Cada vez que actuamos en la vida
estamos transmitiendo mensajes, lecturas de nuestra realidad, que viajan
indefectiblemente en medio de los imaginarios sociales. Nuestras acciones
definen posibilidades para potencializar nuestras virtudes y abren portales para
conectar con otros. Somos un flujo permanente de sentimientos y sensaciones que
adornan las palabras, moldean pensamientos y definen emociones.
Cada mirada, cada palabra, es una
semilla que siembra una oportunidad, una forma de comprender mejor el mundo y
por tanto, de lo que hemos venido a hacer y compartir. Esa semilla cae y se
nutre en la tierra de los significados, ese entramado social de apuestas,
intereses y contradicciones donde tendrá que superar adversidades y construir
nuevas relaciones, para afianzarse y establecer su base para luego emerger y
hacer presencia como parte relevante de la realidad.
De esta forma, los seres humanos,
así como el Bambú, anota Cala (2015, p.xvi), “para llegar a dar frutos, … necesitan
madurar antes desde su semilla, afianzarse y adquirir experiencia” y así luego
crecer y ofrecer lo mejor de sí, que no es otra cosa que su ejemplo, sus
limitaciones y lecciones aprendidas, la experiencia reflejada en aquellas cosas
que no salieron bien y que hacen parte de su repertorio como ser humano con “pies
de barro”.
Somos seres que estamos
enraizados en nuestras propias realidades, donde compartimos y desarrollamos
formas de ver el mundo, algunas de ellas compartidas, otras no. En ese
ejercicio podemos observar la penumbra de nuestros egoísmos, de nuestros
intereses que muchas veces ocupan gran parte de nuestros pensamientos, dejando
poco espacio para experimentar el vacío necesario para conectar con el
infinito, un vacío interior que nos libera de nuestras “llenuras” del mundo y
nos revela la profundidad de lo que somos y podemos.
No podemos dejar de sembrar cada
día, en cualquier momento y lugar, es una necesidad permanente que cada ser
humano tiene para reconocerse con el otro y construir junto con él. Somos
sembradores de realidades, de oportunidades, esos bambúes que con diámetro
definido y gran altura, son fuente permanente de transformación y cambio, de
flexibilidad y armonía, no para vivir una vida pasiva y limitada, sino como la
confirmación de la grandeza de la humanidad que se construye alrededor de la
nada, del vacío interior, que nutre de abundante espiritualidad a todo aquel
que se deja cautivar por esa semilla.
"Sembrar es el portal de la generosidad divina, que habilita la gracia desde la condición humana; un acto de desprendimiento personal que nutre una experiencia colectiva"
No te distraigas con las
generosas y seductoras “necesidades autoimpuestas” por tu realidad: la
tecnología, los accesorios, las vanidades, los elogios y premios, y más bien
encuentra con tus pares las raíces de la solidaridad, de la tierra fecunda y
fértil donde muchas miradas y palabras de fe, hagan de tu realidad una forma
diferente de conocer y descubrir tu propia misión, tu propia vocación.
Recuerda como afirma Cala (2015,
p.xx) “donde están tus prioridades, están tus oportunidades”, por tanto ordena
tus pensamientos, tus deseos y preferencias, para que el universo conspire
contigo y se haga realidad aquello que conecta tu vida con la fuente de tu
saber y poder: tu conciencia espiritual.
El Editor
Referencia
Cala, I. (2015) El secreto del Bambú. Una fábula.
Nashville, Tennessee, USA: Harper Collins Español.
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