Rotthaus (2004,
p.151) afirma, “La educación debe
centrarse en sensibilizar para analizar contradicciones e incompatibilidades, y
aprender no solo a tolerar la ambigüedad, sino a celebrarla. (…)”, lo que
supone comprender, en lectura de De la Torre (2004, p.33), que “no hay aprendizaje exento de errores”.
La experiencia del
aprendizaje surte una serie de procesos en el individuo tan sofisticados y
densos que escapan a esta reflexión, que como bien informa Rotthaus (2004) se
traduce en una intervención individual, cuyos resultados no pueden ser
previstos de forma concreta: una palabra, una reflexión, una figura, una
postura del maestro, en fin, cualquier elemento que se advierta en el marco
pedagógico, en la estrategia didáctica o técnica de enseñanza, puede detonar una
conexión superior con la realidad persona para vincular su experiencia personal
con la propuesta intelectual.
En este sentido, si
el aprendizaje establece las bases de una transformación personal o social, el
error, como afirma De la Torre (2004, p.53), es hijo del cambio, por tanto, las
fronteras del conocer no están en las condiciones definidas y estructuradas de
lo que conocemos, sino en las oportunidades que se tiene cuando se cruzan las
fronteras definidas y se exploran, como argumenta Ackoff (2000), los efectos de
haber retirado las restricciones autoimpuestas.
Así las cosas, el
aprendizaje no surge de un proceso enmarcado en un conjunto de conocimientos
establecidos, ni de la repetición de textos de autores destacados, sino de una
apuesta por superar los umbrales de la ciencia y convertirse, como afirma
Martinand (1981) (referenciado por De la Torre, 2004) en un “testigo inevitable de un proceso de búsqueda”
donde el “error proporciona una preciosa
información a la persona que lo comete y esclarece ciertos mecanismos de conocimiento”
(De la Torre, 2004, p.71) antes ignorados.
Lo anterior funda
una pedagogía del error, que no persigue la valoración negativa del mismo ni su
comisión, sino que explora y supera la trampa emocional de la sanción social
que implica recorrer caminos alternos, que confirman que “no es posible no equivocarse en el proceso de aprender” (De la
Torre, 2004, p.81).
Mientras la
pedagogía del éxito, está fundada en el logro de los objetivos trazados por un
currículo concreto, la pedagogía del error, sorprende al marco pedagógico tradicional,
considerando el contexto, generalmente volátil, incierto, complejo y ambiguo,
donde surgen las situaciones problemáticas, para descubrir el currículo oculto
inmerso allí y así superar la visión mecanicista de mundo donde toda causa
genera un efecto (De la Torre, 2004).
En este escenario,
toda acción educativa, desde la perspectiva sistémica, es una intervención que
modifica un proceso educativo y sitúa a los sujetos en una red de significados
vinculados a la construcción de su propio entorno. Por tanto, el aprendizaje
que se deriva de esta comprensión del mundo, comporta una propiedad emergente
del sistema que los transforma en otros distintos, aquellos que superando la
postura de las “verdades” conocidas, aceptan el camino de la incertidumbre, lo
desconocido y lo imprevisible (Castillejo y Colom, 1987, p.41).
Referencias
Ackoff, R. (2000) Recreación de las corporaciones. Un diseño
organizacional para el siglo XXI. México, México: Ed. Oxford Press México.
Castillejo, J. y
Colom, A. (1987) La teoría general de sistemas como tecnología. Hacia un marco
teórico de la intervención educativa. En Castillejo, J. y Colom, A. (Coord)
(1987) Pedagogía sistémica.
Barcelona, España: CEAC Ediciones. 27-44
De la Torre, S.
(2004) Aprender de los errores. El
tratamiento didáctico de los errores como estrategia de innovación. Buenos
Aires, Argentina: Editorial Magisterio del Río de la Plata.
Rotthaus, W. (2004) ¿Para qué educar? Esbozo de una educación
sistémica en un mundo cambiado. Barcelona, España: Editorial Herder.
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