Vivimos con
frecuencia con un superávit de futuro, donde la incertidumbre nos estremece y
afecta frente a situaciones que posiblemente no conocemos. Si bien la vida no
es un ejercicio lineal de eventos, si es una oportunidad para concretar giros estratégicos
que nos permitan alcanzar nuestras metas y superar los retos que nos acercan a
nuestros sueños. En este sentido, cada momento establece un escenario
consciente para abrazar la inestabilidad de lo que hemos aprendido y así fundar
un terreno fértil para que la sabiduría divina fecunde nuestro entendimiento y transforme
nuestra vida.
En la medida que
sigamos atados a la visión determinista de la realidad, donde un fenómeno
constituye la causa de otro (su efecto), estaremos perpetuando el proceso
mental de dividir o fragmentar los objetos de del mundo, para poder conocer y
probar que algo es como dice ser y tener las evidencias suficientes para
validar que es de una forma y no de otra. Esta lectura, entiende que el
observador se abstrae de la realidad y es capaz de forma objetiva de revelar un
comportamiento o característica del evento investigado, libre de cualquier
sesgo.
Lo anterior, resulta
en una vista parcial y limitada de la riqueza del entorno, cuando sabemos que
somos resultado de un producto social, con una historia determinada, donde
todos hacemos parte del proceso de descubrimiento de la realidad, vinculando
miradas novedosas y alternas, que permiten desconectar los conceptos que hemos
aprendido, para incorporar elementos inéditos desde perspectivas desconocidas,
con el fin de reconectar de forma creativa y concretar una ganancia teórica,
que en la práctica se transforma de un saber colectivo y significativo para un
grupo o la sociedad.
La postura sistémica
de la realidad, reconoce que el mapa que hemos construido desde nuestros
supuestos y creencias, donde validamos cada momento de la vida, son una imagen
borrosa e incompleta del territorio, lo que nos invita descubrir en cada
momento aspectos complementarios de las interpretaciones que hemos hecho,
reconociendo que no tenemos la variedad requerida o conocimientos necesarios
para abordar una temática y por tanto, reconocer que no sabemos, es la
experiencia más valiosa que podemos experimentar para poder “desaprender” y
abrirnos a la postura de “aprendices permanentes” de nuestro entorno.
En consecuencia de
lo anterior, tanto el enfoque “causa-efecto”, como la revisión relacional y circular,
donde una causa es un efecto y viceversa, establecen un vínculo
autoreferenciado y recurrente donde el análisis y la síntesis de cada lectura
de la realidad, permite un entendimiento cada vez más fino de aquello que
queremos entender y sobre manera, abre la posibilidad de un diálogo entre el
todo y sus partes, donde es posible aprender de forma significativa,
articulando la experiencia previa con la novedad de las discontinuidades del
momento presente.
Así las cosas, no es
la incertidumbre, ni la inestabilidad de lo que conocemos, ni la caída de las
verdades que sabíamos, la que nos determina para superar nuestros propios
temores a lo desconocido, sino el campo infinito de posibilidades que se abre
delante de nuestros ojos, que nos demanda un ejercicio juicioso de exploración,
que nos permita concentrarnos menos en lo
que no está sucediendo y más en lo que puede suceder (Carmen, 2015, p.91),
una oportunidad para que, aquello que no se ve, se revele y emerja como
respuesta provisional en un marco específico de tiempo, modo y lugar.
El Editor
Referencias
Carmen, A. (2015) La ley del quizás. Cómo transformar la incertidumbre en posibilidad.
Barcelona, España: Editorial Urano.
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