Es momento de hacer
balances, de revisar lo que ha pasado durante el año que está por terminar, es
hora de volver a analizar aquello que escribimos y declaramos para estos 365
días. No es momento para enfrentarse, criticarse o disculparse frente a los
resultados que tenemos, es momento para entender y aprender las lecciones que
hemos tenido durante este giro de la tierra alrededor del sol y tener la
capacidad para hacerlo mejor el año que sigue.
El concepto de
evaluación en el contexto educativo, inicialmente no buscaba clasificar o
etiquetar a las personas con niveles de desempeño, sino como una oportunidad
para ver sus aciertos, potenciar esas ventajas y establecer algunas acciones,
para hacer de manera diferente, en aquellos eventos donde no se tuvieron los
resultados esperados. Bajo esta perspectiva, el aprendizaje se privilegia por
encima de un nota o clasificación, habilitando una ventana de oportunidad para conectar
a la persona con su potencial y el de los otros.
La necesidad desbordante
de la dinámica económica y social de poder priorizar, segmentar y establecer
grupos, llevó a la evaluación a convertirse en el inquisidor implacable que
modela toda la realidad que tenemos: los incentivos y los castigos, los
reconocimientos y los logros, los que tiene mejor desempeño, los que cumplen y
los que tienen que hacerlo mejor. En este modelo, no es el aprendizaje el
mandante, sino la métrica y dónde se ubica la persona en esa distribución, un
marco de operación que habilita a la persona a verse distinto frente a lo demás
y estar en permanente “tensión” con el otro.
Por tanto, cuando
tratamos de evaluar nuestro propio camino, debemos evitar caer en la trampa de
las comparaciones con los otros, de los destellos de los triunfos de los demás
frente a mis resultados, pues al final el reto que tienen los otros, puede ser
un referente interesante para tener en cuenta, pero no es la realidad sobre mis
propios desafíos y objetivos personales. La evaluación que hacemos de nuestros
resultados es un ejercicio pensado y centrado en los objetivos y misión de
largo plazo y, cómo todo lo que hemos vivido, nos ayuda a caminar este sendero.
Figura 1 Visión de la evaluación
Cuando tu revisión
de resultados la haces fuera de esta realidad interior, que te lleva a
transformarte en otro distinto, que conquista metas y logros personales,
indicando su propio sentimiento de logro dentro de sí; tu vida crea un vacío
general exterior que no sabe dónde ubicar su punto de llegada. La velocidad de
las tendencias y las realidades hace que te distraigas de la fuente misma de
tus propias virtudes, dejándote llevar por ilusiones de brillo y luz, que sólo
generan inestabilidad y opacidad en tu interior, una contradicción que cada uno
alimenta por la excesiva necesidad de ser reconocidos por los otros.
Es claro que cada
uno de nosotros debe moverse discreta y atentamente en el vaivén de las aguas
turbulentas del mundo actual, de las relaciones, de los contactos, de las
certificaciones, de los reconocimientos y premios, pero lo importante, es no
naufragar en este océano de destellos artificiosos de la realidad, sino
capitalizar sus posibilidades para mantenernos en curso frente a nuestros
propósitos de vida, que no son negociables, ni está al vaivén de las tendencias
o modas.
La evaluación por
tanto, es un ejercicio personal que confronta nuestro propósito de vida,
frente a todo aquello que hemos realizado para concretarlo o para continuar en
su construcción y realización. Si hubo algo que no hubiese contribuido a este
empeño, habrá que analizarlo desde nuestra propia vida, no para inculparnos,
sino para afinar y canalizar mejor esa fuerza espiritual que tenemos y así, permanecer
fieles a nuestra misión; esa que nos permite continuar creciendo en el mundo
real con los pies en la tierra y el corazón en el cielo.
El Editor
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