Recientemente se han publicado
noticias sobre la cultura de organizacional de AMAZON, el gigante digital de
las librerías en el mundo. La noticia, inicialmente expuesta por una persona
que ya no trabaja para la multinacional, indican una cultura exigente,
arrogante y descuidada con sus colaboradores. Al tiempo, el presidente de esta
empresa ha sido interrogado sobre los comentarios y sus respuestas, más que dar
explicaciones, reflejan la tranquilidad de un ejecutivo que sabe cómo enfrentar
los medios y los cuestionamientos por parte de los periodistas.
En fin, no sabemos con certeza
qué ocurre al interior de esta empresa digitalmente construida, que nos permita
explorar con detalle las condiciones reales de cómo se construye su cultura
organizacional. Al margen de lo anterior, esta noticia deja al descubierto una
tendencia natural que está presente en las empresas, que es la “libertad de
expresión” propia de cada empleado, la cual está custodiada por la imagen de la
empresa, su visibilidad en el mercado y las normas internas de ésta.
Preguntarle abiertamente a una
persona de una empresa sobre el ambiente de la misma, es una inquietud que será
respondida con filtros particulares, presentes en todas las reflexiones a
interior de la organización, como quiera que, aunque no se vea o lea en un
documento, hay reglas tácitas que son transmitidas de una persona a otra las
cuales hacen parte de la forma como los individuos se comportan. Violar esas
reglas tácitas es comprometer la manera como la empresa hace las cosas o se
expresa sobre ellas, sin perjuicio de las “sanciones” o “represalias” que pueda
haber, bien de forma activa o pasiva.
Debajo de esa codificación
oculta, existen otras que se crean como parte de las agendas paralelas y reales
que se encuentran en los diferentes equipos de la empresa. Se usan
indistintamente para comunicar aquello que es políticamente correcto y otras
que, sin tantos filtros, establecen lo que estratégicamente conviene hacer o
conversar. Así las cosas, las organizaciones están configuradas por una red de
conversaciones cifradas, las cuales limitan un real entendimiento de lo que
pasa.
Cuando se tiene acceso a la clave
en la cual están codificadas las comunicaciones o mejor aún, se crea una brecha
de seguridad o “hackeo” del protocolo, es posible ver la fibra de las
percepciones reales y las contradicciones que imperan en la forma como las
personas se comunican o actúan. Si bien vivimos en un mundo de máscaras o
compromisos personales y empresariales, es necesario abrir el código de las
organizaciones para facilitar un espacio de comunicación que permita el flujo
de información, emociones e intereses con el fin de tener una vista real de
aquello que nos hace diferentes y por tanto, únicos en la forma como
enfrentamos nuestro diario vivir.
En este sentido, cuando
compartimos una cultura organizacional y hacemos parte de sus aciertos y errores,
nos convertimos en custodios de las llaves de su protocolo de comunicaciones, el
cual está cercado por los acuerdos tácitos de la costumbre empresarial y el
estilo de liderazgo imperante en la empresa.
Por tanto, si aquello en lo que
crees y esperas no se empareja con lo que experimentas en tu vida empresarial,
tienes dos caminos a seguir: (a) guardar silencio interior y vivir como
extranjero en tierras conocidas trabajando por aquello que quieres cambiar, o (b)
convertirte en un “Snowden” de tu propia cultura y ser un perseguido por abrir
una brecha de seguridad cultural que, no sólo expone a la empresa, sino tus
propios “pecados” y actuaciones.
El Editor
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