Cuando se habla de talentos,
podemos tener muchas lecturas del mismo concepto. Si lo miramos desde la Biblia
es una moneda, un pago; si lo revisamos desde la persona es una habilidad, una
destreza, una forma particular de hacer las cosas y si lo analizamos desde la
disciplina psicológica, es una cualidad, una propiedad inherente de la persona
que la distingue de otras en su campo particular.
Cualquiera que se la vista, los
talentos son dones, regalos particulares que la vida y el ser superior entrega
a los seres humanos, como armas especiales para abrirse camino en medio de los
retos y oportunidades que se presentan para alcanzar su propósito en la vida.
No obstante lo anterior, pocas veces se repara en profundizar es estas armas
dejando que la cotidianidad y la comodidad apaguen y diluyan lo que
inicialmente fue un regalo.
El talento implica abandonar la
zona cómoda, lanzarnos a conquistar la incertidumbre y creer firmemente que es
posible hacer la diferencia. Esto implica persistencia, perseverancia y
madurez, como quiera que ese regalo que se nos ha entregado, requiere un proceso
de forjado, tallado y pulido que implica horas de práctica, intensos momentos
de reflexión y una gran dosis de resistencia, para que la joya que ha sido
plantada en el interior del hombre brille y transforme con toda su plenitud.
El talento requiere decidirnos
por nosotros mismos, abandonar nuestras excusas, renunciar a nuestros apegos y
redescubrir la esencia de la vida. Si queremos que las cosas cambien en la
vida, debemos pagar el precio para estar en el siguiente nivel, avanzar en
medio de lo desconocido y lanzarnos a superar la política de “cero riesgos”,
para liberarnos de nuestros propios hábitos, que nos impiden apreciar los
cambios y nos hacen insensibles a las posibilidades que nos habilitan para
vencernos a nosotros mismos.
Bien anota Goethe: “lo más
importante en este mundo no es saber dónde estás, sino hacia dónde vas”, por
tanto el mundo no está hecho para los mediocres, que intentan en todo momento
quebrar las iniciativas, sino para aquellos que se lanzan a perfeccionar sus
talentos, superar sus propios miedos y avanzar a pesar de las frustraciones. Experimentar
la magia del talento, es armonizar el esfuerzo, la visión y las ganas con un
propósito superior.
Venimos al mundo con la capacidad
para elegir, pero las creencias y valores que hemos interiorizado muchas veces
nos limitan para cambiar de manera definitiva la historia de nuestras acciones.
Si bien adquirir conocimientos y titulaciones académicas es una parte
importante de la evolución y preparación de las personas, igualmente lo es el
potenciar las capacidades propias de cada individuo, así como su vocación, pues
allí cuando la academia y la motivación interior confluyen, estamos desatando
el potencial superior que hemos recibido como regalo.
No podemos continuar ocultando
los talentos, negando posibilidades a otros de ser beneficiados del poder
transformador que éstos tienen. No podemos seguir viviendo vidas grises y
anónimas, sino brillantes, auténticas y con sentido, para que la suerte que
concede el talento y el entusiasmo que provoca ponerlo en operación, deje fluir
la esencia del don que hemos recibido y se materialice la aventura del
conocimiento en nosotros mismos.
Referencia
Sánchez, A. (2010) Arqueología del talento. En busca de los
tesoros personales. Segunda Edición. Madrid, España:ESIC Editorial
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