lunes, 13 de octubre de 2014

¿Para qué educar?


Una pregunta que me ha surgido durante estos días, pone en contexto una realidad que muchas veces ignoramos y que pocas veces reflexionamos. Sólo hasta cuando observamos situaciones en nuestro diario vivir que nos interrogan sobre el porqué se presenta una cosa o la otra, nos cuestionamos sobre los retos que implica la convivencia de los seres humanos.


La pregunta clave aquí no es ¿qué es educar?, sino ¿para qué educar? En ese sentido, Humberto Maturana detalla: “(…) Para recuperar esa armonía fundamental que no destruye, que no explota, que no abusa, que no pretende dominar el mundo natural, sino que quiere conocerlo en la aceptación y respeto para que el bienestar humano se dé en el bienestar de la naturaleza en que se vive. Para esto hay que  aprender a mirar y escuchar sin miedo a dejar ser al otro en armonía, sin sometimiento.(…) (Maturana 1998, pág.36)”.


Revisando esta afirmación de este académico queda manifiesto que el educar como lo entendemos hoy, es muy más profundo y demanda un ejercicio de generosidad y humildad para encontrarnos con el otro, no en la competencia o lucha por una posición, sino en el escenario de los consensos y reconocimiento del otro como ser social. El educar es diferente a escolarizar. Mientras la segunda implica pasar por un aula y exponerse a los métodos y procedimientos propios de la institución educativa para abrirse a la producción de conocimientos y saberes, la primera es una búsqueda más trascendente que recaba en la razón de ser del hombre en la sociedad.


No podemos entender el educar, sólo desde la academia, pues hacerlo de esta forma negaría los múltiples actores y relaciones que existen en este proceso, toda vez que la formación, es decir darle forma a un individuo, exige recabar en una travesía personal donde nos lanzamos a experimentar las incertidumbres propias de salir de nuestra zona cómoda, para dejarnos sorprender por las fuerzas que definen el entorno y encontrar nuevas formas de entender la realidad, crear nuevas competencias de acción que nos permitan superar las olas disruptivas de los cambios sociales.
 

Cuando hablamos de la intolerancia de otros frente a situaciones humanas, estamos diciendo en el trasfondo, como afirma Maturana, que los otros están equivocados. Es decir, que si me encuentro con el otro “desde una posición en la que pretendo tener un acceso privilegiado a la realidad, el otro debe hacer lo que yo digo o está en contra mía” (Maturana 1998, pág.55). En este sentido, el educar nos debe advertir de las diversas posibilidades que podemos tener para ver la realidad, donde ésta no es un bien propio de quien la revisa, sino de todos aquellos que la nutren desde las acciones que ejecutan cada día, en la esfera de lo visible como desde la cosmovisión de cada persona.


Por tanto, al educar podemos motivar una lógica positiva de la realidad, basada en mi entendimiento de ella, como ejercicio de búsqueda de expresiones que no puedan ser refutadas, o bien otra donde se puedan reconstruir subjetividades para producir acuerdos intersubjetivos, donde se vinculen los significados y realidades de cada uno de los participantes, con el fin de buscar una postura superior, que si bien podrá ser sometida a los rigores de la validación científica tradicional, estará mediada por la experiencia de los que participan y los intereses comunitarios para validarlos como legítimos otros.


El Editor.
 
Referencias
MATURANA, H. (1998) Emociones y lenguaje en educación y política. ED. Dolmen - Tercer Mundo Editores.

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