Consideremos la
siguiente parábola: “el triunfo es como un árbol frondoso, vemos y apreciamos
su belleza y sus frutos, pero no vemos sus raíces. El árbol del triunfo crece
en el jardín de la actividad elegida y se abona con la dedicación, con esfuerzo
y determinación. Nada lo detiene, todo suma y lo alimenta, las dificultades lo
fortalecen y las bondades lo purifican” (Adaptado de: Yates, 2008, p.60).
La naturaleza de
este árbol es bastante singular. Su semilla ni es la más grande, ni la más
fina. No se encuentra frecuentemente entre las más comunes y cuando se halla, su
forma no es la más agradable a la vista. El proceso de siembra requiere un
terreno fértil: lleno de pasión, de misterio, de inestabilidad y de
volatilidad. La lluvia de las vicisitudes la debe regar para que los nutrientes
más selectos de la naturaleza penetren la esencia de esta semilla.
El árbol del éxito
es el más apetecido por sus frutos, por su fortaleza y su capacidad de
resistencia a las plagas. Cuando este árbol crece en medio de las
contradicciones y la incertidumbre, es capaz de elevarse y desarrollar ramas y
hojas que resplandecen y cambian de color en el día, que alejan a los
depredadores de sus resultados: la inercia, la pereza, la indecisión y la
comodidad.
El árbol del éxito
se reproduce en medio de árboles comunes, los cuales lo cubren y lo ocultan a
la realidad. Es necesario que el sembrador sea cuidadoso para ubicarlo y seleccionarlo
en medio de la multitud, para lo cual deberá reconocer aquellas especies
cotidianas y cambiantes para no dejarse confundir con las apariencias de lo que
puede ser un espejismo de una transformación y no la esencia del éxito.
El sembrador de este
árbol no está acostumbrado a los atajos o fórmulas milagrosas que hacen crecer
el árbol del éxito sin valor, sin esfuerzo, sin dedicación y menos sin
sacrificios. La semilla debe pagar el precio del entorno, tener las marcas de
las plagas y las conquistas de sus luchas. Es una semilla que debe morir, para
mudar su forma original y revelar la esencia de su valor interior, una
declaración de independencia que conecta el tejido divino con la vida humana.
El árbol del éxito
tiene un extraño comportamiento, se oculta cuando brilla el sol y se crece en
medio de la adversidad, no deja pistas de sus virtudes y comparte sus aprendizajes.
El árbol del éxito no se deja cautivar por las palabras lisonjeras del
sembrador y ni se acomoda por sus logros. Es una planta que se alimenta de los
errores, de las oscuridades y las angustias para configurar una fotosíntesis
interior que brilla en los ojos de los han desatado sus “creencias” exteriores.
Cuando vayas a
cosechar del árbol de éxito, recuerda que sus frutos son jugosos premios del
amor, recubiertos con el oro de la obediencia y con olores diversos y penetrantes
de los perseverantes, resultados que contagian el ambiente y renuevan sus
nutrientes. No permitas que este árbol se contamine con sustancias tóxicas como
la envidia, el ego, la arrogancia y la apatía, pues ellas son amenazas, que, si
alcanzan la savia del torrente interno, pueden destruirlo en el largo plazo.
El Editor
Referencia
Yates, C. (2008) La empresa sabia. La excelencia para una
gestión innovadora. España: Díaz de Santos.
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