Muchas son las definiciones de
confianza, muchos los estudios que se han hecho sobre esta palabra, pero solo
en el ejercicio diario del mundo, es donde halla sentido la expresión misma de
la confianza. Confiar, de alguna manera implica esperar, tener fe que la
contraparte se va a comportar de acuerdo a lo esperado, una apuesta sobre un
entendimiento que se reconoce compartido y cuya fuerza radica en el
cumplimiento de una expectativa particular.
Luhmann (1996, p.49) afirma que: “cualquiera
que confía tiene que estar preparado para aceptar los riesgos que implica. Debe
tener en claro aunque sea solamente para tranquilizarse, que no está confiando
incondicionalmente, sino más bien dentro de límites y en proporción a
expectativas racionales y específicas”. Esta afirmación de este académico,
revela la contraparte natural de la confianza, aceptar los riesgos que implica
confiar.
Confiar no es firmar un cheque en
blanco, es concertar una expectativa, descubrir la esencia de los significados
del otro y verse allí reflejado, para luego situar las condiciones que me hacen
vincularme con el proyecto del otro. La confianza se basa en el conocimiento y
convivencia de dos o más personas, una propiedad que se construye con base en
la sintonía de visiones y creencias que, si bien, no son necesarias que se
compartan, basta que se vivan y transmitan en cada palabra y expresión del
otro.
Cuando una persona declara que confía
en otro, inevitablemente acepta el hecho de la fragilidad humana y los eventos
inesperados, los cuales generan tensiones entre los participantes. Dicha
tensión será mayor si tiene conocimiento limitado del otro y menor si existe una
historia previa de situaciones compartidas. En este sentido, la confianza es un
proceso de aprender y desaprender quiénes somos y qué queremos cuando comunicamos
nuestras experiencias con otros.
En un mundo dominado por posiciones
empresariales, por logros y reconocimientos, las fallas y debilidades humanas,
constituyen agentes que erosionan la confianza y comprometen la imagen de las
personas. Son situaciones que provocan retiros importantes de la cuenta de
confianza de los ejecutivos, los cuales no tienen otro parámetro de medida y
virtud, pues de igual forma ellos se ven afectados por los impactos de los
errores que se cometen.
Así las cosas, confiar de manera
abierta y responsable, implica acercarme a la red de significados del otro y
fundir mis esperanzas con las suyas, para que juntos puedan aprender del
ejercicio de superar sus propias certidumbres y abrirse de manera conjunta a
esperar construir desde la inevitabilidad de la falla. Esta declaración
contradice la lectura del confiar que hemos conocido, pues somos fruto de la
pedagogía del éxito, de las conquistas de las certezas y las acreditaciones con
resultados esperados, aun sabiendo que somos materia frágil y proclive a lo
menos sano y bienaventurado.
La confianza, si bien disminuye
la complejidad en las interacciones con otros, es una actitud que se aprende,
es decir, una evaluación afectiva, una predisposición efectiva que acerca o
distancia del otro, que es afectada por los resultados que de ella se desprenden,
para entrar en la sintonía con esa otra realidad. Por tanto, confiar pone de
manifiesto a la persona misma en toda su dimensión para nutrir un juico y un criterio
que ha sido interpretado, categorizado y ordenado alrededor de coordenadas de
valores expuestos que gravitan sobre un imaginario compartido.
El Editor.
Referencia
Luhmann, N. (1996) Confianza. Madrid, España: Anthropos.
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