domingo, 16 de julio de 2017

Conexión consciente

Tres elementos que integran, administran y concentran nuestras emociones y sentimientos: el ego, la fortaleza y la autoestima. Cualquiera de ellos que se encuentre en una proporción superior, menor o desbordado en situaciones de normalidad, es decir, cuando lo importante es mantener una postura mesurada, centrada y respetuosa de la realidad, altera la forma como vemos y actuamos en el mundo.

La autoestima es el amor, valía propia, cariño y cuidado que cada ser humano debe mantener por sí mismo, como criatura divina que ha venido al mundo no solo a embellecerlo con su presencia, sino a transformarlo con su actuación. La autoestima es la fuerza natural del hombre que lo invita a mantenerse firme en las horas de confusión o contradicción, es la esencia del alimento del espíritu, que nos impulsa a lograr hazañas extraordinarias y superar situaciones inesperadas.

La fortaleza es la potencia y capacidad interior que sobrepone al hombre frente a los momentos de lucha interior y exterior. Es la energía de la constancia y consistencia de un esfuerzo concentrado y focalizado, que vencer el temor y permite cambiar una condición adversa, en una oportunidad de renovación y construcción personal. La fortaleza es un don que debe ser renovado e invocado a la divinidad, para mantener la estabilidad espiritual que precede a la motivación personal para salir adelante en medio de las inestabilidades y tempestades.

El ego, ese enemigo persistente que el hombre tiene, que no le deja ser, sino aparentar. Ese contrario que no quiere que nada cambie para tener una excusa perfecta para seguir existiendo. El ego es la expresión natural del niño malcriado que el hombre lleva dentro, que muchas veces toma el control de su vida y que lo invita todo el tiempo a reaccionar y no a meditar y reflexionar antes de actuar. El ego se mantiene en las sombras, tratando de pasar desapercibido, sin ser detectado, listo para impedir al hombre estar en el presente y preso de su pasado.

Cuando la autoestima se eleva, deberá responder a una realidad donde se ha comprometido su nivel medio de funcionamiento, es decir, ese estándar de valor propio sano que permite al hombre renovarse dentro y saber que es capaz de superar los retos que la vida le propone. Cuando la fortaleza se incrementa, será una respuesta natural al exigente contexto del ambiente que somete y enfrenta las limitaciones del ser humano, invitándolo a reestablecer su compromiso para lograr aquello que se ha propuesto.

Cuando el ego se incrementa, ya no se tienen alertas, sino alarmas. Hay una situación que se ha desbordado, una parte inherente del hombre que ha tomado el control sobre sus propias acciones; una sombra, que como las propias de los seres humanos, ha tomado más relevancia que otra y que posiblemente, aviva el fuego de terceras que han estado vigilantes en su momento.

El ego, como anota Tolle (2017, p.68), se lo toma todo personalmente, conecta con la emoción, la actitud defensiva y finalmente, con una posible agresión. El ego, sigue Tolle (idem), confunde la opinión y los puntos de vista con los hechos. Es un mal intérprete de la realidad, que no reconoce la poca nitidez y posible alteración de sus lentes para ver el mundo.

Así las cosas, es necesario mantener una conexión consciente con el ser interior, con la luz divina que habita en cada uno de los hombres; esa fuente de energía vital que todo lo nutre y sintoniza en la intimidad de cada individuo. Una permanente reflexión que, reconociendo el entorno, los retos y aspiraciones humanas, es capaz de articular su autoestima y fortaleza para reconocer y superar al ego como lo que es: una disfunción colectiva y la locura de la mente humana (Tolle, 2017, p.75).

El Editor

Referencia
Tolle, E. (2017) Un nuevo mundo, Ahora. Encuentra el propósito de tu vida. Decimotercera Edición. Tercera reimpresión. Barcelona, España: Penguim Random House Grupo Editorial.

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