Se habla con frecuencia
tanto en el ámbito educativo como en el empresarial que una de las competencias
más importantes de los individuos debe ser “aprender a aprender”. Esta
afirmación se funda en la necesidad tanto de las organizaciones como de la persona,
para mantenerse vigente en medio de los cambios e inestabilidades que el mundo
actual presenta, así como una forma en que la persona se reinventa y se valida
frente sus propios retos.
Si vemos el
desarrollo de esta competencia, desde la vista educativa, se encuentra que el “aprender a aprender” “implica la capacidad de reflexionar en la
forma en que se aprende y actuar en consecuencia, autorregulando el propio
proceso de aprendizaje mediante el uso de estrategias flexibles y apropiadas
que se transfieren y adaptan a nuevas situaciones” (Díaz & Hernández,
2002, p.234). Una postura que se concentra en el proceso cognitivo y consciente
del ser humano que busca cómo ajustarse a las condiciones del entorno y superar
sus propios sesgos frente a sus saberes previos.
En el escenario
empresarial, esta competencia implica “hacerlo
de forma sencilla y práctica”, es decir, un ejercicio donde “se cuenta con la información para entender
donde están las situaciones problemáticas, se empodera a las personas para que
tomen las mejores decisiones y se motivan para que usen sus habilidades y
cooperen, teniendo en cuenta los circuitos de realimentación que advierten de
manera directa las consecuencias de sus acciones” (Morieux, 2011). Esta
lectura se concentra en la capacidad de la personas para reconocer la dinámica
de la organización, encontrar formas diversas de comprenderla y establecer posturas
diferentes que repiensen el hacer organizacional.
Las dos visiones demandan
que tanto organización como individuo privilegien un “aprendizaje dinámico” (Staats,
2018), que supere el aprendizaje continuo que se espera en los diferentes
sistemas de gestión conocidos. En este contexto, el aprendizaje dinámico, reclama
un aprendizaje discontinuo, que lleva
necesariamente a un “aprender a
desaprender”, esa competencia que favorece el compartir conocimiento, desconectar
el saber existente, fallar de forma
inteligente, tener más preguntas que
respuestas, concentrarse en el proceso
y no en el resultado, aprovechar las fortalezas
individuales, asociarse con otros
y transferir conocimiento entre diferentes
dominios del saber. (Ver figura 1)
Figura 1. Competencia - Aprender a desaprender
En mundo cada vez
más volátil, incierto, complejo y ambiguo, el “aprender a desaprender” será una
competencia que permita, no sólo encontrar nuevas fuentes de valor para las
organizaciones, sino motivar y descubrir el potencial de las personas para
alcanzar todo aquello que se han propuesto. Desarrollar, el “aprender a desaprender”,
exige crear una espiral ascendente de conocimiento, que procura una vista
transdisciplinar del mundo donde cada individuo, desde su particularidad, suma
a un propósito superior abandonando la zona cómoda del mundo disciplinar, donde
la imaginación tiene pocas posibilidades para florecer.
Cuando “aprendes a
desaprender”, no existen “verdades absolutas en el mundo conocido”, sino
respuestas parciales, que son inherentes a condiciones y experiencias de
tiempo, modo y lugar, las cuales definen los marcos de reflexión que son expuestos
(¿o impuestos?) y que debemos comprender para superar nuestras propias
limitaciones cognitivas y prácticas de la manera como entendemos el mundo hasta
ese momento, sin olvidar los referentes éticos y transcendentes que guían la esencia misma de la experiencia humana.
Referencias
Díaz, F. &
Hernández, G. (2002). Estrategias docentes
para un aprendizaje significativo. México, DF: McGraw-Hill.
Morieux, Y. (2011) Smart
Rules: Six Ways to Get People to Solve Problems Without You. Boston Consulting Group. Recuperado de: https://www.bcg.com/publications/2011/smart-rules.aspx
Staats, B. (2018) Never stop learning. Stay relevant, reinvent
yourself, and thrive. Boston, MA. USA: Harvard Business Review Press.
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