Dos palabras se usan
con cierta frecuencia en nuestra cotidianidad: iluminar y brillar, para
destacar la labor de una persona, o indicar que algo sobresale por encima de lo
normal. Sin embargo, etimológicamente hablando, no corresponde a la esencia
misma de su denominación. Cuando aprendemos a distinguir que podemos iluminar a
otros y hacerlos que brillen, o que podemos brillar por encima de otros, a
pesar de no poder iluminar, estamos abriendo un campo de reflexión que pocas
veces notamos por los reflectores de nuestros propios sesgos.
La palabra iluminar
o iluminación, nos habla de llenar de claridad, de mostrar un camino, de
orientar al que está en medio de las tinieblas. De ser antorcha y fuego para
otros, de ser fuente de luz para descubrir algo que no podemos ver. La
iluminación no es algo sobrenatural o misterioso, es un espacio de conexión
interior, de espiritualidad profunda que revela la presencia misma del ser
humano que busca sentido y experiencia transcendente desde su propia realidad.
Es abrir un portal de saberes superiores, que desde la eternidad despliega su doctrina en
aquellos que se hacen vitrales de luz para sus semejantes.
La iluminación no es
un destino, es un proceso personal permanente, donde cada vez el ser humano
descubre y despierta a nuevas fronteras de conocimiento interior y espiritual,
para reconocerse limitado y necesitado de la fuente misma del poder divino, y
así mismo, aceptarse como canal imperfecto de la gracia comunicante de DIOS
(cualquiera sea tu imagen de él). El iluminado no brilla en sí mismo, se hace
transparente para bendecir a otros; se desconecta de sí mismo y en perfecta
unión con su vínculo sagrado, abre senderos de posibilidad donde muchos pueden
trazar proyectos y planes para alcanzar nuevos horizontes y retos.
De otra parte,
brillar etimológicamente establece el emitir luz viva y temblante. Deslumbrar y
crear reflejos casi cegadores, los cuales se hacen más intensos sobre la
superficie cuando tiene el efecto de un espejo. Cuando la luz incide sobre el
objeto, tanto más brillará cuanto más pulido y afinado está su exterior, e
igualmente proyectará una sombra tan grande como su estructura y configuración.
Por lo general, los objetos que brillan son sólidos o huecos, no son
transparentes, deben poder jugar con los reflectores para generar los efectos que
se requieren en un contexto particular.
Cuando una persona
brilla, es el juego de luces sobre la superficie de lo contingente y efímero lo
que logra el destello que se proyecta, creando la ilusión de la “superioridad”
y “distinción”, que acaba cuando la sombra que se proyecta, es mucho más amplia
que su propio espejismo. Si bien es importante avanzar y alcanzar mayores
niveles de virtud, también lo es dejarse traspasar por la luz de la eternidad, donde
no hay exigencias, no hay expectativas, ni dependencias, sólo un flujo de luz
que purifica los lentes con los que vemos el mundo y creamos un puente entre lo
visible y lo invisible.
Brillar es un acto
de magia exterior, que trata de cautivar la dinámica interior de los seres
humanos. Cuando el brillo se acaba, la única respuesta que aparece es la
soledad, la ausencia, el vacío interior, que sólo se puede conjurar “cuando se
renuncia a la dependencia”. Brillar es acto dependiente de un reflector(es)
exterior(es) al cual muchas veces nos aferramos y que nos sirve como
distracción de lo que ocurre en la realidad. Por tanto, como afirma Anthony de
Mello, “Cuando las ilusiones se
acaban, por fin uno está en contacto con la realidad, y créame, nunca volverá a
sentirse solo, nunca más” (De Mello, 1994, p. 44).
Entender que la
iluminación es una revelación que se hace en interior de los humanos, cuando se
hacen transparentes al llamado de su vocación y al deseo de ser luz para otros,
es una experiencia que se desprende de los apegos del éxito del mundo, de las
angustias de aquello que no sale como se planeó y que vive plenamente con lo
que tiene, y no sufre o piensa en lo que no posee. Mientras el brillo, como
resultado de lo transitorio y fugaz, sólo sobrevive con los rótulos y luces
artificiales que se diseñan para tener los efectos que se desean, una ilusión
que vive atada a las visiones y deseos de otros.
Vive en plenitud,
busca iluminar, desprenderte de los apegos, para encontrar la puerta transparente
que se esconde en la luz del día y allí despertar a la realidad, donde, como
afirma De Mello (1994, p.79), “nos hacemos consciente de aquello que nos rodea”.
El Editor
Referencia
De Mello, A. (1994) ¡Despierta! Charlas sobre espiritualidad.
Bogotá, Colombia: Editorial Norma.
La misma escritura de la reflexión explica los términos de, brillar e iluminar. Muchas gracias.
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