Anota Emilio Moraleda en su libro “Los retos del directivo
actual. Conductas, competencias y valores imprescindibles del profesional del
siglo XXI”: “(…) No termino de comprender por qué a los altos ejecutivos les
cuesta tanto dar reconocimiento selectivo a personas que hagan contribuciones
excepcionales. (…)” esta frase denota aspectos propios de la necesidad de “alfabetización
emocional” que debemos emprender cada uno de nosotros.
Las emociones son naturales y propias de los seres humanos.
Nos mueven, nos movilizan y nos dirigen, sin embargo, es menester de cada
individuo, poder iniciar ese viaje hacia su interior para conocer y desarrollar
la forma como éstas deben entendidas, moderadas y ajustadas para mantener una
balance en la interacción con los otros que permita descubrir lo mejor de cada
persona.
Etimológicamente, el término emoción viene del latín emotĭo,
que significa "movimiento o impulso", "aquello que te mueve
hacia", una activación de la motricidad de la voluntad, que nos lanza a
manifestar eso que experimentamos dentro, un movimiento de esa “fiera” interior
que llevamos para encontrarnos con nuestros semejantes.
Alfabetizar en la emoción, es conocer los miedos, iras y
pasiones interiores, descifrar cómo afectan el cuerpo y las conductas, para
luego, enfrentarlas, conocerlas y domarlas en el ejercicio de crecimiento y
potenciación de nuestras capacidades. Surtida esta fase, lanzarnos a recorrer
el paisaje emocional de los otros, sintonizar aquellas que desatan el potencial
de los individuos y canalizarlas para que se mantengan en movimiento, no
solamente para alcanzar resultados, sino que, dándose a otros, alcancen metas
superiores.
Trabajar en el campo emocional, es desarrollar una
competencia social que te permita ir por la vida descubriendo lo bueno y lo
novedoso que tienen todos los seres humanos para compartir. Esa capacidad, casi
infinita, de recorrer cada momento de la existencia para alcanzar la idoneidad
y la excelencia en el ejercicio de los talentos y las virtudes.
Cada ser humano está inmerso en una conexión propia con su ser
y con lo sagrado. Una reflexión en profundidad que le permite reconocer y
entender sus sueños, aspiraciones y retos; un ejercicio permanente para vencer
su propia inercia y estar siempre en movimiento, reinventándose a sí mismo. No
podemos engañarnos a nosotros mismos y menos con lo que sentimos, pues está en
juego nuestra propia estabilidad emocional, salud corporal y la realización de
nuestras metas.
Mientras no desarrollemos la disciplina formal para educar y
edificar nuestras emociones, estaremos presos de nuestros propios instintos, de
nuestra irracionalidad animal interna. Sólo demarcando y estableciendo límites
sanos, santos y sabios, podremos capitalizar las bondades y generosa recompensa
de unas relaciones humanas abiertas, asertivas y trascendentes, aquellas que
inician con un saludo y un abrazo, y que sólo se fortalecen y definen con el
paso del tiempo.
No debemos temer expresar lo que sentimos, o mostrar vulnerabilidad
interior, pues en ese ejercicio de donación personal, es posible encontrar la
fuerza y el propósito para alcanzar el potencial personal que fusiona nuestra
racionalidad y con nuestra humanidad.
El Editor
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