Se dice que en cada mundial
de fútbol se presentan muchos equipos “sorpresa”, sugiriendo posiblemente, que un
resultado responde a un tema del “azar” o de la “suerte”, situación que no es
justa frente al trabajo exigente y planeado de muchas personas y cuerpos
técnicos que han perfilado cada uno de los integrantes de los equipos
mundialistas.
Un equipo no sorprende, se rebela
contra sus propios pronósticos, se enaltece frente al marcador en contra y se
sobrepone a los más oscuros augurios. Los equipos que se concentran en vencerse
a sí mismos y su motivación está más allá de ganar un juego, encuentran un
sentido para trascender y dejar un legado; son aquellos que no solamente
muestran categoría en el campo de juego, sino firmeza emocional para asumir cualquier
desafío.
Muchas horas de trabajo
debieron pasar para que entrenadores y equipos se pusieran a tono con los retos
y exigencias que establece participar en un mundial. La presión fuera y dentro
de la cancha, los medios, las entrevistas, la disciplina de equipo, la
dirección del cuerpo técnico, la autodisciplina y la concentración son, entre
otros, elementos que se deben cuidar para mantener un equipo orientado hacia un
resultado, con hambre de victorias personales y visiones compartidas.
Los sueños que se
materializan en el campo de juego son sueños personales y de nación, sueños que
no dicen otra cosa diferente a querer hacer la diferencia, a poner todo de sí
para que se beneficie el equipo, a encontrar cómo puedo sumar con mis
habilidades y talentos para que el orgullo de la familia sea uno con el sentimiento
de un país.
Vestir la camiseta de un
equipo, es sentir en la piel el tatuaje de un país, el clamor de un pueblo, ese
que es capaz de darlo todo para alcanzar sus metas. Sentir la camiseta en un
mundial, es experimentar en la epidermis la fuerza de un sentimiento, la vida
de una sociedad que cree que es posible lograr lo que nadie ha logrado; rendir
un homenaje a la confianza y la fe, como prendas de aquellos que creen, aún no
hayan visto.
Las selecciones que atienden
el mundial llegan con el firme propósito de no defraudar a sus países, de poner
todo de sí para atravesar los diferentes filtros propios de la competencia.
Esto supone que habrá situaciones donde algunos llegarán más lejos que otros,
pero lo que no se puede perder de vista, es que habrán entregado en la arena,
su vida, alma y esfuerzo como donación abierta y consciente de su talento y
virtud para encontrarse con ellos mismos y sus rivales.
La famosa copa del mundo no
puede ser signo de confrontación, ni de egocentrismos, ni de gloria efímera,
debe ser el testimonio del esfuerzo, la preparación, la pasión, la fuerza y la visión
de conjunto que descifra la ecuación personal y colectiva de cada participante,
esa virtud que lleva el talento y la picardía en la ejecución del juego, con la
promesa de alcanzar el mayor rendimiento y la donación total para hacer que las
cosas pasen.
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