Construimos en cada
momento la realidad de la cual hacemos parte. La tradición de nuestros
antepasados nos moldea y define frente al ejercicio de observación del
escenario donde actuamos. Los paradigmas que utilizamos nos reiteran la “verdad”
de la sociedad de la que hacemos parte. ¿Te has puesto a pensar si aquello que
nadie cuestiona es posible cambiarlo o reformarlo? ¿Estarías dispuesto a
mostrar una forma distinta de hacer las cosas y resistir la fuerza de la
inercia organizacional que quiere que vuelvas a tu lugar?
Nuestras propias
creencias muchas veces nos ciegan sobre las posibilidades o nos restringen de
nuestras opciones. Revelar eso en lo que creemos y motivar un cambio en
aquellos supuestos sobre los cuales hemos puesto nuestra seguridad, implica un
ejercicio arriesgado que crea una arena movediza conceptual y una inestabilidad
académica, que te lanza a explorar y probar nuevas formas de comprender la
realidad y mirar qué resultado se obtiene.
Cuando recorres un
nuevo camino en el conocimiento, fundado en propuestas previas y novedosas,
habilitadas para explorar lo incierto, no tienes restricciones basadas en
conceptos pasados, sino la experiencia inédita de construir con cada paso, esa
realidad emergente que se descubre ante tus ojos y tu mente, en la cual el
protagonista principal, siempre está caminando por primera vez sobre “el nuevo
mundo”.
Ser un descubridor
de la realidad, es decir deconstruir los linderos que otros con sus reflexiones
han puesto para delimitarla, es correr la cortina de la “caja” donde estamos y
actuamos, para crear una nueva paleta de colores que permita dibujar un entorno
diferente; un contexto donde se define una interpretación alterna de lo que
vemos, entendemos y hacemos, que nos proyecta en una episteme distinta que nos
permite ser “otros distintos”.
Cuando alguien propone
una vista alterna de la realidad, un movimiento teórico enriquecido, es como
recibir una piedra que astilla nuestros lentes actuales de la vida, un quiebre personal,
que inicia con la identificación de la fisura en los lentes y luego la
reflexión sobre la montura que los sostiene. El observador que observa la
realidad se activa para indicar el proceso de “interpretación actual” y motivar
una postura diferente que se sobrepone al pensamiento mismo y así “caminar
sobre las aguas” de nuestras propias seguridades.
Si entendemos que
todo en el universo está conectado y que los azares de la vida, son solo efectos
de las inestabilidades de las relaciones, así como la creación y renovación de
otras, hacemos evidente nuestro papel en el mundo, nuestra misión real que
conecta cada una de las acciones que realizamos y los retos que alcanzamos.
Esto es, somos parte de un tejido social y de significados donde transitan
nuestros proyectos y se apalancan nuestros sueños, una red de conocimiento de
la cual nos nutrimos para vivir conectados y socialmente modificados.
Así las cosas,
aquello que llamamos realidad, no es otra cosa que una narrativa particular que
hacemos según nuestra experiencia; una paradoja que intenta explicar lo
contingente de la vida desde el orden universal presente en todas las cosas, la
búsqueda de la pieza faltante donde el hombre encuentra con su propia identidad
y contradicción: la luz de DIOS.
El Editor.
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