Estamos en los
inicios de la era del monitoreo y control, donde todo lo que somos y queremos
comienza a estar en línea: fotos, videos, expresiones, palabras, archivos o
cualquier forma de comunicación que permita expresar quiénes somos. Esta
tendencia natural de compartir y denunciar lo que ocurre, muestra la necesidad
de las personas por revelar sus gustos e intereses y hacer evidente sus
condiciones y características individuales.
Toda esta
información “presupone la consideración
de una realidad independiente del sujeto a la que éste puede acceder mediante
la puesta en práctica de determinadas competencias y habilidades cognoscitivas
complejas” (Romero, s.f.). La verdad, la realidad supera nuestra capacidad
cognitiva y exige reconocer los patrones que ella tiene, para ver los flujos de
significados que se imponen desde la dinámica de una sociedad influenciada por
paradigmas reiterados.
Cuando nuestra
información no fluye de forma continua en la red, aquellos que la monitorean y
rastrean, indican un punto oscuro en el universo de estrellas que están viendo.
Advierten que se apaga un puesto en su espacio sideral y que alguien retoma la
senda de permanecer en las sombras o mejor en el anonimato, reservando su
derecho de ser visto o monitoreado, lo que lo hace más sospechoso a las redes
de vigilancia global que permanecen activas todo el tiempo.
Si entendemos que el
“conocimiento no es una verdad objetiva
sino variable y verificable” (Gros, 2015), debemos retomar el control de
aquellos que usan sus capacidades para observar sin ser vistos y crear un “aprendizaje
sin costuras” para darle nuevo significado a las conexiones que se revelan en
experiencias, datos e información, las cuales se recrean en diferentes puntos
de la red y a través de distintos momentos y recursos. Lo anterior supone
contar un consenso sobre los supuestos que habilitan un contexto social, en el
cual se hace realidad una intencionalidad, una teoría e hipótesis que son
discutidas y mejoradas por sus participantes.
El monitoreo y
control globalizado “implica una especial
capacidad para la flexibilidad y la adaptación a contextos diversos y en
constante movimiento” (Gros, 2015), lo que genera un permanente entorno de
discontinuidades que son poco perceptibles por los ciudadanos, pero ampliamente
conocido y utilizados por aquellos que compiten por nuestros datos. Esta
realidad, por demás ubicua, modifica la atención de las personas, generando una
vista fragmentada y dispersa de su contexto creando un espacio incierto que
concreta una ilusión de control reiterada por los paradigmas conocidos.
Si aceptamos que “la realidad proviene de la relación de
continuidad y de circularidad entre sujeto, dato y otros observadores”
(Romero, s.f.), es necesario entender que el juego de monitoreo y control,
busca quitarnos la tranquilidad, para acelerar el paso y mantenernos en
movimiento; una escena creada por la “sociedad en red” que te envuelve en la necesidad
de hacernos visibles en un teatro de alcance global, donde el reconocimiento de
otros, se convierte en la norma del enriquecimiento de los dueños del tráfico.
Recuerda como afirma
Berzosa (2016, p.40): “La vida activa y
ocupada, a la que le falte la dimensión contemplativa, no es capaz de la
amabilidad de lo bello. (…) La vida
gana tiempo y espacio, duración y amplitud, cuando recupera la vida contemplativa.”
El Editor.
Referencias
Romero, C. (s.f.) El
constructivismo cibernético como metateoría educativa: aportaciones al estudio
y regulación de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Recuperado de: http://campus.usal.es/~teoriaeducacion/rev_numero_03/n3_art_romero.htm
Gros, B. (2015) La
caída de los muros del conocimiento en la sociedad digital y las pedagogías
emergentes. Education in The Knowledge
Society (EKS). Abril, Vol.16, No.1. Recuperado de: http://revistas.usal.es/index.php/revistatesi/article/viewFile/eks20151615868/13002
Berzosa, R. (2016) Cibercultura y ecología. Evangelizar en un
cambio de época. Burgos, España: Monte Carmelo.
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