Se suscitan movimientos en el mundo que invitan a ser
ágiles, a quebrar los modelos establecidos y en general, a fluir tan rápido
como se pueda para estar adelante y concretar posiciones privilegiadas en el
ámbito de los negocios. Todo ello
conlleva a crear un “superávit de futuro” que muchas veces embriaga al cerebro
de información, dejándolo sin opciones para decir, ni acciones para ejecutar.
En el mundo de lo
líquido, que no busca concretar inicios, sino constantes finales (Bauman, 2017),
donde la sociedad de forma deliberada genera un marco de recompensas, para
aquellos que se sienten cómodos con el cambio y con el incierto, ya que ahora
todo terreno de estabilidad supone un campo minado de estancamiento (que es sinónimo
de atraso y desventaja), se hace necesario
mantener la calma para así no perder la vista periférica de lo ocurre y quedar
atrapados en la vista de túnel que la ansiedad provoca (Vicent & Hitch,
2019).
Somos seres individuales, diferentes y competitivos
por nuestro instinto entrenado por millones de años de evolución, sin embargo,
sólo cuando encontramos los puntos de conexión entre nosotros podemos superar los
retos y avanzar rápido, asumiendo
el cambio como algo natural que hace parte de la realidad y que nos invita a
renovarnos, y actualizar la caja de herramientas que hemos construido hasta el
momento.
En medio de la dinámica del mundo, lleno de
inestabilidades, de exigencias y deseos no satisfechos, se requiere crear
espacios de “entrenamiento y práctica” psicológicamente seguros donde cada uno
pueda ser lo que es y retar sus propios límites autoimpuestos, con el fin de habilitar ventanas de aprendizaje para
ganar confianza en sí mismos y construir las condiciones necesarias para seguir
avanzando. Cuando logramos enfrentarnos a nuestros propios instintos y
limitaciones, ponemos en evidencia los marcos de trabajo y paradigmas que
tenemos a la fecha.
En un mundo líquido, donde los blancos que queremos
alcanzar “nunca dejan de moverse y de variar de dirección y de velocidad” (Bauman, 2017, p.175), es claro que se requiere un
ejercicio de flexibilidad mental, donde muchas veces lo que creemos que es “verdad”
puede quedar revaluado o sometido a tensiones inesperadas, no por “lo que no sabemos, sino por lo que sí
sabemos o creemos saber” (Mlodinow, 2019, 131) pues esto es en últimas, lo
que nos permite retar nuestros saberes previos y abrirnos a nuevas
posibilidades.
Si la ansiedad de tener respuestas a situaciones
inesperadas e inciertas, es una necesidad de las personas y organizaciones en
una realidad líquida, tomar distancia de los afanes y acallar la mente, permite
explorar nuevas asociaciones y conexiones de elementos aparentemente no
relacionados para encontrar flujos de ideación positiva, que renuncian a la necesidad de control y certidumbre, y habilitan
espacios para pensar de manera original y sin restricciones sobre los retos de la sociedad actual.
Por tanto, en
un mundo líquido y volátil como el que tenemos hoy, se requiere aprender a
caminar sobre arenas movedizas.
Mientras más nos precipitemos para salir, más rápido nos hundiremos en la
realidad de estas arenas, pues forzar la salida crea resistencia y conflicto,
evitando que fluya la reflexión que abre las perspectivas y habilita el aprendizaje. Caminar sobre arenas movedizas es explorar
ideas extrañas y dirigir la mente hacia lo no probado e inestable, donde las
respuestas habituales puedan ser tan volátiles como vulnerables y enigmáticas.
El Editor
Referencias
Bauman, Z. (2017) Vida
líquida. Bogotá, Colombia: Editorial Planeta.
Mlodinow, L. (2019) Elástico. El poder del pensamiento flexible.
Bogotá, Colombia: Editorial Planeta.
Vincent, J. & Hitch, J.
(2019). Winning not fighting. UK:
Penguin Random House.
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