Todos los seres humanos tenemos zonas abiertas, zonas
ocultas, zonas ciegas y zonas desconocidas. Mientras más amplia sea la zona
abierta, mayor es la apertura y transparencia que generamos cuando
interactuamos con los demás. Estas diferentes zonas fueron detalladas por los
psicólogos Joseph Luft y Harry Ingham, que denominaron la Ventana de Johary,
como una estrategia para mejorar la comunicación a través de la cual una
persona da o recibe informaciones sobre sí misma o sobre otras personas.
La idea de usar este instrumento es alertar y tratar las
áreas ocultas y ciegas que son las que predominan en la relación interpersonal.
El área oculta es aquella donde hay elementos desconocidos por los demás y
conocidos por la persona, mientras el área ciega, es aquello que la persona no
conoce, pero es conocido por los demás.
Revisando este instrumento que posibilita una comunicación
más fluida entre las personas, surge una interesante pregunta frente a nuestra relación
con nuestro Creador, ¿qué predomina en nuestra relación con DIOS? ¿Qué hacer
para tener una zona más abierta con Él?
Cuando en nuestra relación con el Creador predomina el área
oculta o privada, experimentamos el miedo, sentimientos de culpa y vergüenza respecto
de nosotros mismos frente a lo que pueda pensar nuestro DIOS, a cómo pueda
actuar frente a nuestros pensamientos, generando distancia de su presencia y
alejamiento de su bondad.
Superar esta ventana, demanda abrir nuestro corazón y
nuestra vida a DIOS. No interesa que tan equivocados estemos, que tanto nos
hayamos equivocado, ni las veces que lo que hemos ofendido, es siempre está
abierto a encontrarse con nosotros, pues su bondad es infinita y su amor incondicional.
Cuanto más conocemos la esencia misma de nuestro Creador mayor será nuestra sed
de entrega y donación para transformar el mundo.
Cuando la relación se plantea en términos del área ciega,
comunicamos nuestro querer, sin medir los impactos o implicaciones, sin mediar
los mensajes contrarios que otros puedan percibir. Una forma de relación donde
lo que importa es mi visión, mis intereses, mis retos y objetivos, donde los
otros son parte de mi entorno, pero no son mi prioridad.
Reducir esta ventana, es pensar primero en el otro,
reconocer al Creador en el prójimo, es descubrir que somos parte de un conjunto
donde todos sumamos, donde compartimos intereses, retos y emociones, que somos
parte esencial del querer del Universo, que se transforma a sí mismo, cuando
cada uno de nosotros acepta el reto de superarse a sí mismo. Mitigar el área
ciega es reconocer nuestras limitaciones y virtudes, para ponerlas al servicio
del amor.
Para el Creador no hay área desconocida, pero si para
nosotros. Él nos conoce desde el inicio de nuestra vida, nos intenta dotar de
todo lo necesario para que alcancemos nuestro potencial, pero muchas veces le
negamos la posibilidad de hacerlo. Por tanto, que podamos ser dóciles y atentos
a las bondades y generosas bendiciones divinas, que mantengamos el buen combate
frente a los espejismos del mundo, para continuar avanzando en la zona de
encuentro permanentemente abierta que DIOS tiene para nosotros. Bien decía un
Sumo Pontífice: “Jóvenes no teman, DIOS no quita nada, lo da todo”.
Cuando entendemos que nuestra comunicación con DIOS, no
permanece en la zona abierta, en la zona donde podemos disfrutar su presencia
permanente, de nuestra entrega total, de nuestro compromiso con lo santo y
puro, sabemos que no vivimos en plenitud las promesas de su amor. Por tanto,
que la búsqueda permanente del conocimiento propio y nuestra decidida opción
por el otro, sea la antorcha que permanezca encendida para desterrar las
tinieblas de nuestro corazón, renacer en la hoguera de la fe y fundirnos en el
crisol de su querer.
El Editor
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