Nuestra imaginación es la herramienta más poderosa que tenemos
para transformar nuestra vida y la de
otros. Es la imaginación una fuente generosa de motivaciones positivas o un
portal de visiones contradictorias que desestabilizan nuestro plan de vida. La
imaginación, fuerza energizante y llena de atributos sobrenaturales, que yace
entre la mente humana y la materia, para desatar las líneas de energía que
están presentes en el universo.
La imaginación es un don y una virtud en cada uno de los
hombres, que contiene la llave para visualizar lo que no se ve y tener la
certeza de alcanzarlo aún las tinieblas lo cubran. Es en la imaginación donde
se elaboran las promesas de DIOS para los hombres, ese escenario compartido
donde todos podemos participar de la luz del Creador, el sitio místico por
excelencia que sólo se alcanza en la contemplación de lo santo y alto. Imaginar,
es el ejercicio del hombre para encontrar la puerta al deseo de su Creador, el
movimiento de la mente y el deseo humano para encontrarse en una dimensión
superior.
La imaginación, la han catalogado como “la loca de la casa”,
una figura que anda divagando, generando ideas, algunas incómodas o
inesperadas, otras que generan bienestar y descanso. La imaginación como llave
que abre las puertas a la dimensión de la fuerza divina, debe ser educada para
desafiar lo conocido y experimentar los abrojos y espinas del camino, que contrario
a la propuesta de uno de laureles y reconocimientos, nos permite superar
nuestra venda natural de la vida cómoda, para comprender esa verdad que incomoda
y no permite ser cuestionada.
Imaginar es experimentar en la libertad de los que aman,
aquellas cosas que nos desagradan, esos momentos que nos exigen y demandan
posiciones, esas condiciones que nos reclaman nuestra capacidad para cambiar de
lentes y ver la realidad y decodificarla en clave de amor, esto es eliminar las
luces y los destellos de las cosas del mundo, las lisonjas, los reconocimientos,
los cargos, nuestro miedo a ser criticados, en pocas palabras, abrir nuestro
corazón a la promesa divina, que reclama nuestra semejanza con la luz.
Cuando el hombre imagina, entra en la visión convencional de
la humanidad, construida sobre su propia identidad, su historia, experiencia y
planes futuros, los cuales definen una forma de enfrentar el futuro y hacer que
las cosas pasen. Si definitivamente no podemos imaginar una nueva realidad sin
liberarnos de quiénes somos, en qué creemos y para qué existimos, tampoco
podemos allanar el camino para renovarnos a nosotros mismos, pues la repetición
de modelos exitosos nos ilumina una ruta conocida, que no despierta nuestra
vigilancia activa, para encontrar un quiebre de la realidad conocida.
Imaginar es el principio del viaje hacia nuestro interior,
hacia nuestros propios pensamientos y oportunidades, es la búsqueda de sentido
humano para visualizar la fuente infinita de sabiduría no convencional que vive
en cada uno de nosotros, esa sabiduría que hemos heredado y que no hemos sabido
aprovechar. La imaginación es el molde de cerámica que está dispuesto fundir
los absurdos de tu mente, para combinarlos con las realidades circundantes y
producir aquello que “no tiene nombre” que aún están en el espacio de las “indefiniciones”,
hasta que el ser humano, haciendo gala de su don como dueño de lo creado, le dé
uno.
Imaginar es tan poderoso como conversar. Bien dice la
Escritura Católica “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, palabras
que manifiestan un poder en la palabra, para imaginar y revelar la autoridad del diseño arquitectónico
inicial, un mandato que está inscrito desde el inicio del mundo reservado para
todos los seres humanos y destinado a mirar al futuro para hacer que las cosas
pasen.
El Editor
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