Sufrimos frecuentemente
de sesgos cognitivos, esas cegueras que nuestros propios marcos conceptuales
nos generan, cuando queremos encuadrar la realidad dentro de los parámetros
reconocidos y validados de nuestra propio entorno. Esos sesgos, si bien
mantienen una estabilidad básica sobre la forma como comprendemos el universo,
también pueden inhibir la capacidad cambio, que en últimas, es poca disposición
para romper la comprensión existente y abrirse a aprender/desaprender de aquello
que es desconocido.
Cuando los sesgos
cognitivos dominan e imponen una manera del ver el mundo, estamos en la zona
donde “nada pasa”, donde la estabilidad del mundo está presente, y si se
presenta un cambio, las cosas serán interpretadas desde la visión vigente y manejadas
por los intereses más influyentes del momento. Un sesgo cognitivo, podría llegar
a ser una “prisión cognitiva” para un ser humano, cuando sus reflexiones no generan
posturas más allá de los límites que le impone el sistema que lo contiene y cualquier
desafío a dicho sistema, será controlado o desestimado.
Si reconocemos con
frecuencia nuestros sesgos cognitivos, estaremos creando “espacios en blanco”
para pensar, revisar, analizar, repensar y renovar la manera como entendemos
los fenómenos del ambiente. Esa oportunidad, que siendo una decisión personal,
demanda apertura, humildad, generosidad, vulnerabilidad y desconcierto para tensionar
nuestros saberes previos y dejar que las nuevas propuestas, desconecten aquello
que sabemos, para visualizar un espacio de ideas extendido y enriquecido, donde
el reto está en conectar nuevamente los puntos, de formas inesperadas e
inéditas, en condiciones desconocidas y muchas veces contradictorias.
Para lograr lo anterior,
la curiosidad es un elemento fundamental que busca ese momento “de la primera
vez” que crea sorpresa, inquietud, preguntas y acciones, para caminar y
experimentar sobre eso que ha captado la atención y que se encuentra más allá
de lo que conocemos hasta la fecha. La curiosidad es una fuerza interior que
mira a su alrededor para hacer preguntas, para buscar mensajes, identificar
pistas, detallar rarezas, encontrar contradicciones, destruir límites; esos patrones
silenciosos que pasan inadvertidos, que nos permiten encontrarnos en la
condición perfecta para aprender: “declarar que no sabemos”.
Superar los sesgos cognitivos implica dar un paso hacia adelante donde no conocemos, experimentar en
un dominio donde no somos expertos, dejarnos interrogar por preguntas sencillas
e inciertas, crear empatía con la incertidumbre, para cruzar el umbral de
seguridad que nuestra mente nos pone, y así identificar oportunidades que se
convierten en ventanas de aprendizaje/desprendizaje que definen aventuras
inesperadas e inéditas para ser parte de historias únicas, donde el protagonista
es el que ha decidido tomar riesgos calculados.
Si bien los cambios
en nuestra vida, no van a ser automáticos, si es necesario habilitar
experiencias, escenarios y contextos que nos permitan mantenernos alertas a los
nuevos sesgos cognitivos, con el fin de mantener ese nuevo “sano, santo y sabio”
normal: “reconocer que tenemos una vista parcial del mundo” y que, siempre
podemos habilitar un espacio para retar aquello que conocemos, para desconectarlo
y repensarlo para ver más allá de aquello que en una circunstancia de tiempo,
modo y lugar, se ha acordado socialmente que es la “realidad”.
El Editor.