No deberíamos sorprendernos cuando observamos que los equipos de
trabajo desarrollan mayores procesos de innovación que los individuos. La
inestabilidad del entorno, debe movilizar las reflexiones comunes, fuera del “charco”
de conocimiento individual que, si no se renueva, se evapora o se corrompe,
dejando mal parados a todos en las organizaciones.
No podemos entender el conocimiento como un lago estático, que sólo
espera que el entorno lo nutra con su lluvia o que se mueva cuando algo del
exterior lo afecta. Este tipo de conocimiento se oxida, se descompone y
desactualiza dejando una lectura congelada de la realidad, que no atiende las
fuerzas de transformación que circundan sus linderos.
Cuando un lago, carece de movimientos, de aireación permanente y de
entropía en su interior, se oscurece, se margina de la realidad circundante,
inicia un proceso de degeneración lento y peligrosamente imperceptible. Se
reconoce así mismo como parte de la evolución y que tiene respuestas para
enfrentar lo que aparezca, sin pensar que su estabilidad y poco movimiento lo
han hecho lento y poco versátil para actuar.
Una grieta en la estructura del lago, un desorden inesperado del
ecosistema interno, un temblor de tierra imprevisto, una sequía prolongada, en fin,
situaciones que comprometen su integridad pueden ser eventos que
destruyan su estabilidad y sean concebidos como amenazas concretas que
pueden debilitar la composición interna de la cohesión del lago, pero igualmente
oportunidades que desconectan lo conocido para recobrar el movimiento perdido.
Muchas veces los “lagos de conocimiento” cuando son abatidos por
fuerzas inesperadas, posturas novedosas que rebaten aspectos conocidos de la
realidad o propuestas que contradicen abiertamente los estándares vigentes, se
encuentran frente a la ocasión para renovar su movilidad, su capacidad de
transformación y especialmente, la manera para restaurar la vida y el movimiento en
su interior; una opción para generar una nueva red biológica de
conexiones que revelen signos de actividad evolucionada.
El conocimiento por tanto debe ser como un río, que tiene un cauce que
no lo limita, sino que lo enfoca; que se mantiene en movimiento incorporando la
realidad del entorno, para concretar modificaciones estructurales claves, que
terminan siendo parte de su propio cauce; tiene un propósito que generalmente
escapa a su propio destino y que motiva una expresión trascendente de su propia
construcción; características que hablan de una realidad que se nutre de lo
aprende y vive de lo que expresa.
El movimiento permanente de este río crea saberes que se combinan y se sustentan en la heterogeneidad de la fuente hídrica, sin perjuicio, de la evolución
natural que el conocimiento habilita para que se autotransforme y cree nuevas
vistas de una misma problemática. Ser parte de la corriente de este río, no
significa abdicar o comprometer su criterio o capacidad para ejercer una opinión
crítica, sino conocer el entorno y experimentar su dinámica y así abrirse a las oportunidades
que lo lleven a “saber más” y “ser más”.
El Editor
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