Cambiar una cultura demanda
primero imaginar y pintar cómo es la nueva; conocer que es aquello que va a ser
distinto y luego actuar en consecuencia. Existen muchos teóricos que hablan del
cambio organizacional, sin embargo la transformación sólo ocurre si aquellos
que hacen parte de la intervención “quieren” y “pueden” motivar la movilización
de aquello en lo que creen, conocen, hacen y ven.
Un primer paso para activar la
transformación de una cultura es unificar
iniciativas, expectativas y creencias alrededor de una misión común. Una
misión que debe crear un quiebre conceptual en aquellos que va a afectar y que
de manera relevante hace sentido en sus actividades diarias. No ven la
declaración de misión como algo impuesto o “reencauchado” y por lo tanto,
tendrá la atención requerida siempre y cuando, dicha declaración los conecte con
sus tensiones interiores y experiencias previas.
Si este primer paso se da de
manera concreta y moviliza acciones espontáneas de los implicados, establece
una nueva forma de interactuar y revela manifestaciones auténticas de los
participantes, la transformación ya tiene un punto de apoyo y lugar en la
realidad de los individuos; lo que equivale a tener un referente diferente de
actuación que ha recibido un aval interno y se le otorga una referencia válida
para poder indicar los nuevos pasos a seguir.
Un segundo paso, es que una vez
la declaración se ha instalado en el tejido social de la comunidad impactada, los intereses propios de los participantes
pasan a un segundo lugar, superar la necesidad de sobresalir y mostrar que
se es mejor que otro, permite que la colaboración surja como una necesidad para
concretar las expectativas comunes y establecer referentes colectivos que
apuntan a realidades superiores y no a ganancias pasajeras. Triunfar no
consiste en ser reconocido como alguien diferente con capacidades superiores,
sino construir y superar condiciones adversas que fortalecen la experiencia de
un colectivo que representan.
Este segundo paso, penetra las
realidades individuales de los participantes, como un nuevo ADN que se comparte
y replica entre las personas, como un tejido social compartido e invisible que
se comporta tanto en el lenguaje como en las actividades que se actualizan en
un conglomerado particular. Así las cosas, la conexión que se habilita desde la
misión, debe invadir la construcción colectiva de realidad que esta asistida
por un beneficio superior declarado desde la vista general de una organización.
El tercer paso es no escapar al futuro, sino correr hacia él,
un ejercicio que demanda movilizar cada uno de los pasos para hacer realidad la
transformación, un conjunto de actividades incómodas que obligan a los
participantes a caminar por rutas desconocidas, con la vocación de realidades
diferentes. Esto no es otra cosa que abandonar la orilla y la tierra firme de los
conocimientos y realidades, para lanzarse a aguas profundas que pongan a prueba
aquello que se sabe conocido y probado, que tolere experimentos frustrados, y construyan
experiencias novedosas que contrapongan, muchas veces la lógica del
pensamiento, para reconstruir la forma como conocemos el mundo.
El tercer paso requiere quebrar
los lentes de la realidad que se tiene a la fecha, para modelar una forma
diferente de entender y reconectar lo que hemos conocido. El tercer paso camina
sobre lo incierto, lo novedoso, lo contradictorio y posiblemente irrelevante,
para recomponer la mirada personal de la vida y por tanto, comunicar un mensaje
diferente y retador para aquellos que se atrevan a conectar con el futuro.
El cambio no se puede dar en
aquellos que no entienden el “porqué” deben hacerlo, ni menos motivar su
transformación indicándole “cómo” hacerlo, pues en últimas los cambios son realidades
personales e internas de los seres humanos que cobran vida sólo cuando han podido
ser parte de una misión que se comparte y tiene sentido para aquellos que
participan.
El Editor.
Referencia
Lowney, C. (2014) Papa Francisco. Lecciones de liderazgo. Buenos Aires, Argentina:
Gránica
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