Una pregunta que me
ha surgido durante estos días, pone en contexto una realidad que muchas veces
ignoramos y que pocas veces reflexionamos. Sólo hasta cuando observamos
situaciones en nuestro diario vivir que nos interrogan sobre el porqué se
presenta una cosa o la otra, nos cuestionamos sobre los retos que implica la
convivencia de los seres humanos.
La pregunta clave
aquí no es ¿qué es educar?, sino ¿para qué educar? En ese sentido, Humberto
Maturana detalla: “(…) Para recuperar esa armonía fundamental que no destruye,
que no explota, que no abusa, que no pretende dominar el mundo natural, sino
que quiere conocerlo en la aceptación y respeto para que el bienestar humano se
dé en el bienestar de la naturaleza en que se vive. Para esto hay que aprender a mirar y escuchar sin miedo a dejar
ser al otro en armonía, sin sometimiento.(…) (Maturana 1998, pág.36)”.
Revisando esta
afirmación de este académico queda manifiesto que el educar como lo entendemos
hoy, es muy más profundo y demanda un ejercicio de generosidad y humildad para
encontrarnos con el otro, no en la competencia o lucha por una posición, sino
en el escenario de los consensos y reconocimiento del otro como ser social. El
educar es diferente a escolarizar. Mientras la segunda implica pasar por un
aula y exponerse a los métodos y procedimientos propios de la institución educativa
para abrirse a la producción de conocimientos y saberes, la primera es una
búsqueda más trascendente que recaba en la razón de ser del hombre en la
sociedad.
No podemos entender
el educar, sólo desde la academia, pues hacerlo de esta forma negaría los
múltiples actores y relaciones que existen en este proceso, toda vez que la
formación, es decir darle forma a un individuo, exige recabar en una travesía
personal donde nos lanzamos a experimentar las incertidumbres propias de salir
de nuestra zona cómoda, para dejarnos sorprender por las fuerzas que definen el
entorno y encontrar nuevas formas de entender la realidad, crear nuevas
competencias de acción que nos permitan superar las olas disruptivas de los cambios
sociales.
Cuando hablamos de
la intolerancia de otros frente a situaciones humanas, estamos diciendo en el
trasfondo, como afirma Maturana, que los otros están equivocados. Es decir, que
si me encuentro con el otro “desde una posición en la que pretendo tener un
acceso privilegiado a la realidad, el otro debe hacer lo que yo digo o está en
contra mía” (Maturana 1998, pág.55). En este sentido, el educar nos debe
advertir de las diversas posibilidades que podemos tener para ver la realidad,
donde ésta no es un bien propio de quien la revisa, sino de todos aquellos que la
nutren desde las acciones que ejecutan cada día, en la esfera de lo visible
como desde la cosmovisión de cada persona.
Por tanto, al educar
podemos motivar una lógica positiva de la realidad, basada en mi entendimiento
de ella, como ejercicio de búsqueda de expresiones que no puedan ser refutadas,
o bien otra donde se puedan reconstruir subjetividades para producir acuerdos
intersubjetivos, donde se vinculen los significados y realidades de cada uno de
los participantes, con el fin de buscar una postura superior, que si bien podrá
ser sometida a los rigores de la validación científica tradicional, estará
mediada por la experiencia de los que participan y los intereses comunitarios
para validarlos como legítimos otros.
El Editor.
Referencias
MATURANA, H. (1998) Emociones y lenguaje en educación y política. ED. Dolmen - Tercer Mundo Editores.
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