domingo, 7 de febrero de 2016

Aprender: propiedad emergente

Rotthaus (2004, p.151) afirma, “La educación debe centrarse en sensibilizar para analizar contradicciones e incompatibilidades, y aprender no solo a tolerar la ambigüedad, sino a celebrarla. (…)”, lo que supone comprender, en lectura de De la Torre (2004, p.33), que “no hay aprendizaje exento de errores”.

La experiencia del aprendizaje surte una serie de procesos en el individuo tan sofisticados y densos que escapan a esta reflexión, que como bien informa Rotthaus (2004) se traduce en una intervención individual, cuyos resultados no pueden ser previstos de forma concreta: una palabra, una reflexión, una figura, una postura del maestro, en fin, cualquier elemento que se advierta en el marco pedagógico, en la estrategia didáctica o técnica de enseñanza, puede detonar una conexión superior con la realidad persona para vincular su experiencia personal con la propuesta intelectual.  

En este sentido, si el aprendizaje establece las bases de una transformación personal o social, el error, como afirma De la Torre (2004, p.53), es hijo del cambio, por tanto, las fronteras del conocer no están en las condiciones definidas y estructuradas de lo que conocemos, sino en las oportunidades que se tiene cuando se cruzan las fronteras definidas y se exploran, como argumenta Ackoff (2000), los efectos de haber retirado las restricciones autoimpuestas.

Así las cosas, el aprendizaje no surge de un proceso enmarcado en un conjunto de conocimientos establecidos, ni de la repetición de textos de autores destacados, sino de una apuesta por superar los umbrales de la ciencia y convertirse, como afirma Martinand (1981) (referenciado por De la Torre, 2004) en un “testigo inevitable de un proceso de búsqueda” donde el “error proporciona una preciosa información a la persona que lo comete y esclarece ciertos mecanismos de conocimiento” (De la Torre, 2004, p.71) antes ignorados.

Lo anterior funda una pedagogía del error, que no persigue la valoración negativa del mismo ni su comisión, sino que explora y supera la trampa emocional de la sanción social que implica recorrer caminos alternos, que confirman que “no es posible no equivocarse en el proceso de aprender” (De la Torre, 2004, p.81).

Mientras la pedagogía del éxito, está fundada en el logro de los objetivos trazados por un currículo concreto, la pedagogía del error, sorprende al marco pedagógico tradicional, considerando el contexto, generalmente volátil, incierto, complejo y ambiguo, donde surgen las situaciones problemáticas, para descubrir el currículo oculto inmerso allí y así superar la visión mecanicista de mundo donde toda causa genera un efecto (De la Torre, 2004).

En este escenario, toda acción educativa, desde la perspectiva sistémica, es una intervención que modifica un proceso educativo y sitúa a los sujetos en una red de significados vinculados a la construcción de su propio entorno. Por tanto, el aprendizaje que se deriva de esta comprensión del mundo, comporta una propiedad emergente del sistema que los transforma en otros distintos, aquellos que superando la postura de las “verdades” conocidas, aceptan el camino de la incertidumbre, lo desconocido y lo imprevisible (Castillejo y Colom, 1987, p.41).

Referencias
Ackoff, R. (2000) Recreación de las corporaciones. Un diseño organizacional para el siglo XXI. México, México: Ed. Oxford Press México.
Castillejo, J. y Colom, A. (1987) La teoría general de sistemas como tecnología. Hacia un marco teórico de la intervención educativa. En Castillejo, J. y Colom, A. (Coord) (1987) Pedagogía sistémica. Barcelona, España: CEAC Ediciones. 27-44
De la Torre, S. (2004) Aprender de los errores. El tratamiento didáctico de los errores como estrategia de innovación. Buenos Aires, Argentina: Editorial Magisterio del Río de la Plata.
Rotthaus, W. (2004) ¿Para qué educar? Esbozo de una educación sistémica en un mundo cambiado. Barcelona, España: Editorial Herder.

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