
estar “en línea” terminamos agotados, desesperados, animados, tranquilos o
exhaustos, es importante comprender qué pasó, para no dejar que los
sentimientos de esta conexión afecten de forma contraria, la esencia misma de
nuestra humanidad. Debemos estar atentos a lo que sentimos luego de estar conectados,
pues todo lo que hemos recibido puede y tendrá efectos en nuestra mente. Dicho
efecto será pasajero o permanente dependiendo de nuestra motivación inicial y
de los hechos concretos que afectan directamente nuestra psique.
Si existe una motivación
y las consecuencias del acto de “conectarse”, lo que sigue son los efectos
emergentes que median estos dos momentos. Los conocimientos, sentimientos y acciones
que surgen pueden responder a diferentes experiencias que se concretaron en el ejercicio
de la conexión. Hacer evidente estos efectos, es entender al individuo que las
motiva, y las respuestas que se materializan.
Quien diga que después de estar
conectado, no le ha ocurrido nada, debe saber que una vez se concreta el acto de
“conectarse”, la persona ha dejado de ser la misma. Redes de información y experiencias
de otros ya han afectado y nutrido sus sentimientos y conocimientos sin darse cuenta.
Reconocerlo, es hacer evidente que tenemos que ser prevenidos y cautos cuando de
“conectarnos” en la red se trata, pues quedamos expuestos tanto a oportunidades
y reflexiones constructivas que enriquecen y edifican al ser humano, como a posturas radicales o extremas que no suman
o aportan.
El Editor
Referencia
Perrow, C. (1999) Normal accidents. Living with High-Risk
Technologies. Princeton, NJ. USA:
Princeton University Press.
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