Casi todos hemos sido formados en
el paradigma competitivo, donde “ganar” es la consigna que se persigue, el
valor más importante para realizar y el credo que debemos profesar, pues si
jugamos el “juego de la vida”, alguien dijo, “jugamos para ganar”. Vamos por la
vida preparándonos para cerrarle la brecha a la incertidumbre, al miedo y las
dudas, tratando de tener el camino más certero y conocido para anticipar los
movimientos más inesperados de la vida.
Sin embargo, la vida nos muestra
que no podemos ir tan rápido como queremos, ni tan conocedores como creemos, ni
tan temerarios como parecemos. La vida exige presencia, darnos cuenta que
estamos en un momento y lugar, que debemos advertir los matices del paisaje y
descubrir las bondades de nuestras cegueras mentales y cognitivas, pues allí se
esconden los nuevos normales que nos lanzarán al siguiente nivel de evolución.
Dice Álvarez de Mon (2012, p.48) “toda fortaleza, llevada a su extremo,
esconde una debilidad”, una frase que entra en tensión con la búsqueda del
experto. Quien se vuelve experto, debe saber que su saber disciplinar entrará
en una oscuridad cognitiva que no le dejará ver otras opciones. En este
sentido, cuando un saber disciplinar, se pone en contacto con otras visiones
del mundo, no solo se ensancha, sino que descubre nuevas formas de cambiar sus
paradigmas e ilustrar nuevas rutas antes inexploradas.
Si bien, anota Álvarez de Mon
(2102, p.67) “No somos nuestros errores,
tampoco nuestros aciertos y ni unos ni otros descubren la esencia y enigma de
nuestra existencia”, nuestras acciones y luchas por propósitos superiores
nos ofrecen una ruta de conocimiento interior, que privilegia el bienestar de
otros y nos abren la puerta a la trascendencia, a la búsqueda de recompensas
superiores, que reconocen nuestras limitaciones y nos habilitan para potenciar
nuestros talentos y virtudes. Nada más elevado para nuestra humanidad, que
recorrer nuestro interior accidentado de limitaciones, para compartir con otros
la oportunidad y aventura de aprender.
La presencia y la trascendencia
nos definen como seres humanos, centrados en lo importante y alejados de lo
transitorio y caduco. Álvarez de Mon (2012, p.78) lo confirma diciendo “cuanto mejor conozcamos nuestra urdimbre
interior de pensamientos y sentimientos, unos y otros, los más sanos y también
los menos hermosos, más pensada, libre, noble y responsable será nuestra
conducta”, y sólo así, podremos advertir en la incertidumbre y las dudas la
manera como encontramos con nuestra propia verdad, nuestros propios retos y
nuestros propios sueños.
En este sentido, concluye Álvarez
de Mon (2012, p.80) “Si nuestra
meditación sobre lo que es, sobre lo que acontece, sin adjetivos ni estimaciones
personales, es limpia, presente, consciente y libre, estaremos sentando las
bases de un cambio de paradigma personal. Dejaremos de ser nuestro peor enemigo,
astuto, oculto y evasivo, para convertirnos en un amigo despierto, razonable y
comprensivo, que hace de la disciplina, la paciencia, la humildad y el humor
las cuatro patas que sostienen un sillón sólido y cómodo”.
El Editor
Referencia
Álvarez, S (2012) Aprendiendo a perder. Las dos caras de la vida. Barcerlona, España:Plataforma Editorial.
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