Todos tenemos un encargo, una
misión, una tarea superior que debemos cumplir. Somos enviados todo el tiempo
para tomar posesión de aquello que ha sido instalado en el mundo para que
nuestros talentos se potencien y se hagan realidad. Somos enviados de la luz
para que transformemos aquello que parece perdido y oscuro, en notas de
encuentro y claridad.
Somos enviados a terrenos donde hay mucho por hacer,
donde hay que lanzarnos a construir con lo poco o mucho que haya. La materia
prima es inacabable, somos seres en obra gris, que en la medida que nos
conectamos con los otros, avanzamos en la renovación de nosotros mismos. Nadie
tiene mayor capacidad de reinvención, que aquel que está todo el tiempo
construyendo con otros, que sale al encuentro del otro, que trabaja y se
ensucia del “barro” del otro, que no rehuye de su realidad sino que la construye.
Somos enviados a campos de acción donde la resistencia
siempre será mayor, donde las contradicciones serán la norma. No debemos
temer esta confrontación, ni sentirnos incómodos con esta lectura, sino
aprovechar esta oportunidad para leer aquellas cosas que el entorno nos dice
que muchas veces pasamos por alto. Recuerda que grandes catedrales de
arquitectónicas y del saber, se han erigido sobre las piedras de los críticos,
que sin notarlo en lugar de dañarte o disminuirte, te entrenan y fortalecen
para enfrentarte a situaciones más complejas.
Todo enviado tiene su recompensa, el premio a la perseverancia, al
ejercicio continuado de mantenerse fuera de la zona cómoda. Una recompensa que
no está alineada con los premios o reconocimientos del mundo, sino con el
proceso mismo de construcción interna que cada ser humano surte en el camino de
la vida. Un reconocimiento propio de las exigencias de cada momento, que te
permiten ver el mundo como una oportunidad para continuar aprendiendo y
desaprendiendo. La recompensa es un premio al logro de una vida lanzada a
cruzar tus propios umbrales y donde la excelencia es una marca personal que
estamos dispuestos a superar.
Todo enviado cree en una promesa, en un designio, en una
declaración que lo motiva y lo guía. Una expresión que lo conecta con la
divinidad y con su pasión para lograr sus retos. Una promesa que lo invita de
manera permanente a no escatimar esfuerzos y a posponer las victorias
temporales, para aspirar a los bienes y triunfos trascendentes, esos que dan
cuenta de la experiencia de ser humano con su visión superior de la vida. El enviado
cree y por lo tanto, transforma todo su entorno para que su misión haga
realidad.
Finalmente y no menos importante,
todo enviado corre riesgos, se expone por una causa y da testimonio de ella. Un
enviado motivado por su misión, se hace mártir de un mensaje, esto es, una
lectura viva de su creencia y una declaración auténtica de aquel que, sin mirar
hacia atrás, es capaz de no vacilar y emprender aventuras que lo lleven a la
plenitud de su encargo.
El enviado se arriesga a anunciar y convencer espíritus
incrédulos, a nutrir y motivar causas perdidas, a transformar y movilizar seres
inertes, pues sólo así es posible pasar
la página de la indiferencia y escribir la historia del mundo con la impronta
de la verdad.
El Editor.