Muchas veces nos vemos avocados a situaciones límites, momentos en que
toda nuestra energía parece comprometida y que nuestra mente se exige al
máximo. Dichos instantes son condiciones naturales que nos revelan
nuestra especial relación de sujeción que tenemos con nuestro Creador.
Un relación de confianza y abandono, que exige de cada uno de nosotros, el cumplimiento de deberes intensificados que buscan elevar a cada ser humano en las virtudes plenas que DIOS tiene reservadas y potenciadas en cada uno de nosotros.
Entender esta relación especial de sujeción, es ahondar en la unción celestial que tenemos desde el inicio del mundo, donde el mandato divino es una exigencia natural en nuestra cadena genética, que nos dice cómo la naturaleza y sus diferentes formas nos motivan y movilizan para cumplir a cabalidad los deberes de alabanza y adoración que nuestros actos deben rendir al mismo dueño de la vida.
Si bien el decálogo es la norma por antonomasia de nuestra relación especial con DIOS, el amor es la norma que la supera, que la penetra y la santifica. Esto es, en el amor se esculpe el cumplimiento estricto de los deberes de la criatura humana, para que frente al desvalor de nuestras acciones, podamos vivir la misericordia que El nos tiene prevista para salir en favor de nuestros desaciertos.
Si bien mantenemos una relación general de sujeción con nuestro entorno, con nuestro trabajo, nuestros sueños y nuestras realidades, donde cada una de nuestras decisiones desencadena consecuencia bien positivas o negativas, el advertir la sujeción especial con la Divinidad, nos permite superar las manifestaciones de la realidad circundante y experimentar el poder sobrenatural de nuestro DIOS y Señor, que constantemente se nos manifiesta en eventos y signos que van más allá de nuestro entendimiento.
Reconocer nuestra relación especial de sujeción es profundizar en las particularidades de nuestros deberes humanos y los misterios divinos, una forma de encontrar el camino de la verdad en medio del bullicio del mundo y la incredulidad de los hombres. Mientras más conozcas tu relación de sujeción con tu DIOS, mejor podrás entender la fe y la esperanza, virtudes que adornan la corona de los bienaventurados y sellan el compromiso perpetuo de su amor con el Omnipotente.
Vive tu relación especial de sujeción con DIOS y verás cómo el mundo y sus afanes son exiliados y sometidos, revelando en la esfera de la humano el edén prometido.
EL Editor
Entender esta relación especial de sujeción, es ahondar en la unción celestial que tenemos desde el inicio del mundo, donde el mandato divino es una exigencia natural en nuestra cadena genética, que nos dice cómo la naturaleza y sus diferentes formas nos motivan y movilizan para cumplir a cabalidad los deberes de alabanza y adoración que nuestros actos deben rendir al mismo dueño de la vida.
Si bien el decálogo es la norma por antonomasia de nuestra relación especial con DIOS, el amor es la norma que la supera, que la penetra y la santifica. Esto es, en el amor se esculpe el cumplimiento estricto de los deberes de la criatura humana, para que frente al desvalor de nuestras acciones, podamos vivir la misericordia que El nos tiene prevista para salir en favor de nuestros desaciertos.
Si bien mantenemos una relación general de sujeción con nuestro entorno, con nuestro trabajo, nuestros sueños y nuestras realidades, donde cada una de nuestras decisiones desencadena consecuencia bien positivas o negativas, el advertir la sujeción especial con la Divinidad, nos permite superar las manifestaciones de la realidad circundante y experimentar el poder sobrenatural de nuestro DIOS y Señor, que constantemente se nos manifiesta en eventos y signos que van más allá de nuestro entendimiento.
Reconocer nuestra relación especial de sujeción es profundizar en las particularidades de nuestros deberes humanos y los misterios divinos, una forma de encontrar el camino de la verdad en medio del bullicio del mundo y la incredulidad de los hombres. Mientras más conozcas tu relación de sujeción con tu DIOS, mejor podrás entender la fe y la esperanza, virtudes que adornan la corona de los bienaventurados y sellan el compromiso perpetuo de su amor con el Omnipotente.
Vive tu relación especial de sujeción con DIOS y verás cómo el mundo y sus afanes son exiliados y sometidos, revelando en la esfera de la humano el edén prometido.
EL Editor
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