Dicen que la
arqueología es una disciplina que recorre el pasado y estudia los cambios que
se producen en las sociedades antiguas hasta las actuales, un ejercicio de exploración, descubrimiento, interpretación y análisis,
que mediante una revisión en profundidad de los restos materiales dispersos en
el terreno y conservados a través del tiempo, ofrecen pistas sobre
comportamientos sociales, económicos, políticos e ideológicos de la vida humana
ya desaparecida (Renfrew & Bahn, 1996).
Un arqueólogo establece
marcos de referencia de tiempo, modo y lugar, para tratar de comprender, con la
ayuda de otras disciplinas, la dinámica de lo que ocurría en un periodo de
tiempo anterior, y así establecer patrones de comportamientos y actividades que
puedan explicar escenarios que se tienen en la actualidad. Si bien, este
profesional ve el mundo desde el pasado, tiene una habilidad especial de poder
encontrar razones que dan cuenta de eventos que pueden ocurrir en el futuro.
Un arqueólogo es un
profesional que desde los hechos y datos de las ruinas, o restos que nos deja
la historia, es capaz de construir reflexiones que sitúan acciones y
condiciones, que en muchas ocasiones, restauran contextos, prácticas y
costumbres de las cuales no se tiene conocimiento. En este sentido, un arqueólogo
tiene la habilidad natural de sorprenderse y sorprender a la historia moderna
sobre lo que ha pasado y motivar reflexiones sobre lo que puede pasar en el
futuro.
De esta forma, siguiendo
las líneas de acción de los arqueólogos, es necesario recabar en nuestras
propias historias de vida para encontrar razones que nos sigan impulsando a
conquistar nuestros sueños. Establecer ese diseño prospectivo sobre el terreno,
para protagonizar las nuevas leyendas del futuro, esas que nos saquen de la
zona cómoda, generen inciertos y abran nuevamente el escenario a oportunidades
latentes; a un marco de aventuras donde podamos continuar madurando nuestra
personalidad y perfeccionando el talento para romper con nuestros límites
autoimpuestos.
En consecuencia, debemos
configurarnos como arqueólogos del
futuro, esos especialistas en explorar,
descubrir, interpretar y analizar territorios inexplorados, con ruinas y vestigios
de simulaciones prospectivas, de tal forma que podamos dar respuesta a los retos
actuales trabajando sobre realidades que aún no ocurren. Un arqueólogo del
futuro, entiende su vida con pasos cortos y mirada larga, como un eterno estudiante
que busca sorprenderse de las revelaciones del futuro, que aún no ocurre en la
realidad, y que si se materializan en su mente.
El arqueólogo del futuro, es una expresión que propone una contradicción
conceptual, una vista emergente que potencia la construcción y vivencia desde
el hoy, sabiendo que cada paso y mirada que se da, es una oportunidad para visualizar
y darle sentido al futuro, no desde los conocimientos y retos que hemos
superado, sino desde la visión trascendente que nos motiva, que nos emociona;
desde aquellas cosas que nos animan, que nos gustan y disfrutamos, y para las
cuales tenemos un don especial.
El arqueólogo del futuro, parafraseando a
Sánchez-Bayo (2010), proyecta lo que es, en su interacción con el mundo, en su conexión
con los otros y con su referente sagrado. Es un explorador de su propio talento,
que revela su capacidad de hacer y manifesta el maestro que lleva dentro; un
viajero del tiempo que sale al encuentro de experiencias distintas seducido por
un edén prometido: su vida en plenitud.
El Editor
Referencia
Sánchez-Bayo, A.
(2010) Arqueología del talento. En busca
de los tesoros personales. Segunda Edición. Madrid, España: ESIC Editorial.
Renfrew, C. & Bahn, P. (1996) Archaeology : theories, methods and practice.
London, UK.: Thames & Hudson.
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