Se escucha con frecuencia
en diferentes círculos sociales, económicos y académicos, la palabra “excelencia”,
como ese referente al que todos los que participan deben aspirar. La excelencia
como esa frontera que todo ser humano debe alcanzar y mantener durante el
desarrollo de su vida sobre este planeta. Si esto es cierto y es la forma como
el ser humano rompe sus propios límites, la pregunta que surge es ¿a qué costo se
debe ser excelente?
Excelencia viene del
latín “excellentia”, que significa “sobresalir”, “cualidad del que sobresale”, una
conexión hacia el interior de una persona que busca encontrar motivos para ser
mejor, para reconocerse como ser que evoluciona y se transforma en otro distinto.
La excelencia no tiene que ver nada con “darle gusto a otros”, ni recibir aprobación
de terceros. La excelencia es una postura individual que reta una condición actual
y la proyecta sobre su propia ruta de futuro.
Ser excelente no
responde a métricas inventadas por terceros, que generalmente terminan imponiendo
una vista particular de lo que ellos comprenden. Por tanto, la excelencia es
reconocer aquellos espacios donde cada persona u organización puede hacer la
diferencia, encontrando motivos para ser distinto y por lo tanto, superando la
inercia de aquello que conocemos y donde nos sentimos cómodos.
Una persona es
excelente, cuando mantiene su compromiso con su propio desarrollo. Es aquella
que nunca deja de aprender, que se sorprende con retos nuevos y que encuentra
en su balance personal, profesional y espiritual, una razón para continuar
abriendo espacios para compartir y ayudar a otros a encontrar, su propio camino
para avanzar en sus propios sueños.
Cuando una persona
no cumple con los requisitos que un tercero ha diseñado para hablar de excelencia,
no posible afirmar que ésta no lo sea. Pues, en la ruta de crecimiento y
descubrimiento de capacidades y potencialidades, este individuo estará avanzando
tan rápido o tan lento de acuerdo con su plan de vida, sus condiciones particulares
y sobremanera, dando todo de sí, para hacer que las cosas pasen.
La excelencia no
debe ser sinónimo de perfeccionismo, pues lo que inicialmente es un camino de
construcción de nuevos saberes y capacidades sanas, santas y sabias, termina
siendo un escenario de logros no saludables, dependencia de la aprobación de
otros, adicción a los halagos y parálisis en la vida (Brown, 2016, p.122-123).
La excelencia es
esforzarse saludablemente, concentrado en uno mismo, para tener el valor de
arriesgarse y hacer cosas distintas, sabiendo que vamos a esta expuestos a la
crítica, a la pregunta mal intencionada, a las agendas ocultas y a aquellos que les
molesta que otros hagan la diferencia. Para ello, es importante ser amable con
uno mismo, aprender de lo que experimentamos y sentimos, para luego, aceptando
nuestra historia personal, continuar con la ruta que nos llevará a nuevos destinos
lejos de la orilla donde zarpamos.
Cuando alguien es
excelente se nota. Se apasiona por lo que hace, todo el tiempo habla de sus
retos y trabajos, reconoce que tiene mucho que aprender, la humildad es parte
de su esencia, nada lo turba, ni lo distraen las luces de los halagos, pues su
objetivo no se compara con otros. El ser excelente, es ejercicio de confianza
imperfecta personal, que sabe, como dice Leonard Cohen, “que en todo existe una
fisura y así es como entra la luz”.
El Editor
Referencia
Brown, B. (2016) El poder de ser vulnerable. ¿Qué te
atreverías a hacer si el miedo no te paralizara? Barcelona, España:
Ediciones Urano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario