Somos personas de emociones,
de sentimientos, de manifestaciones corporales permanentes que comunicamos todo
el tiempo lo que somos, podemos y deseamos. Somos una fuente de transmisión constante para el mundo y basta con sintonizar una frecuencia para encontrar
esa realidad particular que define a un ser humano.
Seguir el rastro emocional de
una persona, exige una escucha activa de sus expresiones particulares, de sus
palabras, de sus deseos y sueños. Cada momento es una partitura especial de la
melodía interior de los seres humanos, que describe sus motivaciones, deseos y
realidades con la fidelidad que genera la proyección de sí mismo sobre su
entorno.
Entrar en el seguimiento de
los rastros emocionales implica explorar el mundo interior del ser humano;
descender por las sendas de las creencias, de las experiencias y de los retos
que definen la forma como cada individuo se enfrenta a descifrar su mundo y a
conquistar sus propios temores. Es un proceso de reconstrucción permanente donde
las huellas emocionales cambian y se matizan en medio del paisaje interior.
Muchos quisieran especializarse
como sabuesos de estas trazas emocionales para encontrar respuestas a
comportamientos, expresiones y acciones que las personas tienen, sin embargo,
esta especialidad reviste una especial categoría espiritual, que pocos quieren
recorrer, pues implica una viaje personal para desprenderse de las “seguridades
humanas” para abandonarse en las “verdades divinas”.
Ser un analista de las
huellas emocionales, implica haber recorrido sus propias trazas, reconocerlas,
enfrentarlas y someterlas en el escenario de sus propias limitaciones y
contradicciones. Esto es, sumergirse en las aguas inexploradas de la fe, de la
esperanza y la caridad, donde se esconden las primicias de los que han cruzados
los límites humanos y se han fundido en el crisol de las verdades eternas.
Nada más retador y valeroso
que lanzarse a escrutar las huellas emocionales, un proceso que se debe
adelantar con precisión quirúrgica, toda vez que en ellas se delinea una
persona, su mundo, su historia, su pasado, su presente, su retos, sus sueños y
sobre manera, la forma como se abre al mundo, bien para donarse en función de
otros o para cerrarse como forma de protegerse de otros.
Las huellas emocionales son
la impronta permanente del hombre que se observa a sí mismo y a su entorno, el
ejercicio de escucha profunda donde el ser humano reconoce su voz interior como
base de su comunicación trascendente. Así las cosas, la claridad de la huella
emocional estará asociada con la fidelidad de traza, esto es con la
autenticidad de la expresión emotiva, que permita reconocer la profundidad de
lo que se expresa y cómo afecta a su destino.
No te pierdas en el mar de
huellas emocionales que a diario puedes ver, no te deje contagiar de emociones
que te quitan la tranquilidad y roban tu energía, deja que fluyan tus deseos y
motivaciones, para que las emociones positivas transformen tu vida y la virtud
del escuchar “el trasfondo” de lo que sentimos, abra la puerta al
discernimiento y nuevas percepciones superiores que reflejen el brillo de DIOS
en cada uno de nosotros.
El Editor
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