Muchas preguntas y
reflexiones se han escrito alrededor de las personas exitosas, de aquellos
seres que en cada reto que se proponen, logran alcanzar sus objetivos. Cuando
se analizan estos individuos se encuentran elementos comunes en ellos como son
entre otros: persistencia, dedicación, entrega, foco, humildad y determinación
para hacer que las cosas pasen.
Si bien todo lo anterior
establece un conjunto de características clave, la esencia de los mismos se
esconde en la base espiritual que llevan dentro de sí, en la sintonía con el
ser trascendente en el cual creen, en su oración o meditación diaria que los
nutre de las fuerzas universales y en su permanente deseo de abandono de las
cosas humanas. Renuncian a las victorias temporales y se concentran en el
vencimiento de sus comodidades presentes, para alcanzar sus sueños futuros.
Esta composición espiritual
surge de la construcción personal de cada ser, que busca en la sintonía con las
verdades universales, fuentes de sabiduría y conocimiento para explorar nuevas
formas de nutrirse y reinventarse para permanecer vigentes en el ejercicio de
su encuentro con la divinidad. Saben que son invitados permanentes de la gracia
y que sus bondades están a su disposición, cuando se mantienen lejos de su ego
y cerca de sus miserias.
Los santos, los monjes, los
yogui y cualquier otro modelo de espiritualidad, nos muestra que el ADN
espiritual es la base de la evolución del ser humano para alcanzar la mayor
sintonía con lo eterno, dejando su interacción con el mundo, como un capítulo
pasajero de su historia, donde descubre sus potenciales y capacidades como requisito
para lanzarse fuera de sí para encontrarse con su DIOS.
La espiritualidad humana es
la que alimenta la cotidianidad personal, es la que anima y define la forma
como el ser humano se enfrenta a los retos del mundo. Es la matriz de las
actuaciones y reacciones humanas, toda vez que desde esa estructura espiritual
se registra la interrelación entre cuerpo, alma y espíritu que permite al
individuo reconocer sus más profundas emociones y deseos.
Los triunfadores en la vida,
entienden que los retos o contratiempos guardan dentro de sí la semilla del
logro, del desarrollo personal, esas lecciones que les hacen falta para entrar
en el siguiente nivel de evolución. En este sentido, la espiritualidad es la
savia que motiva una actitud diferente frente a la vicisitud; una que piensa
con flexibilidad, estimula la creatividad y potencia nuestro carácter.
Una vida centrada en la
espiritualidad, en el descubrimiento del genoma espiritual humano, nos motiva a
la santidad, entendida ésta como el ejercicio pleno de nuestra vocación en el
mundo, que nos lleva al “nirvana” de nuestro desarrollo humano y a nuestro
encuentro con DIOS. Recuerda que no hemos venido a ser observadores de lo que
ocurre en el mundo, sino sus protagonistas, una lección de vida que no termina
con tu compromiso para “saber más”, sino que continúa con tu fidelidad para “ser
más”.
El Editor
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